La mujer abre la boca para permitir que el pene del hombre se introduzca en ella. Le ha ordenado que no use las manos, que no se mueva. Simplemente debe permanecer arrodillada y con los brazos en la espalda. Puede hacerlo, no es la primera vez que se ve en una situación así, le encantan las situaciones así, de hecho. Pero ahora es diferente. Aquel hombre es diferente y, por vez primera, siente que ha perdido todo el control. Y eso le encanta. El hombre empieza a entrar y salir de su boca, primero de forma suave, después el ritmo sube, cada vez más rápido y más adentro. Algunas arcadas la hacen doblarse, pero el hombre vuelve a cogerla con fuerza del pelo y sigue su tarea. De repente, el hombre saca el pene de su boca y ella siente una repentina bofetada cruzándole el rostro. Siente dolor, un maravilloso dolor. Quien asegure que el dolor nunca puede causar placer debería sentarse con alguien masoquista y escuchar sus experiencias, apartando de su cabeza todo juicio moral.
-Ten cuidado con los dientes, perra -dice él-, abre mejor la boca.
La mujer abre la boca todo lo que es capaz y después cierra los labios alrededor de su pene. ¿Qué se supone que está haciendo? Un desconocido al que nunca ha visto antes la ha hecho pasear casi desnuda cerca de su casa, se ha metido en su cabeza y no puede dejar de pensar en él en todo el día, incluso cuando está con otros hombres, incluso cuando sirve la cena a sus hijos. Y ese hombre, a quien nunca ha visto antes y que ha puesto su vida del revés como un calcetín al que le han dado la vuelta, está ahora follándole la boca, insultándola, abofeteándola. ¿Qué se supone que está haciendo? Aunque lo que más le asusta no es que su voluntad haya sido doblegada para permitir eso. Lo que verdaderamente le asusta es que lo desea con todas sus fuerzas. Y desea que se convierta en algo más sucio aun, más humillante, más duro... ¿Qué importa todo lo demás? Es en esos momentos, cuando un hombre la está usando de esa forma, cuando se siente más libre que nunca. Su mente se queda en blanco, no tiene que preocuparse por nada, los problemas cotidianos se desvanecen en el aire. Como si estuviese en una solitaria playa del Caribe estirada sobre la arena mientras el sonido de las olas llegan hasta sus oídos.
-Utiliza la lengua, la tienes para algo -dice el hombre.
Puede sentir el sol bañando su rostro, su cuerpo, ahora nada importa, estirada en esa playa donde nadie va a venir a molestarla. ¿Cuánto hace que no tiene un momento de relax como aquel?
Una de las manos del hombre la coge de la barbilla, la otra mano de la cabeza. Su boca se ha convertido en un mero receptáculo. No es la primera vez hace algo parecido, tampoco será la última. Aunque esta vez es diferente, porque ese hombre es diferente pero, sobre todo, porque ella tiene a otro amo esperándola. El hombre coge con fuerza su cabeza y hunde la polla hasta la garganta. La mujer tose y escupe, su cara y su vestido están llenos de sus propias babas. O eso imagina. El ritmo se intensifica, con la pulsión propia de quien va a llegar a ese lugar donde todos queremos permanecer. Entonces el hombre saca el pene de su boca y la mujer puede sentir el semen caliente cayéndole sobre el rostro, sobre los labios, sobre su nariz y su pelo, también sobre el antifaz. Después el hombre vuelve a meter el pene en su boca y la ordena que le limpie con la lengua. Ella lo hace, orgullosa.
Cuando ha acabado, el hombre escupe en su rostro, varias veces. La insulta y la humilla. Después la coge del pelo y la obliga a levantarse, la arrastra hasta un espejo y quita su antifaz.
La mujer ve por primera vez el rostro del lobo, sonriendo de forma maliciosa tras ella. También ve su propio rostro, manchado de semen y babas (de ambos). Es la imagen más sucia y más hermosa que ha visto desde hace mucho. Mientras observa esa perfecta estampa nota un dedo del lobo introduciéndose lentamente en su culo. La mujer sabe lo que vendrá a continuación. Y le asusta. Pero no desea nada más en este mundo que aquel tipo lo haga.
Que haga lo que quiera con ella, en realidad.
-continuará-
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