Otro año que pasa, otro año que llega. A partir de mañana ya podremos comenzar a devanarnos los sesos confeccionando listas de propósitos que, seamos sinceros, nunca cumpliremos. Tener un objetivo a la vista nos hace sentir esperanzados porque si miramos cuanto nos rodea, quizás pasaremos otra noche intentando conciliar el sueño en vano.
Y es que, a pesar de todo, al final el año ha acabado mejor de lo que uno esperaba.
Dicen que no hay dos sin tres. También dicen que el hombre
(o la mujer) es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. La
realidad de ambas frases define el devenir de la raza humana:
nos empeñamos en equivocarnos porque nos negamos a aceptar que algo no
funciona o que algunas otras cosas simplemente no son lo que queremos que sean. La búsqueda de la
felicidad es correr por un bosque con los ojos vendados. Tarde o temprano
acabarás estampándote contra un árbol. Te levantarás y volverás a salir
corriendo, pensando que solo toca la lotería una vez en la vida. Poco después
volverás a romperte la nariz contra otro árbol. O con el mismo. Quizás la solución consista en
quitarse la venda y dejar de correr. O buscar en otro lugar esas piezas del lego
que construyen lo que algunos llaman felicidad. ¿De quién es la culpa cuando te has pegado de bruces varias veces contra el mismo árbol? Pues eso, la solución es quitarte la venda e ir a otro paraje a caminar.
Porque gracias a Dios (y únicamente en siete días lo hizo el muy villano) vivimos en un planeta repleto de muchos otros bosques con muchos otros árboles donde estrellarte muchas otras veces.
He vuelto a soñar con la misma persona. Ojalá poder domar a nuestros sueños para que sucediese en ellos cuanto deseamos con quien deseásemos, o todo lo contrario. Curiosamente, los sueños es la única narrativa (propia o ajena) que es como un perro sin cabeza. Totalmente descontrolado. Y no solo eso, sino que los sueños beben de nuestros miedos, a anhelos, de lo vivido y también de cuanto desearíamos vivir.
Estamos en una especie de coctelería elegante con techos de madera, una gran colección de botellas ofreciéndose desde una estantería iluminada y un barman con su chaleco verde preceptivo. No hay nadie en el local, exclusivamente nosotros tres. Ella está al final de la interminable barra que nos separa del profesional, yo estoy en el otro extremo. En el aire flota un olor dulce mezcla de frambuesa y canela. Una vez más me pregunto si se puede oler en los sueños, pero ahora, escribiendo estas líneas, soy capaz de recordar ese olor.
No recuerdo es como iba vestida ella, tampoco como iba vestido yo. El chaleco verde del barman es la única ensoñación textil que me viene a la cabeza. La mujer me mira, yo devuelvo la mirada. Sonreímos, sin embargo, continuamos clavados en nuestros asientos, separados cuanto nos permite el local. El barman nos mira, se encoge de hombros y sigue limpiando vasos con un trapo. En todas las películas los camareros ocupan su tiempo limpiando vaso tras vaso, pero nunca les he visto hacer eso en la vida real. Tampoco es que sea un habitual de las coctelerías, pero imagino que es mejor tener a alguien en escena con una ocupación que como una estatua de sal.
Me gustaría coger mi copa y caminar hacia ella. La mujer parece estar rodeada de un halo de misterio que hace que mis neuronas se sientan atraídas. Sin embargo, continuamos en nuestros asientos, mirándonos y sonriendo. Siento que la conozco de antes, hemos quedado en ese bar para charlar, pero no queremos dar el primer paso. Como un duelo en el oeste. Observándonos, analizando nuestros movimientos. ¿Quién será el primero en desenfundar?
Entonces ambos nos levantamos al unísono. Sonreímos. Comenzamos a caminar acortando distancias y nos abrazamos, procurando que nuestros cócteles no se derramen. El barman sonríe también al tiempo que dice "que idiotas sois". Esas son las únicas palabras del sueño. Me gustaría que el abrazo durase toda una eternidad y más aún.
Hoy he soñado. Acostumbro a soñar tanto y recordar tantos sueños que, en demasiadas ocasiones, me cuesta diferenciar entre aquello que fue vividos y cuanto fue soñado. El sueño de anoche no lo he recordado al despertar. Horas después, de improviso, como una corriente de aire, ha llegado hasta mí el recuerdo del sueño (o parte del sueño) de forma tan vívida que si no fuese porque no conozco en persona a la protagonista del sueño, estaría convencido de haberlo vivido.
Estábamos sentados en un sofá, en una especie de cabaña o casa con vigas de madera, quizás hubiese una chimenea con un fuego crepitando a un lado o quizás fuese una estufa. ¿Se puede recordar el olor de un sueño? Recuerdo olor a café, a canela y a chimenea, también el olor a un perfume dulzón aunque no empalagoso. Siento calor y percibo una tenue luz a mi lado. Creo recordar también que había luces de navidad colgadas sobre la chimenea (si es que existía). Cuando digo estábamos es porque estaba yo junto a esa mujer que conozco y nunca he visto, ambos bajo una manta de gruesa lana, quizás estuviésemos vestidos con pijama o solo con ropa interior. Recuerdo la tibieza de la piel de ella, nuestras manos entrelazadas, quizás abrazados o simplemente reposando el uno sobre la otra (o viceversa). Una tenue melodía de jazz era la banda sonora de esta escena. Recuerdo tener los ojos cerrados por lo que, en algún momento debía estar siendo espectador de mi mismo, ya que es imposible describir un escenario verlo.
Muchos de mis sueños son como una película de cine, siendo espectador y protagonista al tiempo. Sintiendo lo que sienten esos actores en el momento de rodarla, pero también lo que siente el espectador al contemplar los diferentes planos que construyen la narrativa.
Escucho la respiración de la mujer y acaricio su mano, siento su cuerpo caliente junto al mío. No es algo sexual sino la translación carnal del afecto. Sea del tipo que sea ese afecto.
Afecto, sensualidad, empatía, comprensión... ¿Puede todo eso soñarse?
Entonces la mujer pregunta si quiero ir a dormir con ella y lo manifiesta con esa voz que me sedujo desde el primer minuto que la escuché.
Acto siguiente estoy corriendo desnudo por la ciudad, es de noche, las farolas apenas alumbran una cerrada oscuridad y hace mucho frío. El viento azota mi cara y convierte mi cuerpo en un trozo de carne que cuelga de la nevera de un carnicero. No sé si me da más miedo el frío o el que alguien pueda verme correr desnudo. Resulta curioso que una persona que nunca corre siempre se imagina corriendo.
De repente la mujer está corriendo a mi lado, también desnuda. Me gustaría bajar la vista y contemplar su cuerpo desnudo, pero no lo hago porque toda esa carnalidad sigue siendo algo casi alejado de toda sexualidad. Es una situación sensual, como lo era el estar bajo una manta escuchando una melodía de jazz. Entonces la mujer me coge de la mano para correr juntos, ella parece no tener frío, parece importarle poco que alguien pueda vernos, simplemente me coge de la mano y sonríe.
Y entonces... suena el despertador y me levanto de la cama, incapaz de recordar lo que acaba de suceder.
Comenzar un texto con el título "es lo mismo que ir a un juicio y comenzar tu defensa diciendo" eso que llaman delito". La fidelidad (o infidelidad) es un hecho incuestionable, otra cosa es la interpretación que le demos a ello. ¿Es malo ser infiel? Quizás deberíamos preguntar ¿es malo mentir? Porque dejémoslo claro, la mayoría de las infidelidades no son más que una mentira (o la ocultación de la verdad). Nadie es infiel y va a su casa a anunciarlo de inmediato. Algunos si, pero no es la norma. Y si la infidelidad forma parte de un acuerdo, eso que llaman "pareja abierta" entonces no es infidelidad porque no hay mentira, sino acuerdo. ¿Entonces que pasa si le mentimos a nuestra pareja o no expresamos la verdad cuando esa verdad es que hemos tenido un encuentro íntimo con otra persona? Con esta pregunta, eso que al principio era "infidelidad" y que luego fue "mentira" parece se convierte ahora en "lealtad". ¿Es la fidelidad una deslealtad? La definición de lealtad es "sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia alguien". ¿Os dais cuenta? La palabra fidelidad está dentro de la definición de lealtad. Pero, personalmente, creo que son cosas diferentes.
Desde mi conocida amoralidad (en el sentido que no me interesa una moral impuesta) opino que, en ocasiones, la infidelidad es inevitable y lo es para salvar situaciones personales que, de otro modo, llevarían inevitablemente a la destrucción de la pareja. Nadie, por muy bueno que sea, puede darnos todo lo que necesitamos (ni viceversa) lo que implica que la felicidad con una pareja es una utopía a medias. Debemos renunciar a unas cosas para conseguir el conjunto de otras.
Y es que, en ocasiones, la pareja es ese sólido e indestructible Titanic navegando hacia el iceberg. Podemos ser leales, pero si el Titanic ha chocado ya y nos estamos ahogando en el mar, entonces sacar la cabeza y tomar aire en forma de infidelidad, nos permitirá seguir nadando, seguir vivos y reencontrarnos con los nuestros en la otra orilla.
Puede que esta defensa de la infidelidad (en según que momentos, especialmente en el mundo BDSM) sea todo un ejercicio de egoísmo, puede que parezca un catálogo de excusas para defender lo indefendible.
Pero defender que la fidelidad es la única manera de que una pareja funcione es lo mismo que asegurar que si confundimos el azúcar con la sal, el pastel estará igual de delicioso.
Al final lo que se impone es la realidad, el sobrevivir y el no confundir lealtad con fidelidad. Podemos ser leales aunque seamos infieles. Y esa infidelidad, en ocasiones, es necesaria para seguir nadando sin ahogarnos y poder reunirnos con los nuestros.