sábado, 5 de marzo de 2022

El cocinero, la comensal y un postre imposible de rechazar -2- (relato)

 

El cocinero se da la vuelta y la observa, mira con detenimiento sus pechos para que ella no tenga duda de que ahora mismo está más interesado en sus pezones que en sus órdenes. Después se marcha y vuelve con un postre igual que el de la mujer. Toma asiento junto a ella y ambos comienzan a comer sin mediar palabra. Comen lentamente, mirándose y degustando cada cucharada que entra en sus bocas.

-¿No tiene calor? -pregunta ella de repente.

Realmente tiene calor. El cocinero se pone en pie y se quita la chaquetilla quedándose con el torso desnudo. Después vuelve a sentarse y sigue comiendo.

-¿No es más liberador comer desnudos? -pregunta ella.

El cocinero no contesta, se limita a seguir comiendo.

-¿No quiere hablar? -pregunta ella.

-Hablaré cuando acabemos el postre porque entonces habrá acabado el servicio y usted habrá dejado de ser mi clienta. Ya no la obedeceré, sino que será usted quien me obedezca a mí.

-¿Cómo puede hablar con tanto convencimiento?

El hombre no contesta. Ambos siguen comiendo hasta que los platos quedan vacíos. Entonces la mujer golpea dos veces con la cucharilla en la copa del vino, como cuando se reclama la atención de todos los asistentes. Que en su caso solo son dos. El hombre no consigue evitar que una carcajada surja del fondo de sus pulmones. La situación no podría ser más ridícula. Le encanta.

-¿Qué llevaba este postre? -pregunta la mujer.

-Moras salvajes y helado de frambuesa, tal y como le he dicho. La elaboración es más compleja de lo que su nombre anuncia.

-¿Lleva leche?

-No, el helado no lleva lácteos. Nunca.

-Que pena, me encanta el sabor de la leche -dice ella sonriendo.

El hombre la observa, esa sonrisa mezcla de alegría y provocación. ¿Estará ella utilizando un símil? Sin lugar a duda, aunque es tan evidente que casi pierde su condición de metáfora.

-Aún podría sacar otro postre, queda helado y las moras se preparan rápidamente.

-Con leche…

-¿Está completamente segura?

-Lo estoy deseando -dice ella encogiéndose de hombros- ¿Necesita algún estimulo para conseguirlo? Ayuda, quiero decir…

-Creo que podré hacerlo solo.

El cocinero se levanta, recoge los platos y vuelve a la cocina. Saca el helado del congelador, prepara las moras y, una vez montado el plato, se baja los pantalones y se masturba con fuerza frente a aquella exquisitez. Una traición a su profesión y a su profesionalidad. No obstante, una de las primeras cosas que le aconsejaron cuando comenzó a estudiar cocina es que debía recordar que, casi siempre, el cliente lleva la razón.

O la clienta.

Con la imagen de aquellos pezones en sus retinas, el cocinero eyacula sobre el postre. Después se sube los pantalones y vuelve al comedor donde la mujer continúa sentada, bebiendo un poco de vino.

-Su postre -anuncia dejando el plato frente a ella.

¿Y si se ha equivocado? ¿Y si ella solo quería jugar un poco? De repente se arrepiente de todo, de haberse quitado la parte superior del uniforme, de haber eyaculado sobre el postre y de habérselo traído. De repente, en su mente, cientos de imágenes cruzan a toda velocidad y ninguna es agradable. ¿Y si pierde su trabajo?

La mujer está observando el plato, es imposible no darse cuenta del semen que ha caído sobre las moras y sobre el helado.

-Magnífico -dice ella cogiendo una cucharilla-, ¿puede sentarse a mi lado mientras acabo el postre? Esta vez no es una orden, es una súplica.

El cocinero toma asiento junto a la mujer y en ese mismo instante se da cuenta de que ella está completamente desnuda. Sus piernas son delgadas y el vello de su pubis es negro a diferencia del color plata de sus cabellos. La mujer abre levemente las piernas mientras lleva la cucharilla con helado y semen hasta su boca.

-Delicioso -dice saboreando aquella extraña mezcla de alimentos-. El lácteo mejora mucho el postre. Supongo que no quiere probar un poco ¿verdad?

-No, gracias.

-¿No tiene hambre? -pregunta ella, antes de comer, en esta ocasión, una de las moras también manchada de semen.

La mujer abre aún más las piernas permitiendo que el cocinero vea su sexo perfectamente. Una espléndida vagina de gruesos labios, perlada de humedad.

-Mucha -dice el cocinero arrodillándose frente a ella y hundiendo su cabeza entre las piernas de la mujer.

El hombre comienza a comerla mientras la mujer sigue comiendo el postre.

-Un servicio magnífico -afirma ella, ahogando sus jadeos.

-continuará- 



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