La mujer está sentada en una mesa situada al fondo de un bar repleto de gente. El ruido de las conversaciones se mezcla con el de los vasos, la máquina de café o el chirrido de la puerta de entrada. Precisamente es donde tiene clava la vista ella, esperando que se abra la puerta y aparezca su amo. Es la primera vez que lo verá en persona y no puede evitar que las manos le tiemblen ligeramente mientras se muerde el labio inferior. El hombre, su amo, le pidió que vistiese de una forma muy específica, al final acordaron que ella vestiría con ropas menos provocativas porque está en su barrio, cerca de su casa y no quiere cruzarse con un vecino que pueda verla vestir como no acostumbra a hacerlo La mujer ha pedido un café y está dando el segundo sorbo cuando le ve entrar por la puerta. El hombre se dirige hasta la mesa, sonríe y ella se levanta para darse dos besos tan castos como el de una abuela con su nieto. Toman asiento y el hombre la ordena que le pida una cerveza, la mujer se levanta rápidamente, corre a pedirla a la barra y después vuelve ella misma con un vaso y una botella, ella sirve con cuidado la bebida y le tiende el vaso al hombre quien asiente con la cabeza. Después comienzan a charlar hasta que, pasado un buen rato, el hombre (su amo) interrumpe abruptamente la conversación para anunciar que tiene hambre. La mujer se levanta con presteza, paga las consumiciones y salen del bar para dirigirse a su casa.
Todo cuanto sucederá lo han acordado, pero no por eso deja de ser nuevo, excitante e incluso despierta cierto temor que se apodera de su cuerpo. Que algo sea lo que esperas no significa que los nervios te paralice, sobre todo cuando llevas mucho tiempo esperando dar con alguien que te comprenda, que no te juzgue, que pueda llevar a cabo esas fantasías de las que otros se rieron en el pasado.
En la casa ella ha preparado la mesa, también ha estado toda la tarde cocinando lo que el amo le ha pedido. En el comedor, sin mediar palabra, el hombre comienza a quitarle la ropa hasta quedar completamente desnuda. Después él toma asiento mientras la mujer vuelve a la cocina para comenzar a servir la cena, regada con cava bien frío, finalmente se sienta frente a su amo para compartir el momento. Mientras comen, dialogan (él completamente vestido, ella completamente desnuda) hablan sobre ellos, escuchan sobre el otro, preguntan y repreguntan, comienzan a conocerse de una forma que no es habitual, pero que es lo que ella, como sumisa, necesita más que desea. De vez en cuando el hombre le da órdenes como que le llene la copa o retire los platos, ella se levanta rápidamente y obedece siempre, sin rechistar. Cuando acaban, toman asiento en el sofá y siguen bebiendo cava, ella sigue desnuda, él sigue vestido. Así debe ser, de ninguna otra manera.
La noche cae con toda rotundidad y el reloj anuncia que deben tomar una decisión. Aunque la decisión ya fue tomada. El amo le ordena que vaya al dormitorio a dormir, ella se levanta y él la sigue, la mujer se mete dentro de la cama y cierra los ojos, fingiendo dormir. El amo se sienta a su lado, acariciando su pelo, besándola.
-Lo has hecho bien -dice él.
La mujer sonríe tímidamente, aun si abrir los ojos.
-Te has ganado tu recompensa -continúa el amo mientras desliza una mano bajo las sabanas y comienza a masturbarla.
La mujer abre las piernas. Esa noche ha sucedido todo cuanto habían acordado, todo cuanto ella deseaba para una primera sesión. Y está convencida de que su recompensa es más que merecida. Mientras el hombre la masturba, también acaricia sus pechos, besa sus labios, acaricia su pelo, besa sus pechos... hasta que ella explota en su mano.
Entonces el hombre la besa en los labios y susurra un "descansa, has hecho un excelente trabajo" antes de salir de la casa.
Ni más ni tampoco menos.
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