La mujer ha estacionado su coche en el aparcamiento para clientes del motel. Al bajar del coche observa la construcción frente a ella. Lo ha visto varias veces en las películas norteamericanas, esos moteles de carretera que parecen copias unos de otros, carentes de personalidad, pero repletos de mugre e historias. Es anacrónico encontrar algo así cerca de su casa, a miles de kilómetros de Estados Unidos. Incluso hay un neón rojo que anuncia “Motel” encima de la recepción, un neón que emite una vibración casi sexual. Hasta ella llega un fuerte olor procedente de la gasolinera que hay al otro lado de la carretera. Ese aroma a gasolina que se introduce en tus fosas nasales y no te abandona en horas. Frente a ella hay una hilera de habitaciones, una pegada a la otra, con sus puertas y sus tejados gemelos. Solo hay luz en una de ellas. ¿Será esa? Saca un papel de su abrigo, en él ha apuntado con trazo nervioso “3B”.
Está demasiado nerviosa para arrancar a andar, pero debe hacerlo. Le ha costado mucho reunir la valentía para llegar hasta donde está ahora inmóvil. Sangre, sudor y lágrimas. Literalmente. Pero debe hacerlo porque es el final de su transformación. La guinda del pastel.
El olor a gasolina es tan fuerte que se ve obligada a taparse la nariz. ¿Cómo es posible que alguien pueda trabajar o dormir con ese olor? De repente, sus piernas se mueven en dirección a la única luz del motel. Va vestida con una falda corta y medias de rejilla, zapatos de tacón, camisa semitransparente, una cazadora de cuero y también una peluca y gafas de sol. A pesar de que hace horas que el sol se escondió más allá de las montañas que ahora se perfila contra la luna.
El ir disfrazada de esa forma la ayuda a mover un pie tras otro, sin detenerse. Ya no es ella, sino que se ha convertido en la perra en la que deseaba transformarse. Al fin. Aunque no es una transformación, es más bien esa mariposa que sale del capullo. Por fin se ha liberado. La peluca, las gafas, las medias de rejilla y la ropa interior… hacía años que nunca iba así. Quizás nunca ha ido así. Pero ayuda y ahora mismo su voluntad necesita toda la ayuda del mundo.
De repente se encuentra frente a la puerta 3B del motel. Da dos golpes y espera nerviosa. Le tiemblan los brazos y las piernas y siente que, en cualquier instante, caerá al suelo desmayada. Es una sensación real, no le quedan fuerzas…
La puerta se abre, pero no hay nadie. Solo una leve penumbra. La mujer entra, tras la puerta, colgado del pomo, hay un antifaz. La mujer cierra la puerta y se coloca el antifaz sobre los ojos.
-Ya estoy, amo -dice.
Escucha unas pisadas. Puede olerlo, sentirlo. Es él… su amo.
El hombre le quita el bolso, la chaqueta y la acompaña para que de unos pasos al frente. Después la desnuda completamente y de repente no sucede nada más.
-¿Amo? -pregunta ella al cabo de un rato.
-Estoy tumbado en la cama -dice la voz-, observando a mi perra desnuda.
La mujer no puede dejar de temblar. Está completamente desnuda, su amo la ha despojado incluso de la peluca y las gafas. ¿Le gustará su cuerpo? Se ha depilado como le ordenó. ¿Le gustarán sus pechos? ¿Sus piernas? La mujer sigue temblando, insegura de su cuerpo, insegura de sus capacidades.
-Deja de temblar -susurra el hombre-. No tienes nada de que temer. Eres mi perra y voy a usarte. Es lo que deseas y sabes que va a encantarte. Lo sabes aunque te use como nunca te ha usado nunca antes.
-Si amo.
Ella escucha como el hombre se levanta, después nota como la coge del pelo y la lanza sobre la cama. Nota la mano del hombre apretando su cuello con fuerza, los labios de él se estampan contra los de ella que abre la boca intentando inútilmente coger aire. ¿Y si es un loco que quiere ahogarla? El hombre deja de presionar y baja los dedos hasta su coño, nota varios dedos entrando en su sexo y en su culo. El hombre tira de su vello púbico con fuerza mientras le escupe en la cara.
-¿Quién eres? -pregunta él.
-Tu perra -contesta la mujer.
El hombre aprieta uno de sus pezones con tanta fuerza que casi la hace llorar.
-¿Quién eres? -repite él.
-Tu perra arrastrada -dice ella rápidamente.
La respuesta ha sido algo natural. Por fin lo comprende. No hace falta con decir que eres una perra, debes sentirlo y para ello debes encontrar a la persona que te haga sentir así, que te haga sentir bien siendo un escombro.
El hombre la lanza al suelo. La mujer queda estirada, siente el pie de él presionándola en un costado. La mujer sonríe. Por fin ha llegado el momento.
Una perra arrastrada.
Esa noche el hombre la usa para su placer sin preguntarle nada. Usa todos sus agujeros y la deja en el suelo desnuda, sudada, sucia y exhausta.
Cuando la mujer despierta es de día. Está sola en la habitación. Se quita el antifaz y no ve a nadie. Le duele el cuerpo, pero se siente más feliz de lo que se ha sentido nunca en su vida porque ha sucedido todo cuanto habían pactado y ha sucedido de la forma más sucia e impersonal posible.
La mujer toma una ducha, vuelve a vestirse y sale de la habitación. Esta vez sin la peluca ni las gafas. El sol golpea en su rostro mientras los pájaros cantan escondidos en algún lugar y el olor a gasolina sigue siendo insoportable.
Ya no necesita la peluca, ya no necesita ocultarse ni engañarse a sí misma.
La perra arrastrada es real, al fin.
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