martes, 8 de marzo de 2022

La auténtica perra arrastrada

 Ocho grandes heroínas televisivas

La perra está sentada frente a la mesa de un pequeño despacho, viste un pantalón negro, de corte recto y hasta la cintura, también calza zapatos negros de tacón, una camiseta de cuello redondo, con medias mangas, tejida en seda de color morada, encima luce una chaqueta negra. Todo muy sobrio, muy negro, como la ropa interior que no puede verse, una braguita tanga también de color negra para que no se transparente ni se note a través del pantalón un sujetador negro a conjunto. La perra tiene la vista clavada en un montón de papeles y, de vez en cuando, desvía la vista hacia el ordenador. Aunque en realidad toda la atención de la perra está en el teléfono móvil, en una esquina de la mesa, porque cada vez que suena la recepción de un mensaje, el corazón le da un vuelvo y toda esa negrura y sobriedad se convierte en un mundo encarnado y húmedo. Cada vez que lee los mensajes de quien desea ser su amo en el teléfono. Ella también desea ser su sumisa, su perra arrastrada, lo desea más que ninguna otra cosa y cada vez lo tiene más claro, pero entonces el terror se apodera de las extremidades de la abogada e impide que de ni un paso más. ¿Se estará volviendo loca? Hace poco que se separó y está convencida de que ha llegado el momento de comenzar una aventura que la lleve más allá de lo que conoce. Ha leído relatos sobre BDSM y a las pocas palabras siempre ha comenzado a sentir la humedad dentro de su ropa interior. No por lo que se describe sino por como se describe. Quiere ser esas perras descritas en los relatos, mujeres sin voluntad, instrumentos del placer ajeno. Desea quitarse todas esas ropas sobrias, olvidarse de su trabajo e incluso de su vida y estás desnuda y atada boca abajo en una cama, con los ojos vendados mientras un hombre está poniendo vaselina en su culo para sodomizarla por primera vez en su vida. Está deseando que alguien la use, le haga sentir un placer que pocos conocen. Pero entonces, una vez más, los miedos se apoderan de ella. ¿Y si se vuelve adicta a todo ese placer? ¿Será una buena sumisa con lo rebelde que es? ¿Y si se trata tan solo de una fantasía que deba quedarse en el terreno de las fantasías?

Como dijo Eugene Ionesco “la libertad de la fantasía no es ninguna huida a la irrealidad; es creación y osadía.”. O por decirlo de otra forma, las fantasías no significan huir de la realidad, sino crear un mundo diferente, una osadía de la mente. Y cuando esas fantasías se convierten en realidad es cuando la libertad a la que se refiere Ionesco es total, libertad de ser quien quieres.

Por eso, el amo se empeñaba en recordar a la perra que las fantasías debían llevarse, siempre que fuese posible, a la realidad porque, de conseguirlo, podías acceder a un mundo nuevo donde ser uno mismo, donde disfrutar sin remordimientos.

No obstante, la mujer, la abogada, la perra, da dos pasos atrás por cada paso adelante que consigue dar. Construyendo cientos de excusas en su cabeza, muchas de las cuales ni tan solo cree en ellas. Dejando para el día siguiente la posibilidad de conseguir lo que lleva meses buscando de forma consciente y años de forma inconsciente. Negándose a sí misma por miedo a que algo cambie en su vida. Sin darse cuenta de que quiere convertirse en una perra sumisa precisamente para que algo cambie en su vida.

Por eso, a cada mensaje del amo, ella responde con las mismas frases “no estoy preparada”, “estoy perdida últimamente”, “únicamente es curiosidad”, “soy de pueblo y tengo demasiados prejuicios”, “soy consciente de que debería, pero no debo entrar”, “siento demasiado respeto”, “tengo miedo”, “mi cerebro no puede procesar tanto placer”, “perdería el norte y acabaría loca”, “no se puede jugar con estos temas”, “no podría ser juguetona”, “estamos demasiado lejos”, “tendría que buscar un hotel”, “¿Qué pasaría después de la sesión?”, “soy demasiado tímida”, “primer tengo que amueblar mi cabeza”, “es mejor esperar”, “no quiero hacerte perder el tiempo”, “igual me engancho como una droga”, “si lo hago me obsesionaré con el sexo”, “tengo que valorar si estoy preparada”, “soy demasiado racional” y cientos de excusas más de las cuales ella misma no cree ni la mitad de lo que dice, construyendo frases propias de abogados para exculpar a uno de sus clientes que sabe que es culpable.

El amo considera que muchas de esas excusas son reales, pero también que solo una de las excusas es la que la frena: el miedo a descubrirse a ella misma. El miedo a descubrir que esa abogada que está vestida sobriamente y sentada tras una mesa luchando en un mundo de hombres es, en realidad, una perra arrastrada que lo único que desea es ser usada y experimentar todo cuanto ha soñado durante años. 

El amo está convencido que lo único que necesita la abogada es ir hasta un hotel, vestida tal y como está, alquilar una habitación donde esperar al amo con una venda en sus ojos. Escuchar con se abre la puerta y esperar sentada en el borde de la cama. Escuchar como el amo entra, la pone en pie, la desnuda, la ata a una cama y comienza es lento proceso que consiste en convertir a la recatada y temerosa abogada en una auténtica perra arrastrada.

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