martes, 5 de abril de 2022

Forzada meretriz (relato)

 

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La mujer acaba de salir del despacho en el que trabaja, va vestida con un pantalón de pinzas, estampado con cuadro escoceses, bota militar, y un suéter negro. Antes de salir de casa intentó compensar la sobriedad de su ropa pintándose los labios de rojo, pero al llegar al trabajo se ha dado cuenta de que va a estar toda la jornada con una mascarilla puesta, así que sigue siendo la misma mujer sobria y formal de siempre. 

¿Qué hace la mujer esperando en una esquina de una calle, en plena noche, muerta de frío y observando temerosa cada coche que enfila la calle? Esa es la clave: los coches que llegan. Uno de esos coches estará conducido por su amo, alguien a quien nunca ha visto en persona. Los nervios la han atenazado de tal manera que ni tan siquiera puede salir corriendo (lo que desearía) porque ha quedado congelada.

De repente un coche negro se detiene a su lado, se abre la ventanilla y el hombre pregunta "¿cuánto?".

¿Será su amo o alguien que la ha confundido con una prostituta callejera? No, la segunda posibilidad es imposible. Una meretriz nunca se vestiría como ella para hacer la calle. ¿Y si es alguien que conoce? Nunca debería haber aceptado quedar con él tan cerca de su entorno cotidiano.

La mujer observa al hombre, de unos cincuenta años, pelo blanco y gafas. Es él. "¿cuánto?", repite el hombre, esta vez con voz más autoritaria.

"Cinco euros" contesta ella.

La puerta del copiloto se abre y la mujer entra. Toma asiento sin ser capaz de mirar al hombre al rostro. Después le indica por donde debe ir hasta que llegan a un descampado. Entonces el hombre para el motor y le da un antifaz. La mujer se lo coloca y espera. Escucha un sonido que es familiar, el hombre ha movido su asiento hacia detrás, después el sonido de una cremallera bajando y de ropa arrugándose.

"Comienza", dice él, cogiéndola de la cabeza.

La mujer toma aire y se agacha en dirección al pene de él, tiene las manos heladas, pero el hombre no se queja cuando le coge el miembro. Sin pensarlo se lo mete en la boca y comienza a chupar lo mejor que sabe. El hombre, su amo, comienza a indicarle como hacerlo diferente para obtener más placer. Siente una de sus manos deslizándose bajo ella y comenzando a tocarle los pechos por encima de la ropa, sobándoselos sin contemplaciones mientras ella sigue haciendo la felación. Después las manos del hombre van hasta su culo, magreándolo, mete una mano dentro de sus pantalones y acaricia su vello púbico, ella se estremece. No quiere que la toque ahí abajo porque eso la haría perder la concentración y debe mantener el foco en aquello para lo que su amo le ha pagado cinco euros.

-Me voy a correr, decide donde -dice el amo.

A ella le encantaría sentir su semen caliente derramándose por el interior de su boca, pero entonces le llegan a la cabeza mil imágenes de enfermedades que ni tan solo conoce. Porque la realidad es que no conoce a ese hombre.

Pero todo es una locura, así que porque continúe la locura cinco minutos más para hacer feliz a su amo, no será una tragedia. 

El hombre eyacula en su boca y la mujer recibe toda la descarga, tragando una tras otra, feliz de escuchar los gemidos de placer de quien es su propietario. Pocas veces ha estado más feliz y más orgullosa en su vida.

Cuando acaba, ella vuelve a incorporarse en su asiento mientras escucha como su amo vuelve a vestirse. El coche se pone en marcha, ella aun con la venda en los ojos y restos de semen en su boca. El hombre la ordena que se quite el antifaz. Ella obedece, pero no es capaz de mirarle a los ojos.

-¿Cómo estás? -pregunta él con voz amable.

-Bien amo, gracias por preguntar.

-Entonces dime donde debo dejarte...

La mujer le da unas indicaciones. Al llegar, él detiene el coche y saca cinco euros de uno de sus bolsillos que le tiende a la mujer, quien lo coge y lo guarda en su bolso.

-Vete -ordena el hombre.

-Sí, amo.

La mujer baja del coche y se queda inmóvil mientras observa el coche desaparecer en la noche. Hace un frío terrible, pero ella está ardiendo por dentro. Al llegar a casa observa su imagen reflejada en el espejo, está despeinada y todo pintalabios rojo se ha corrido por su rostro. Podría parecer una payasa, pero siente que esa imagen es la de la mujer más hermosa del mundo, también la más orgullosa, la mejor sumisa. 

El ave fénix resucitada.

Mete la mano en el bolso y saca el billete de cinco euros. Lo observa mientras pasa la lengua por el interior de su boca, aun saboreando lo que queda del semen de su amo. Ahora sabe que va a guardar esos cinco euros el resto de su vida, porque es el comienzo de su etapa como sumisa pero, sobre todo, porque ese dinero es el principio de esa ave fénix que está remontando el vuelo hacia el cielo.

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