La mojigata está caminando por una calle casi vacía, estamos en el más crudo de los inviernos y un viento terrible azota la pequeña ciudad. El aire helado se te introduce en los pulmones y te impide casi respirar, el frío atenaza tus manos y seca tus ojos. Pero ella, pese a su mojigatería, camina con paso firme, en el convencimiento de que ha perdido la cabeza, pero también de que ya le da todo igual. ¿Acaso un loco es consciente de su locura? La mojigata ha abandonado hace unos minutos el pequeño despacho de abogados donde trabaja, va vestida con un sobrio pantalón negro, botas y un jersey blanco, escondida y protegida bajo un grueso abrigo de lana que, en tiempos pretéritos, ni tan siquiera su abuela lo hubiera lucido por antiguo. Pero a la mojigata poco le importa, se siente protegida bajo esa prenda de ropa propia de otros tiempos y otras gentes. Como ella misma.
Al cabo de cinco minutos llega a su destino. Alza la vista y ve el rótulo que dice "Cine X, Sexshop, videoclub, cabinas privadas y copistería". No puede evitar una sonrisa, el último cine X de toda la provincia es también una copistería. Antes de abrir la puerta, por su cabeza cruza la idea de que está demasiado cerca del trabajo. ¿Y si se encuentra con alguno de sus compañeros abogados? Ya da igual todo, para renacer de tus cenizas, antes has de arder por tus pecados.
La mujer empuja la puerta y lo primero que ve es una especie de mostrador a su derecha con un tipo de expresión aburrida haciendo un crucigrama, tras él un grupo de fotocopiadoras y ordenadores y al otro lado una cortina roja, cerrada.
-Hola -dice ella, tímidamente.
El hombre levanta la vista del crucigrama.
-¿Quiere hacer una fotocopia? -le pregunta.
¿Como pensar que una mujer como ella, vestida con ella y en una ciudad tan pequeña, iba a entrar en aquel lugar, a hacer cualquier otra cosa que no fuese una fotocopia?
Lógico.
-Quiero una entrada al cine X -dice ella, intentando que su voz suene firme, aunque le tiembla todo el cuerpo.
El hombre abre un poco los ojos, ahora parece interesado.
-¿No quiere una cabina? También puede ver una película en una cabina y nadie la molestará -dice él.
-¿Hay o no hay un cine X ahí dentro? -pregunta ella, intentando acabar cuando antes la conversación.
Tiene miedo de que alguien pueda entrar y reconocerla.
-Bueno... un cine X... es una pequeña sala donde proyectamos las mismas películas que en las cabinas -continúa el hombre- pero, entre usted y yo, ahí dentro puede encontrar de todo. Mejor una cabina.
-Deme una entrada para la sala -repite ella.
El hombre se encoge de hombros, le da un pequeño ticket, ella paga cinco euros y después él le indica que debe cruzar la cortina, girar a la derecha y estará frente a una puerta con un rótulo que dice "cine".
Dos minutos más tarde, la mojigata empuja la puerta y entra un pequeño espacio en penumbra con una pantalla no demasiado grande al fondo donde se proyecta una película porno y unos treinta asientos, dos de ellos ocupados. Las cabezas de las dos personas se han girado al abrirse la puerta, parecen las siluetas de hombres. La mojigata toma asiento en la última fila mientras en la pantalla, una rubia neumática finge tener un orgasmo mientras un semental aceitoso la folla el culo. Al cabo de un rato se da cuenta de que uno de los hombres está moviendo su hombro rítmicamente, se está masturbando. El otro no. La mojigata se quita el abrigo, tiene un calor que no es normal.
De repente, el otro hombre, el que no parece estar masturbándose, se levanta de su asiento, camina unos pasos y se sienta a su lado, dejando un asiento vacío entre ambos. La mojigata le mira, es un tipo de mediana edad, con gafas y parece que tiene el pelo blanco. No es atractivo, tampoco es feo. Es de esos tipos con los que te cruzas por la calle y no giras la cabeza a no ser que te haya robado el bolso.
La mujer aprieta con fuerza el bolso contra su regazo.
El hombre está mirándola, ella también le devuelve la mirada, sus rostros iluminados con la luz que llega desde la pantalla. La mojigata sonríe, el hombre se baja la cremallera y saca su pene. ¿Ahora que? No está preparada para algo así, está deseando cogerle el pene, pero su parte más pueblerina le aconseja que no lo haga. ¿Vivirá cerca aquel tipo? ¿Y si algún día se encuentra con él por la calle? La mojigata cierra los ojos, se levanta y se sienta a su lado. Al cabo de dos minutos, ella está tumbada sobre el asiento de él, haciéndole una mamada. El hombre está tocando a la mujer por encima de la ropa, magreándola sin miramientos mientras la ahoga con su polla. La mojigata sabe que ese no es su lugar, pero ahora mismo no quiere estar en ningún otro.
El hombre la ha cogido del pelo y está marcando el ritmo y hasta donde debe tragarse su miembro mientras, en la pantalla, se proyecta una escena parecida. La mojigata, más mojigata que nunca, se da cuenta de que aquel tipo se va a correr en su boca. ¿Y si le pega una de todas esas enfermedades que hay corriendo por ahí? Le da igual, solo quiere sentir su leche caliente derramándose dentro de su boca. La perra aparta de un golpe a la mojigata y sigue chupando, esperando que se corra. El hombre no tarda en hacerlo, llenando su boca de semen. La mujer sigue chupando, tragando, limpiando. Después levanta la cabeza y ve que el otro espectador está de pie, en el pasillo, mirando el espectáculo y masturbándose. La perra sale al pasillo, se arrodilla frente al segundo hombre y recibe una nueva descarga de semen en su boca.
Después se limpia y abandona la sala.
El tipo de la entrada la ve salir por las cortinas y sonríe de forma extraña.
-¿Le ha gustado la película? -pregunta.
-No ha estado mal.
-Hablo de la película que se han montado entre ustedes tres...
-¿Cómo diablos...?
Entonces el tipo le hace una seña para que ella se acerque. La mojigata descubre que, bajo el mostrador, hay varios monitores que controlan los espacios al otro lado de la cortina, incluso hay una cama de visión nocturna enfocando la sala de cine.
-Es por seguridad -dice el encargado encogiéndose de hombros.
-¿Y a usted le ha gustado la película? -pregunta ella.
-Mucho -contesta el otro, sonriendo.
De repente, la mojigata siente que aquello también la excita sobremanera, el sentirse observada mientras dos desconocidos eyaculan en su boca.
-Si esto es una copistería -comienza ella- ¿podría tener una copia de lo que acaba de ver en ese monitor?
-Todo tiene un precio -contesta el hombre mientras se aprieta los genitales por encima del pantalón.
La mojigata, ahora más perra que nunca, sonríe mientras mira su reloj.
Aun queda tiempo... ¿por qué no?
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