jueves, 23 de febrero de 2023

Decidirse


En este mismo blog he escrito mucho sobre ese impredecible milagro que nos mueve a traspasar una línea imaginaria y adentrarnos en el mundo del BDSM. Y digo milagro porque la razón impone que el cruzar esa línea signifique adentrarse en la locura. 

Pasamos mucho tiempo en nuestro amable sofá, viendo series de Netflix, quedando con amigos, viendo a nuestros hijos correr por el comedor, tomando una caña en el bar de la esquina, odiando los lunes cuando entramos a trabajar. Hemos metido todo eso (y mucho mas) en una batidora para convertir nuestras vidas en algo cotidiano donde sentirnos cómodos. Porque la cotidianeidad es control. La cotidianeidad es conducir con el cinturón de seguridad. 

Entonces, algo escarba en nuestras fantasías y soñamos (una vez mas) con la idea de convertirnos en dominantes o dominados. En escapar de esa rutina. En adentrarnos en algo que desconocemos. Pero hemos escuchado , leído, visto e imaginado tantas veces sobre el BDSM que volvemos a nuestro mullido sofá porque la otra opción parece demasiado extrema. Y así una y otra vez. He conocido a personas que con sesenta años tuvieron su primera sesión, otras lo hicieron siendo menores de edad. El abanico es tan grande como la propia vida consciente. E incluso cuando ya hemos levantado el culo del sofá y hemos comenzado a caminar hacia esa luz que parece oscuridad, en algún momento sacudimos la cabeza de un lado a otro y volvemos al sofá.

¿Pudiendo estar calentito viendo una serie en televisión quien quiere estar en una habitación estando desnudo, usado o incluso humillado? La respuesta es sencilla: esa cotidianeidad debe romperse en mil pedazos para poder recomponerse. Porque la mayoría de las veces, el hecho de que alguien comience en el BDSM no es por voluntad sino por pura necesidad. Necesidad de huir, de conocer, de reinventarse... necesidad de placer, dolor, humillación o poder.

¿En que momento nos decidimos a tener nuestra primera sesión? Es el mismo momento en que firmamos una hipoteca, le pedimos matrimonio a alguien o decidimos cambiar de trabajo. Son momentos que, pensados con absoluta frialdad, nos llevaría a no hacerlas. Porque en el sofá se sigue estando calentito.

Pero después existen esos otros momentos donde deseamos que nos rompan por dentro, necesitamos explotar de placer, necesitamos un espacio donde todo sea posible, donde abandonarnos y gritar con fuerza. Ese espacio al que querremos volver porque esa rotura dota de cierto sentido a la cotidianeidad.

Algunas personas se adentran en el BDSM por puro placer, placer físico incluso. Otras se adentran por una necesidad que desconocen. Otras lo hacen por curiosidad o porque siempre fantasean con ello mientras tienen sexo con otras personas o se masturban. Pero todas abandonan el sofá para volver después a él.

Tomar decisiones no es fácil, tomarlas a la ligera es aun más difícil. Porque cuanto menos pensamos mas culpables nos sentimos. Nos han enseñado que debemos ser responsables y debemos actuar dentro de cierta moral. El BDSM parece ir contra eso. Una locura donde cuanto sucede es reprobable entre dos personas. algo que nos hará sentir culpables. 

Cuanto todo se tuerce necesitamos una salida, cuando todo se estanca también. El BDSM no es una solución a ninguna de esas cosas. Pero tener la necesidad de ser dominado o dominante y no ejercer (o ni tan siquiera probarlo) es como ir al mejor restaurante del mundo y saltarnos los postres porque engordan.


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