Aquella tarde, los rayos dorados del sol apenas conseguían filtrarse tímidamente por las cortinas entreabiertas, creando un juego de luces y sombras en la habitación. La mujer se encuentra recostada en la cama, con el corazón palpitando con fuerza y la piel erizada por la anticipación. En la buscada penumbra de esa habitación, dominante y dominado se hayan inmersos en ese largamente deseado juego construido en base a la de seducción y deseo. La atmósfera está cargada de anticipación, mientras ella yace desnuda en la cama, con las muñecas sujetas firmemente a los extremos de la cabecera con suaves ataduras de seda. Los ojos de ella brillan con un brillo travieso, aunque el hombre no pueda verlo porque ella lleva una venda cubriendo sus ojos. Había estado esperando este momento durante días, desde que aquel desconocido le había sugerido un encuentro especial. La idea de dejarse llevar por la pasión y la lujuria la había mantenido despierta durante noches enteras, imaginando cada detalle de lo que estaba por venir.
Ahora el hombre se mueve con decisión alrededor de la cama. La luz de las velas danzaba sobre la piel desnuda de ella, dibujando con trazo delicado su cuerpo y provocando una lujuria irresistible en el dominante que se inclina para rozar sus labios c en un beso que el escenario anunciaría cargado de pasión y deseo, pero que se convierte en algo delicado, casi infantil. Un beso robado a una amiga en una noche de tormenta antes de salir corriendo en direcciones opuestas, avergonzados. El cuerpo de ella se estremece cuando las manos de su amo comienzan a acariciar su piel con una delicadeza experta, enviando oleadas de placer a cada fibra de su ser. Con cada caricia, la excitación de ella crece, sus sentidos agudizados por la sensación de vulnerabilidad y entrega, completamente a merced de él, y la sola idea de que esa indefensión durará más de lo esperado la llena de un éxtasis cuasi embriagador que la hace temblar de anticipación. El hombre continúa explorando cada centímetro de su cuerpo con manos expertas, sus labios y lengua dejando un rastro de fuego sobre su piel mientras desciende lentamente por su torso. Cada caricia, cada beso, son una descarga eléctrica que acerca un poco más al abismo del placer, dispuesta a dejarse caer.
Cuando finalmente llega a su
destino, el dominante se detiene, con sus ojos oscuros ardían con un deseo
abrasador mientras admiraba la belleza de la mujer atada y entregada a él. A continuación,
se sumerge entre sus piernas, su lengua hábil explorando cada pliegue y rincón
de su intimidad con una entrega que roza la devoción.
Los gemidos de placer resuenan en
la habitación mientras la mujer se deja llevar por las sensaciones que comienzan
a apoderarse de su razón. Cada lamida, cada mordisco, cada beso entre sus
piernas la acerca aún más al éxtasis, su cuerpo arqueándose en respuesta al
placer, con unas ataduras que no le permiten moverse como debiera. Y cuando
finalmente llega al clímax, el mundo se detiene mientras todo su ser se sumerge
en una explosión de placer que consume todos sus sentidos. Estando atada se siente
liberada de todas las inhibiciones y reproches, entregándose por completo al
éxtasis del momento.
El dominante la libera de sus
ataduras con cuidado y se tumba junto a ella, sus cuerpos entrelazados en un
abrazo apasionado mientras reparan el silencio que hace unos minutos había sido
rasgado por los gemidos de ella. Conscientes de que ese momento es solo el
comienzo de una travesía que difícilmente olvidarán.
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