En el perpetuo debate acerca de
las diferencias entre sexos hay quienes, armados del mayor convencimiento,
aseguran que fuimos, somos y seremos iguales. Otros argumentan lo contrario.
Entre los segundos hay incluso quienes aseguran que las mujeres son inferiores
a los hombres lo cual demuestra que, incluso los que llevan una esvástica
tatuada en el pecho, se permiten opinar sosteniendo la sexta lata de cerveza
entre sus manos. Y eso que aun no es ni mediodía.
Aun a riesgo de caer en el
esperpento, voy a opinar sobre esto, en la sensatez de que diga lo que diga,
siempre acabaré ofendiendo a alguien, sea quien sea. En eso consiste también
opinar.
La experiencia me hecho conocer
algunos hombres y mi conclusión es que no se parecen a las mujeres. Diría más:
apenas se parecen entre ellos. De igual manera sucede con las mujeres. Nadie se
parece a nadie, aunque sean gemelos. Y, aun y así, seguimos empeñándonos en que
agua y aceite es la misma cosa únicamente porque ambos son líquidos. Somos
diferentes, por descontado, pero no solo hombres y mujeres, tampoco lo son
cualquiera de todos esos nuevos géneros (e incluso los sin género) que, por
edad, ya no acierto a comprender. Me esfuerzo, pero las nuevas realidades me
superan así que mi cerebro sigue esforzándose en ver el mundo de forma binaria.
Cada persona que encontré en mi
camino tenía un motivo para hacer lo que hacía. La gente dominante también
tiene sus motivos, por supuesto. ¿Qué actividad donde se juntan dos o más
personas carece de motivo? He visto sumisas silenciosas y temerosas de todo que
soportaban los castigos más extremos sin la menor duda, sin hacer gala de sus
virtudes. He contemplado al agua y al aceite acercándose y alejándose y durante
todos estos años he aprendido sobre la condición humana más que cualquier otra
persona que conozca.
Y conozco a muchas personas. Incluso
personas que no sabían ni que significaban las siglas BDSM. Y sigo siendo un
ignorante que se equivoca. Y eso es bueno porque puedo seguir aprendiendo de
cualquier con quien me cruce.
Disfrutad si os apetece, sin
excusas ni miedos. Disfrutad imaginando de la misma manera en que otros disfrutamos
recordando, escribiendo y construyendo una fantasía en base a una realidad que es
desconocida para una mayoría.
No juzguéis a los demás, pero,
sobre todo, no os juzguéis a vosotros mismos si algo que rechazáis u os atrae
más de lo que imaginasteis. Porque ese es el cometido de la vida: sorprendernos.
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