miércoles, 10 de abril de 2024

Nunca imaginé que sucedería (relato)

 

"Chair" (Alen Jones, 1969) 

(Cuando escribimos, intentamos ponernos en la piel de quienes no seremos nunca. “Nunca imaginé que sucedería” mezcla los tópicos que arman el constructo de un relato erótico. Lo releo y siento que funciona, pero no es tan original como debiera. Como ese avión que continua el vuelo con el piloto automático. De todas formas, contiene un elemento novedoso, un escenario inusual que funciona a modo de necesario lubricante que ayuda a que ese motor funcione sin chirriar demasiado. Y es que a veces, cuando algo funciona, no hay que adornarlo innecesariamente.)

 “Cada fracaso nos enseña algo que necesitábamos aprender” (Charles Dickens)

 Nunca imaginé que sucedería. Tampoco que me casaría o que fuese a tener dos hijos. Nunca imaginé que dejaría el trabajo y me marchitaría en casa como una planta a la que han olvidado regar. Nunca imaginé tantas y tantas cosas que el solo hecho de que sucediesen ha instalado en mí tal sentimiento de frustración que ha borrado de un plumazo toda sombra de alegría o de sorpresa. Mi nombre es María y tengo treintaicinco años, vivo en Barcelona y soy lo que siempre se ha etiquetado de forma despectiva como una “ama de casa”. Si echo la vista atrás puedo ver aun a esa muchacha rebelde, con ganas de comerse el mundo, con ambiciones, sueños y una libertad fuera de toda razón. Hoy todo eso se ha esfumado envuelto en una densa nube de ese humo falso propio del número de un prestidigitador que actúa en casinos de provincias.

El culpable se llama Julián, a su vez mi marido y a su vez mi amante esposo. Aquel que me protege y me educa. Julián no es un mal tipo, al principio me eclipsó con su verborrea y su talonario repleto de dinero, Cuando quise darme cuenta del truco ya había parido dos hijos suyos. Vivimos en una casa a las afueras de Barcelona donde ahora estoy sentada en el sofá, imaginando que el lugar donde estoy es el lugar que quizás deseen muchos. El sol entra por un gran ventanal, al otro lado del cual hay un jardín cuidado, una piscina y el falso prestigio de quien tiene que demostrar que acumula más dinero que su vecino.

Yo no soy esa persona. Nunca imaginé que sucedería, aunque sucedió: me abandoné a los deseos de otro hombre, unos anhelos ajenos que ahora son los míos. Nunca imaginé que sucedería, aunque soy una sumisa esposa para mi marido y una perfecta sumisa para mi amo. No son la misma persona, gracias a Dios, tampoco me plantee nunca que debiesen convivir. Estoy sentada en este sofá de piel italiana mientras los niños están en el colegio y Julián está en Madrid de viaje de negocios. Nunca imagine que sucedería, aunque volverá a suceder, ahora mismo. Mi amo viene a mi casa, a esta cara vivienda repleta de recuerdos, viene a someterme en el terreno donde nunca debería. Debo dejar de pensar. Porque si lo hago con un poco de lógica nunca abriré la puerta. ¿Dejar entrar a mi amo en mi casa? Él vive solo, ahora deberíamos estar en su apartamento donde ya hemos tenido varias sesiones. Podríamos ir a un hotel. Pero no. Mi amo quiere humillarme aquí. Y creo que empiezo a comprender sus perversos motivos.

El timbre de la puerta ha sonado. Me levanto y me encamino a la entrada. Voy vestida como ordenó mi amo. Con una falda ancha y una camisa blanca. Nada más. Mientras me miraba en el espejo veía la imagen que los años había hecho de mí. Puede que sea una mujer atractiva, pero ya no soy esa joven. Mis caderas se han ensanchado, mis pechos han crecido, también han caído. Quizás los demás me vean como una atractiva morena de mediana edad, y ese juicio es algo que odio con todas mis fuerzas. Odio lo que soy, odio profundamente en lo que me he convertido.

Abro la puerta y ahí está él. De pie. Sin articular palabra. Con esos ojos negros clavados en mi alma. Me hago a un lado y le permito el paso, después cierro la puerta y me pongo a cuatro patas. Mi amo saca un collar y me lo coloca alrededor del cuello.

—Enséñame tu casa, perra —ordena suavemente.

Con tan solo oír su voz ya me estremezco.

Comienzo por gatear mientras él me pasea por todas las estancias de nuestra casa. Cuando llegamos al dormitorio mi amo me propina una patada que me hace revolcarme por el suelo.

—Así que es aquí donde cada noche te acuestas con ese hombre.

No puedo contestar, me he quedado sin respiración por la violencia del golpe. Puedo sentir como mi amo tira de la correa y me obliga a levantarme. Me arranca la camisa y me quita la falda. No puedo pensar, me duele el cuerpo, me duele el alma.

—Enséñame fotos de tu familia —ordena mi amo.

Mientras se las muestro, él hace comentarios jocosos sobre mis hijos, mis padres o mi marido. Es humillante, aunque también es maravilloso. Ese hombre está diciendo en voz alta todo cuanto yo pienso, pero borro de inmediato de mi cabeza.

Poco después mi amo está sodomizándome en el suelo del lavabo, con mi cabeza metida en la taza del wáter, el agua moja mis cabellos y no puedo ver nada, es angustioso. Siento como su pene intenta romperme en dos. Es un más humillante que lo de las fotos, es aún más doloroso que su patada en las costillas. Es aún más maravilloso. Nunca imaginé que sucedería. Me he convertido en una sumisa. Me he convertido en todo aquello de lo que renegaba. Quizás debiera aceptarlo mientras siento como mi amo eyacula en mis entrañas. Quizás no. Debo apartar de un manotazo todo análisis basado en la razón y la moral. Obligarme a sentir. Sentir como dos minutos más tarde su látigo me golpea en los pezones o sentir como diez minutos más tarde las gotas de vela se enfrían en mi sexo. Es una locura. Todo esto está sucediendo en nuestra casa. Y aun y queriendo abstraerme dentro de mi propio dolor, no puedo evitar que el análisis se construya lentamente, dándome a entender que lo de hoy podría ser una lección que me enseñe lo más importante que tengo delante de mi amo: que nada me pertenece.

Miro a mi amo y le doy las gracias. Mi amo me corresponde con una violenta bofetada.

—Nunca me des las gracias.

Vuelvo a darle las gracias por ayudarme a descubrir en que me he convertido. Mi amo vuelve a abofetearme, esta vez con más fuerza.

Gracias por ayudarme a entenderlo. Nunca imaginé que sucedería, pero aquí estamos. Es eso, ¿verdad? Aunque lo tenga todo, nada me pertenece.

—Gracias señor.

Una nueva bofetada me hace caer al suelo.

Gracias, ahora lo entiendo.

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