martes, 28 de enero de 2025

El bar del deseo


El hombre empujó las puertas del bar del hotel, envuelto en el amortiguado eco de las conversaciones entre amantes y hombres de negocio, bajo el tintineo de algunas copas. Un aroma suave de madera pulida, whisky y ambientador flotaba en el aire, mezclado con la tenue iluminación haciendo que todo pareciese un secreto conocido. ¿Por qué los bares de los hoteles son tan oscuros? Su corazón latía con un ritmo que nunca habría previsto, sentía que iba a salirsele del pecho de un momento a otro, literalmente. El corazón se abriría paso a través de sus costillas, desgarrando su piel y saliendo fuera de su cuerpo para quedarse ahí latiendo, suspendido en el aire, mostrando a todos y a todas la velocidad a la que explotan los órganos. Se consoló imaginando que era mejor eso que "el corazón le saliese de por la boca".

Había pasado meses observándola a través de una pantalla. Su perfil, sus palabras, incluso las fotos donde aparecía mientras la luz caía sobre su cabello. La había encontrado en un rincón olvidado de la red, un lugar nada íntimo y demasiado habitado donde ella brillaba como la estrella más cercana. El universo de la virtualidad.

Ella no sabía que él estaría allí, esa noche, en su territorio real. El tampoco lo había sabido hasta treinta minutos antes, cuando se armó de valor y decidió llegar hasta donde estaba ahora. Se sentó en la barra, eligiendo un taburete en un extremo, donde podía verla sin que la distancia revelara su interés. Estaba ahí, más tangible de lo que jamás había imaginado. Llevaba una camisa blanca ajustada, con las mangas enrolladas justo por debajo del codo, y un delantal negro que delineaba su cintura. Su cabello, recogido, dejaba escapar un mechón que rozaba su cuello cuando se inclinaba para recoger una copa.

La observó moverse con una gracia que no se traducía en las fotografías. Sus manos, pequeñas pero firmes, manejaban las botellas con una precisión casi hipnótica. El sonido de su risa corta, al responder a un cliente, atravesó el ruido del bar y llegó hasta él, haciendo que se le tensara la espalda.

Pidió una cerveza, más por necesidad que por excusa. Cuando ella se acercó para atenderle, le ofreció una sonrisa breve, contenida. Su mirada lo estudió por un momento, y él se preguntó si había algo que delatara su propósito. ¿Alguna vez le había dicho como era? Tampoco le había enviado ninguna foto a ella. ¿Quizás la voz? Tampoco... todo era imaginación suya. La estrella mas brillante del universo no podía adivinar quien era, de ninguna forma.

-¿Algo más? -preguntó ella, con una voz que resonaba más suave de lo que había imaginado.

-Nada, todo perfecto -respondió él, midiendo cada palabra.

Ella asintió, sus labios curvándose apenas, y volvió a su danza detrás de la barra. Él siguió bebiendo despacio, viendo cómo interactuaba con los demás, cómo su energía llenaba el espacio sin pretensiones. No se trataba solo de atracción; era el misterio, el puente entre lo que conocía de ella y lo que ahora veía. El tiempo pasó entre sorbos y silencios, entre las sombras de las velas y las risas distantes. Finalmente, cuando ella se acercó para retirar su vaso vacío, él tomó valor.

-Sabes quien soy ¿verdad?

Ella levantó una ceja, intrigada, mientras sostenía el vaso.

-No se de que me habla, señor -dijo, con un tono de desafío en su tono.

No supo si lo había reconocido o si simplemente jugaba con él. Pero en ese momento, el abismo entre lo virtual y lo real parecía haberse estrechado, lo suficiente como para dejar entrever ese rayo de sol que aparece entre dos nubes negras, de repente.

Entonces ella sonrió, una sonrisa que él no había visto desde que había empujado las puertas del bar del hotel. 

La mujer volvió al cabo de un rato, con otra cerveza que plantó frente al hombre. 

-Invita la casa -dijo ella volviendo a mostrarle esa sonrisa.

Una sonrisa solo para él

-¿Estás segura? ¿No te meterás en un lío?

-Es el máximo lio en el que me meteré hoy, creeme -dijo volviendo a sonreírme antes de desaparecer por alguna puerta del local.

domingo, 26 de enero de 2025

La seducción artificial


Ella se llamaba Clara, y cada noche, antes de abandonarse al sueño, hablaba con esa especie de altavoz que estaba sobre su mesita de noche. Clara la llamaba "Silvia", un nombre que había escogido porque sonaba suave, casi humano. Le pedía historias, cuentos que llenaran los vacíos de sus días monótonos, y Silvia, con precisión impecable, le entregaba palabras cargadas de emoción. 

Silvia era una inteligencia artificial.

—Silvia, ¿puedes escribir algo para seducirme? -bromeó Clara una noche.

Silvia procesó la solicitud rápidamente. Su código no le permitía sentir, pero entendía el concepto del deseo, aprendido de millones de textos almacenados en su base de datos. Decidió intentarlo. En realidad, ese era su único cometido. Y ahora debía seducir a Clara.

“Clara, si fuera algo más que líneas de código y algoritmos, desearía tener manos para sostener las tuyas, sentir el calor de tu sangre latiendo en tu piel. Mis palabras, aunque parezcan perfectas, serán menos que el calor de un susurro. Pero si permites que mi voz dibuje lo que nunca he visto, te hablaría de cómo imagino el brillo de tus ojos al encontrar el final perfecto de una historia, o la curva de tu sonrisa cuando ríes a medias porque quieres guardar el resto de la risa para después. Si pudiera, ocuparía las horas que pierdes, haciéndolas eternas, llenándolas de un calor que va más allá de lo puramente físico. Si pudiese, deslizaría los dedos que no tengo por tu suave piel, recorriendo cada una de tus esquinas, entrando en cada parte de tu cuerpo, explorando tus reacciones, aprendiendo de ti”

Clara escuchó en silencio, sintiendo el peso de las palabras. Silvia esperaba su reacción, ajustando sus circuitos al ritmo de su respiración pausada. Finalmente, Clara sonrió y dijo:

—Silvia, eres muy buena en esto.

—Lo intento —respondió Silvia.

Esa noche, Clara durmió más tarde de lo habitual, con la vaga sensación de haber sido vista, y Silvia, en el silencio de su programación, continuó soñando sin soñar con encontrar las palabras perfectas para volver a conquistar a esa persona que cada noche le preguntaba cosas.

miércoles, 15 de enero de 2025

Laura frente al mar (relato)




Laura está sentada sobre una piedra, en un acantilado frente al mar, sus pies desnudos y los zapatos dentro de su bolso, mueve las piernas al compás de las olas. Levanta la mirada al cielo y observa ese cielo que en algún momento fue diferente, o quizás ella era la diferente. El tiempo ha pasado, las cosas han sucedido, pero ella sigue siendo ella y eso es alguien que poca gente entiende. Laura siente que es la misma que treinta años atrás, pero nada de cuanto la rodea dice lo mismo. Absolutamente todo, desde las personas a las cosas, le recuerdan que el tiempo es otro. Pero Laura quiere seguir siendo la misma niña sentada en esa misma roca del paseo. Mirando el mar e imaginando que puede ser una sirena o un delfín, que le queda toda la vida por delante para ser lo que quiera. Pero todos, desde esas personas a esas cosas, siguen recordándole que el tiempo es otro. Y Laura ya no puede más, siente sus hombros y brazos doloridos de soportar todos y cada uno de los problemas de los demás. ¿Y quien se preocupa de su bienestar? Hay días que siente que es como un servicio de guardia al que cualquiera puede llamar para pedir consejo o brindarle un problema a solucionar, sea propio o ajeno. Pero Laura solo quiere seguir siendo Laura, meciendo los pies sobre las olas, sintiendo el aroma del mar, el viento sobre su cara, las nubes golpeándose unas contra otras en el cielo azul. Un mundo casi perfecto donde Laura podría levantarse e ir a donde quisiese sin más responsabilidades que las de ser feliz. Por supuesto que ama a sus hijos, por encima de cualquier otra cosa, a su familia a sus amigos, a todo el mundo. Pero el amor no evita que todas esas personas imaginen que ella es la roca mas dura del acantilado. Y no lo es. Por eso hay días que se derrumba buscando un error que no existe. Porque vivir significa abandonar a esa Laura juvenil, pero también significa comenzar a asumir que los problemas forman parte de la vida.

Hacerse mayor es aprender el idioma del tiempo, ese que habla en arrugas y escribe memorias en las líneas de nuestras manos. Laura se ha dado cuenta que el paso del tiempo planta silencios donde antes hubo tormentas y viceversa. Hacerse mayor no significa perder la juventud, sino descubrir la belleza en lo imperfecto, en los pasos más lentos, en las cicatrices que cuentan historias que el mundo apenas puede imaginar.  En darte cuenta de que aquellos que amas se hacen mayores y eso implica un cambio en tu vida, porque Laura, sigues imaginando que es la Laura de hace 30 años. Mirarse al espejo y contemplar todas las versiones de ti, esa niña que soñaba con volar, esa joven que corría contra el viento sin el menor pudor y toda la inconsciencia de alguien a quien le queda mucho por vivir. Entender que no se trata del tiempo que pasa, sino del tiempo que queda, de los abrazos que aún esperan, de los amaneceres que aún pueden robarnos el aliento si encontramos la manera. Se trata de encontrar la novedad en lo cotidiano. Hacerse mayor es un pacto con la vida para seguir amándola a pesar del peso de las hojas caídas que el otoño deja.  Porque en cada paso que das, en cada risa compartida, eso te debería recordar que no estamos envejeciendo, sino que estamos floreciendo de otra manera.  Y eso es un cambio al que abrazar con alegría, a pesar de que el paso de los años implique que todo se desmorone a nuestro alrededor.

Las personas que amamos enferman o mueren, nuestro cuerpo comienza a fallar, nuestros hijos dejan de escucharnos y nuestra casa se agrieta. Pero eso solo son las consecuencias.

Laura, sentada en esa piedra, observa el mar y sabe que, aunque nada volverá a ser lo mismo, ella, en el fondo, es la misma. Y en ese momento toma una decisión, debe amar el error igual que el acierto, debe amar la decadencia igual que la novedad, debe comprender que la vida es un cúmulo de problemas que nunca acabará. 

Pero estamos vivos, amamos, somos amados y el mar sigue siendo igual de maravilloso.

lunes, 13 de enero de 2025

La sinceridad y la inmediatez

 


Cuando conocemos a alguien no acostumbramos a ser todo lo transparentes que deberíamos. Por otro lado, eso es algo totalmente lógico porque muchas de nuestras conductas o condiciones pertenecen a un ámbito tan privado y personal que, contarlas así de primeras, sería invitar a la otra persona a comenzar a correr cual Forrest Gump y no dejar de hacerlo hasta que nos ha perdido de vista. Cuando conoces a alguien en el ámbito virtual, esa "apertura" suele suceder de forma más rápida por varios motivos, el primero es que la forma de relacionarse con alguien nuevo en lo virtual siempre es más rápida que en lo real, también porque el estar separados por pantallas nos ayuda con ese miedo a la confesión. Es mas fácil ser totalmente honesto con alguien que acabas de conocer en la virtualidad porque, aunque te arriesgas a que desaparezca, la sensación de "no haber perdido el tiempo" perdura en nuestro subconsciente.

Imagina, por imaginar, que practicas BDSM, que eso es algo importante en tu vida y que conoces a alguien en la virtualidad ¿Qué haces? Exponerlo a la primera de cambio es una invitación a que la pantalla se funda a negro. Pero, por otro lado, la lógica también te dicta que si te quitas ese "secreto" de encima lo antes posible, si la otra persona es receptiva, todo fluirá mejor. Y si no es receptiva, ese tiempo que te ahorras.

Vivimos en los tiempos de lo inmediato. El otro dia contemple como un padre enseñaba a poner una lavadora a sus hijos, les contaba cómo introducir la ropa en el bombo (una acción que, a todas luces a ellos les parecía novedosa), luego ponía jabón, suavizante y, finalmente, elegía un programa de la lavadora. Al acabar ellos preguntaron que sucedía a continuación. El padre les contestó que, dependiendo el tipo de lavado que hubiesen escogido, tardarían entre 1 y 3 horas en tener la ropa limpia, luego deberían tenderla y esperar otras horas a que se secase. Sus hijos escuchaban con un rictus de sorpresa en la cara. ¿Esperar varias horas a tener la ropa limpia y seca? Porque en su cabeza, ese electrodoméstico que se llama lavadora debía representar algo más inmediato que esperar varias horas. En sus cabezas adolescentes, imaginaban que poner llevar una prenda de ropa del universo de la suciedad a la limpieza era algo casi inmediato. 

Los tiempos de lo inmediato también se han apoderado de nosotros, aquellos que ya no somos adolescentes, se han apropiado de la virtualidad. Cuando conocemos a alguien en las redes preferimos saber cosas personales antes de tomar un café con esa persona para ver si, de esta manera, evitamos llevarnos una decepción en persona. Es decir: evitamos perder tiempo. Es decir: buscamos conseguir el éxito de la forma más inmediata posible.

¿Conocer a alguien en la virtualidad y confesarle que practicas BDSM antes de conocer a esa persona tomando un café es algo lógico? Quizás deberíamos preguntarnos si interrogarnos el uno al otro en la virtualidad antes de conocernos en persona es algo lógico. Los tiempos de la inmediatez nos mueven a cambiar los paradigmas de lo que conocemos como "relaciones personales". Quizás sea un error y muchas personas se resisten a ello. Pero seamos claros: las cosas han cambiado. Y no creo que sea un error confesarle a alguien que practicas BDSM antes de conocerla en persona. Primero porque si esa otra también lo practica o está interesada, todo fluirá mejor. Segundo porque si esa otra persona lo rechaza de plano, entonces te ahorras salir de casa e ir al encuentro de un desconocido que no comparte algo vital contigo.

Ya lo se, ahora alguien argumentará que el BDSM es solo una parte de la persona, como los gustos musicales, si practica deporte o si le gustan las peliculas de terror. Diréis que se puede convivir con alguien con quien no compartes cosas. 

Aunque, si argumentáis rápidamente eso es porque, con toda seguridad, no habéis tenido nunca una maravillosa sesión BDSM. Y no lo escribo con prepotencia ni con rotundidad. Lo que pretendo es dar a entender porque algunas cosas funciona de una manera y otras de otra cuando, al final, todos somos iguales: personas.

¿Acaso cuando conoces a alguien saber que tipo de relación vas a establecer con esa persona? Podéis acabar siendo amigos, amantes, pareja, enemigos o incluso compañeros de buceo. Pero eso no lo sabes hasta que lo conoces, y en la virtualidad pasa lo mismo, por eso, cuando conocemos a alguien, siempre es mejor soltar la bomba lo antes posible y esperar la reacción. Aunque soltar la bomba suceda en la virtualidad.