La lluvia tamborilea sobre el techo del coche, con una
cadencia casi musical. El interior, donde estoy esperando, es un refugio
íntimo, ajeno al caos de la tormenta. Espero con el motor encendido y el aire
cargado de expectativas. Veo tu silueta acercarse a través del parabrisas
empañado. Cuando abro la puerta, entras como alguien caído desde las alturas. Un leve perfume a jazmín y madera lo
envuelve todo, mezclándose con el cuero del asiento y mi propia impaciencia.
Suspiras, acomodándote, sin mirarme demasiado. Puedo
ver esa maravillosa sonrisa dibujada al óleo en tu rostro. Algo flota en el
aire entre ambos, algo peligroso, algo que nunca debería mencionarse. Mis dedos
tamborilean en el volante, acomodándome al sonido de las gotas, acompañando tu
sonrisa con mi sonrisa que es más un desafío que una cortesía.
—¿Cómo ha ido el turno? —pregunto con voz grave, arrastrando
las palabras.
Tú te recuestas contra el asiento, con la vista perdida en
las luces de la ciudad.
—Estoy cansada.
Giro mi cabeza y te observo de perfil. Tan frágil pero tan fuerte, tu pelo lacio, tu cuello de piel tostada expuesto, el reflejo de las farolas en tus labios húmedos. Podría seguir sentado ahí durante horas, observándote sin más. Pero hemos acordado que te pasaría a buscar para conducir hasta tu casa y alejarme sin preguntas.
Es la primera vez que nos vemos después de meses de hablar
en la virtualidad.
Eres tan hermosa que ni quiero poner el coche en marcha, en
cambio, apoyo un brazo en el respaldo de tu asiento, inclinándome apenas hacia
ti.
—Siempre he pensado que las noches son mejores bajo la tormenta —murmuro.
Tu giras el rostro lentamente y nuestras miradas se
encuentran, por vez primera. Es un instante que lo dice todo.
La lluvia arrecia.
Dentro del coche, el aire se vuelve
denso, pesado. Afuera, la ciudad sigue su curso, ajena a lo que está a punto de
ocurrir.
Me acerco y te beso en el cuello suavemente, hueles levemente a sudor, a perfume y a café. Lo siguiente
que recuerdo es que estas sentada sobre mí, te has despojado de los pantalones
y yo también de los míos. Estamos sentados en los asientos traseros del coche,
haciendo el amor delicadamente o follando como dos animales heridos bajo una
tormenta. Las dos cosas y ninguna. Siento mi pene entrando en tu sexo húmedo, una y otra vez. Algo inevitable. Puede que hubiésemos sido capaces de esperar unas semanas o unos meses más. Pero la certeza de que sucedería era algo tan firme que ni nuestros mayores miedos podían vencer nuestros deseos. Mis manos se deslizan bajo tu camisa de trabajo,
intentando entrar bajo tus sostenes, lo consigo, acaricio tus pezones erectos. Tus pechos son mas grandes de lo que imaginaba. Quiero lamerlos, quiero saborearlos. Pero ahora es imposible porque nuestras lenguas son una solo. Tu sigues saltando
sobre mi pene mientras te cogo por las caderas. Con el olor a sexo impregnando cada una de las esquinas del coche.
Sexo, sudor y lágrimas de placer. La tercera guerra mundial está a punto de desatarse.
Media hora más tarde estamos estacionados a dos calles de tu casa. Continúa la lluvia, seguimos dentro del coche. Tu me regalas una de esas sonrisas que tanto conozco de haberlas visto en foto, mi corazón está a punto de estallar de gozo. Eres tan hermosa, tan inteligente, tan perfecta que casi ni puedo creer que existas.
-No volveremos a follar -dices antes de darme un beso en la
mejilla e irte.
No volveremos a follar, repito una y otra vez mientras saco
mi pene del pantalón y comienzo a masturbarme con fuerza, con el olor de tu
sexo y tu sudor aún impregnados por todos lados, necesito correrme antes de que ese olor se desvanezca.
No volveremos a follar.
Me repito una y otra vez mientras nos imagino en la habitación de un hotel, completamente desnudos, haciendo el amor.
No volveremos a follar, nunca en el coche.
Pero volveremos a hacer el amor en
un hotel como dos amantes furtivos, como dos animales heridos.
Es peligroso pero es demasiado tentador...
No hay comentarios:
Publicar un comentario