miércoles, 19 de marzo de 2025

Arena, calor y deseo (relato)

 



Ella es pequeña, pero su presencia es grandiosa, como si la arena sobre la que está tumbada reflejara su escondida esencia, iluminando toda la playa aun más que el propio astro Sol. Su piel, de un tono canela profundo, brilla bajo el sol abrasador, perlada por diminutas gotas de sudor. Reclinada sobre una toalla de colores vivos cierra los ojos y deja que el calor la envuelva como un abrazo. Sus cabellos oscuros caen en ondas suaves sobre su espalda, movidos apenas por la brisa marina. En su muñeca, unas pulseras doradas tintinean con cada leve movimiento, un eco de lugares lejanos. Sus pies, pequeños y delicados, juegan distraídamente con la arena, deslizándola entre los dedos mientras el murmullo de las olas la arrulla en una calma absoluta. Entre sus labios se dibuja una sonrisa apacible. Es un instante perfecto, suspendido entre el sol y el mar, entre su toda una vida y ese breve instante. Va vestida tan solo con la parte inferior del bañador, sus pechos, apretados sobre la toalla, están ahora al resguardo de miradas ajenas de toda esa muchedumbre que la rodea, de una playa repleta de gente, resguardada de mi obscena mirada.

Estoy escondido tras un árbol en el linde de la playa. La observo en silencio, observo sus piernas de piel oscura, torneadas, sus nalgas apretadas bajo ese breve espacio de tela, su espalda arqueada y su sonrisa mientras lee un libro, recostada boca abajo sobre la toalla.

Una erección lucha por salir de mis pantalones. ¿Qué se supone que estoy haciendo? La he seguido hasta allí y ahora la estoy espiando. La culpa me pesa como una piedra fría. No es mi intención cruzar esa línea, pero la curiosidad (quizás algo más oscuro) me atrae y arrastra hacia ella. No es solo curiosidad: es deseo de acercarme a ella de una forma que no me corresponde. 

Ahora, escondido en la penumbra de esos cuatro árboles que no se atreven a ser ni el comienzo de un bosque, siento que estoy traicionado algo sagrado. No a ella, sino a la versión de mí mismo que era antes de saber de su presencia. Ojalá retroceder, borrar esa sensación punzante en el estómago, esa vergüenza que me hace vibrar cuando recibo un mensaje suyo. Porque ella sigue siendo la misma: luminosa, confiada, inteligente… pero yo, en cambio, ya no estoy seguro de quién soy. Soy arcilla moldeada entre deseos reprimidos y unas pocas frases esparcidas en el tiempo.

Deslizo una mano dentro de mi bañador y comienzo a frotarme el pene, suavemente, como un preludio de una masturbación que me apetece demasiado. Entonces ella se da la vuelta y muestra sus dos pechos, no son pequeños para lo pequeña que es ella, dos maravillosos pechos con un pezón grande y oscuro. Ella parece girarse hacia mi para mostrármelos aun mejor, eso no es posible, no sabe de mi presencia allí.

Saco mi pene del bañador y comienzo a masturbarme con fuerza, sin poder dejar de mirar esos pechos, esas piernas, ese estómago, esa sonrisa... entonces reparo en que me está mirando. ¿Puede verme realmente? La mujer sonríe, se levanta y comienza a caminar lentamente hacia mi, arrastrando los pies sobre la arena casi a cámara lenta. Dejo de masturbarme, pero soy incapaz de moverme, mis músculos están cincelados en piedra, soy la estatua de un mirón sosteniendo una polla erecta. La mujer llega a mi altura, vestida tan solo con la minúscula braguita de bikini, ahora puedo ver sus pechos mejor, su piel tostada y perlada de sudor. Su magnífica sonrisa.

-¿Por qué has parado? -pregunta

Vuelvo a masturbarme mientras ella coloca suavemente una de sus manos bajo mis testículos, masajeándolos lentamente. Alargo yo la otra mano y acaricio uno de sus pechos.

-Dale fuerte, quiero ver la leche salir disparada -ordena ella.

Sigo acariciándola, seguimos acariciándonos. Entonces ella se arrodilla e introduce mi pene en su boca, comienza a chuparlo sin dejar de mirarme a los ojos. Le cojo con fuerza de esos cabellos desordenados y comienzo a follar su boca mientras la mujer, arrodillada, coloca sus manos en su espalda en actitud abiertamente sumisa. Ambos sabemos lo que somos y con lo que fantaseamos. La diferencia es la distancia entre un sueño y la vigilia. En nuestras prolíficas mentes, todo es posible. En nuestras respectivas realidades, todo tiene consecuencias.  La fantasía es un mundo que carece de los límites propios de la moral, un maravilloso lugar donde los deseos más escondidos se despliegan sin barreras. En la fantasía todo fluye con perfección, sin miedo al rechazo, sin riesgos emocionales, sin el peso de la responsabilidad. Son creaciones privadas, escenarios diseñados para el placer sin interrupciones ni imprevistos. El mismo placer que su boca y su lengua están proporcionándome en ese preciso instante. La mujer a la que había contemplado durante todos esos meses de deseo reprimido es ahora una servil sumisa a mi servicio. 

El deseo se mezcla con el nerviosismo, la torpeza, la duda. Lo que en la mente parece perfecto, en la vida real puede volverse impredecible, incluso incómodo. No obstante, ahora, en aquel lugar, nosotros dos… todo es perfecto. Un paréntesis tan grande como los árboles que nos rodean. Siento que voy a correrme y así se lo hago saber.

-Córrete en mi boca -ordena ella sacándosela de la boca durante unos instantes- quiero tragármela toda, quiero volver a la arena con el sabor de tu semen en mis labios.

Pero la imperfección de la realidad donde se esconde su belleza. Porque a diferencia de la fantasía, lo real puede tocarse, sentirse, vivirse. Y aunque nunca será tan ideal como en la imaginación, es lo único que puede ser genuinamente compartido. Me corro sin poder evitarlo mientras ella habla, lanzando oleadas de semen sobre su hermoso rostro, en sus labios. Ella rápidamente abre la boca y traga lo que queda. Luego, ante mi sorpresa, recoge con los dedos lo que ha caído en su cara y se los mete en la boca. 

Después se levanta y, sin decir más, vuelve a su lugar en la playa.

Continúo observándola, tumbada sobre la toalla, la imagino saboreando los últimos restos de mi semen. ¿Ha ocurrido realmente o ha sido tan solo el fruto de mis delirios bajo el ardiente solo y ella nunca se había levantado de la toalla?

Ella gira la cabeza para mirarme, yo saludo con una mano, como el inocente escolar que se despide en el autobús escolar. Ella rompe a reír. Después coge su teléfono móvil y comienza a teclear algo. Un mensaje llega a mi móvil.

“Ahora vuelve a tu casa, no echemos mas gasolina al fuego. Volveremos a quedar y me follaras bien fuerte por todos lados ¿comprendido? Ah... y quiero volver a tragarme tu leche, me gusta su sabor.”

Mis piernas comienzan a flaquear, voy a perder el sentido.

“Si, mi ama” contesto al mensaje sin darme cuenta de lo que acabo de teclear

Definitivamente, aquella mujer única acaba de convertir mi voluntad y mi firmeza en una toalla mojada con la que golpearme.

Y yo encantado de ello.

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