lunes, 24 de marzo de 2025

El dilema de la piel

 


Me sucede algo, casi desde que tengo uso de razón: cuando conozco a alguien del sexo opuesto (mis disculpas por ser heterosexual de firmes convicciones) siempre imagino como será esa persona haciendo el amor. Follando, vamos. Y no solo eso, sino que siento un deseo irrefrenable de acostarme con esa persona (aunque no me parezca atractiva) solo una vez.

Lo de parecer atractivo o no es algo subjetivo porque, como alguien que sufre el mal de ser sapiosexual, mi cerebro ve atractiva a una mujer que me parezca estimulante intelectualmente, independientemente de su físico.

Antes que nada pedir perdón por parecer un salido, un machista cosificador o un acosador cuando digo que nada más conocer a una mujer ya quiero acostarme con ella. La (sobre)explicación que viene a continuación intentará justificar el deleznable ser que soy aunque, con toda seguridad, solo conseguiré parecer a vuestros ojos aún peor.

Para mi, hacer el amor con alguien, no es solo es un acto físico que da vueltas alrededor del placer físico que representa. El mito de que la mayoría de las personas busca el orgasmo como la culminación de toda esa subida al Everest que significa conocer a alguien y acabar revolcándote con ella en un lecho, es tan solo eso: un mito. Hacemos el amor (o follamos) porque nos gusta querer y sentirnos queridos y follar (o hacer el amor) es la forma de intimidad más potente que existe. Pero para mi eso no es lo importante. Tampoco es prioritario el placer (aunque sea importante). La necesidad de acostarme con una mujer cuando la conozco es la necesidad de pasar por una etapa que establezca una confianza, una complicidad y un conocimiento del otro que traspasa la amistad en sí misma. 

Cuando ves a alguien desnudo, jadeando o retorciéndose, es cuando mejor conoces a esa persona. Porque no es solo un desnudo físico, ni un jadeo donde te quedas sin respiración, no es un retorcerse de placer. Para nada. Cuando hundes tu cabeza entre las piernas de la otra persona y saboreas su intimidad, cualquier barrera se derrumba. Es evidente que un cunilingus no te conducirá a hasta esa llave que abre el armario de los secretos, anhelos, dudas o cualquier otra cosa que esconda el otro, firmemente guardada en su cabeza. Pero cuando os vistáis, cuando os sigáis viendo en posición horizontal y rodeados de otros seres humanos también vestidos, el grado de confianza será tal que toda esa firmeza se desmoronará y comenzarás a conectar de una forma diferente a la de la amistad.

Es una obviedad: follar acerca a las personas. Pero no solo hablo de cuerpos, hablo de mente, de emociones, de cruzar la mirada con esa persona que está rodeada de otros amigos y amigas y sonreír porque conoces algo de ella que nadie conoce (o pocos). Porque habéis follado: habéis conectado de una forma tan íntima que asusta.

Para mi, follar con una persona que acabo de conocer me parece tan necesario como hablar, reír, descubrir, compartir o llorar juntos. Y no hablo de introducir mi pene en la vagina de otra persona. Hablo de meterme en la cabeza de la otra persona y derribar cualquier muralla moral que nos pueda separar. Es frustrante ser un sapiosexual radical. Lo se. Porque, como el escorpión que pica a la rana sobre la que va sentada: ¿que puedo hacer si ese es mi auténtico carácter?

Por eso, y aunque parezca la excusa mas tonta del mundo masculino, follar con una mujer que me parece una persona interesante es la mejor forma que encuentro para conocerla.

Lo se, suena a excusa para el polvo fácil. 


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