martes, 17 de junio de 2025

La rendición de Ester (relato)



Ester nunca habría imaginado que el deseo tuviera nuevas formas ni que esas formas fuesen tan contradictorias. Durante toda su vida había buscado activamente el control: en el trabajo, en sus relaciones, incluso en el sexo. Siempre arriba. Siempre firme. Siempre segura. No podía permitirse el lujo de que los demás creyesen que aquella mujer rubia y simpática era una presa fácil.

Pero esa noche, de pie, con las muñecas atadas sobre su cabeza, la venda sobre los ojos y el corazón golpeando contra su pecho, comenzó a descubrir el abismo que se abría bajo sus pies. La vertiginosa fascinación de asomarse a lo desconocido. 

Sintió el roce del cuero antes de escucharlo. El primer golpe fue suave, casi una caricia caliente en la curva de su espalda. El segundo fue más firme, más decidido, como un aviso. Ester respiró hondo. Su cuerpo respondió con un estremecimiento involuntario. El tercero la sorprendió. El golpe sonó seco, llenando la habitación de un chasquido limpio. El escozor inmediato le hizo tensar los músculos, pero, en lugar de angustia, una corriente densa, espesa, empezó a reptar por su vientre. Era dolor, sí, pero teñido de una extraña dulzura. Una escalofrío que se transformaba en calor entre sus piernas.

—Muy bien, —susurró él, —escúchate. Siente cómo el cuerpo te habla.

El cuarto impacto la hizo gemir. No de sufrimiento. De repente era otra cosa. Un sonido gutural, primitivo, que brotó desde un lugar que jamás había visitado. El ardor de las marcas encendía su piel y, al mismo tiempo, encendía su centro, palpitante, húmedo, ávido.

Cada golpe parecía atravesarla y liberar algo que había estado anudado dentro de ella durante años: el miedo, la vergüenza, la represión. Aquí, atada, ciega, expuesta, no había máscaras, solo el cuerpo desnudo revelando su naturaleza más salvaje. De repente, sintió que podía ser ella en su esencia más simple, sin coartadas morales, disfrutando del dolor. Disfrutando de todo cuanto se había negado.

—¿Quieres que continúe? —preguntó él, deteniéndose junto a su oído, su aliento cálido sobre la piel enrojecida.

—Sí, —jadeó Ester, —por favor… sigue.

Sintió el chorro de adrenalina mezclarse con la excitación. Sus pezones, duros, reclamaban ser tocados. El peso de su deseo la desbordaba. Cada latigazo era un pulso que la empujaba más allá de lo que creía soportar. Y, sin embargo, quería más. Necesitaba más. Era ahora o nunca.

Cuando él deslizó una mano por su abdomen hasta su sexo, la humedad desbordante de Ester impregnó absolutamente todo, el temblor ansioso de una persona rendida. Los dedos hábiles comenzaron a dibujar círculos sobre su clítoris inflamado, mientras el cuero seguía escribiendo líneas de fuego sobre su espalda. Dolor y placer, entrelazados hasta volverse indistinguibles. ¿Por qué?

—Así me gusta, —murmuró él—. Por fin lo descubriste: el dolor es la llave.

Y ella, con el cuerpo al borde del abismo, descubrió la dulce y brutal verdad: no era el castigo lo que la encendía, sino la entrega. La renuncia voluntaria al control. La rendición absoluta.

El orgasmo la arrasó sin aviso, como una ola violenta. Un grito escapó de sus labios, libre, puro, mientras el mundo se disolvía en una marea de fuego, de calor, de alivio.

Por primera vez, Ester comprendía la esencia del verdadero placer: ese goce oscuro y prohibido que la arrastraba al borde del pecado, como si cada gemido fuera un eco destinado al infierno. Y, sin embargo, sonreía en su interior; aceptando sin vacilar arder eternamente en los calderos del averno, si a cambio volvía a perderse en aquella abismal dulzura que era la frontera entre el dolor y el placer.. Al fin y al cabo —pensó—, convertirse en una pecadora ofrecía una magnífica recompensa.


Si quieres saber más sobre este tema o proponerme algún tema sobre el que escribir, puedes contactar (discretamente) conmigo a través de
INSTAGRAM    @dopplerjdb    /    TELEGRAM
  @jdbbcn2   /  eMAIL    john_deybe@hotmail.com


No hay comentarios:

Publicar un comentario