La tercera entrega sobre "la mente humana" iba a versar sobre como las mismas mentes (o parecidas) reaccionamos de maneras diferentes frente a un mismo estímulo. Aunque ayer vi una imagen que hizo que mi mente funcionase de manera algo diferente a lo que lo hace habitualmente por lo que he decidido añadir esta pequeña reflexión y posponer el otro texto para mañana, donde os deleitaré (o castigaré) con ese estudio tan sesudo y aburrido que significa el estudio de las diferentes reacciones de la mente frente a estímulos parecidos.
Pero vayamos al motivo que me ha hecho posponer el texto y no es otro que el que ayer contemplé esta foto.
Estaba trabajando tranquilamente, viendo pasar datos y más datos frente a mi pantalla, cuando de repente vi esa foto. Lo reconozco, si pasa una mosca por delante de mí puedo acabar persiguiéndola hasta acabar cruzando la frontera de Ucrania sin recordar lo que estaba haciendo hasta entonces. La procrastinación es la religión que profeso.
Comencemos por lo que todos vemos en la foto: las piernas de una mujer, enfundadas en unas gruesas medias de lana, una especie de bota y una falda de estampados orientales con un corte lateral. Hasta aquí todo muy normal. O no.
Porque de repente mi mente, que funciona como un ente autónomo, se fijó en esa abertura de la parte izquierda y comenzó a elucubrar hasta donde llegaría y fue en ese momento que se me ancló firmemente la pregunta en el cerebro sobre que como sería la ropa interior que escondía esa falda. Asumiendo que llevaba ropa interior, claro.
Si mi mente viese a la misma mujer desnuda (o semidesnuda) en la playa, la miraría brevemente y después devolvería mi vista al libro que estuviese leyendo. Aunque si contemplas algo que puede resultarte sugerente y en ese algo hay información que te falta, entonces el deseo te empujará a querer ver más. Y estarás perdido. Porque la mente humana se dispara en todas direcciones cuando le falta la información que desea. Y fijaos que no he dicho "que necesita" sino "que desea". Y es que cuanto de imaginación hay en esa foto y que nuestro cerebro ha construido es fruto del deseo. Y nada podemos hacer por evitarlo. Tampoco tiene sentido el evitarlo más allá de huir de la frustración.
No soy una persona a la que le mueva el físico de las otras personas. Siempre me he considerado un sapiosexual de libro (que además lee y escribe libros, valga la redundancia). Me excita mil veces más una frase e incluso esa frase escuchada por una voz concreta que alguien que se desnude frente a mí. Y no manifiesto que el desnudo no me excite sino que el verdadero deseo, en mi mente, se genera desde el intelecto aunque pueda acabar en la carnalidad más perversa. Por eso, cuando veo una foto así, mi intelecto se dispara en todas direcciones con cientos de preguntas: ¿Qué ropa interior llevará? ¿A qué olerá esa persona? ¿Cómo resonarán esos botines por la calle? ¿Qué ropa viste de cintura para arriba? ¿Cómo es? ¿Por qué llevar una medias cortas en un día de tanto frío? Y es esa curiosidad la que me hace desear carnalmente a la persona que aparece en la foto. Pero esa carnalidad no sale de la imagen sino de la intención de la imagen, de cuanto muestra y cuanto oculta. Sale de mí, porque la mente humana es incontrolable y funciona de forma autónoma. El mejor ejemplo es la excitación por lo que se sugiere y la indiferencia por lo que se muestra. El mejor ejemplo son las cientos de preguntas a las que puede llevarnos una imagen o un texto.
El mejor ejemplo es el deseo que provoca una simple foto. Esta foto.
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