viernes, 29 de julio de 2022

La criminalizacion del BDSM





En demasiadas ocasiones he escuchado opiniones respecto al BDSM en términos cercanos a su criminalización. Algunas de esas palabras (la mayoría) nacen desde una pretendida superioridad moral que todos tenemos y que, la mayoría de las veces, es algo involuntario.

Cuando digo (o escribo) "practico BDSM", también en demasiadas ocasiones, escucho (o leo) comentarios del tipo "¿te gusta pegar a la gente?" o "a mi no me van esas cosas tan raras" o "eso es de enfermos". Si tuviese que contestar diría que nunca he pegado a nadie ni disfrutaría haciéndolo, diría también que a mi me parece raro que la gente coma caracoles pero no lo digo en voz alta (ahora si, vaya) y que no soy un enfermo, de hecho nunca he cogido una gripe.

La criminalización nace del desconocimiento, nace de ese etiquetaje rápido que hacemos de las cosas. También nace de la cultura popular, eso que hemos visto en novelas, películas, etc. pero que no deja de ser ficcionar la realidad.

Nunca se me ocurriría juzgar algo que no he hecho. Básicamente porque desconozco de que se trata, he podido leer o recibir información pero todo eso es información subjetiva. Por supuesto que nunca me ataría una cuerda alrededor de la cintura y me lanzaría de un puente, pero no se me ocurre decir que quienes lo hacen están locos o son unos irresponsables. 

"¿Te gusta pegar a la gente?" Esa pregunta es la clave. En el BDSM hay práctica que implican golpear o humillar a la otra persona. En primer lugar, hay que aclarar que no es necesario hacer eso, no es obligatorio, si no eres cruel no vendrá el rector de la universidad del BDSM y te quitará el título. Pero si por el motivo que fuese sientes placer golpeando y/o humillando y encuentras a otra persona que obtiene placer siendo golpeada y/o humillada. ¿Qué hay de malo en eso si existe conocimiento y consenso? Es el mismo ejemplo del puenting, a mi me parece una locura pero no juzgo a la gente que lo hace de locos, principalmente porque nunca lo he hecho, porque no lo he sentido y porque no soy capaz de comprender que sienten ellos (no puedo meterme en su cabeza).

Criminalizamos de forma involuntaria y cuasi automática porque es la forma de sentirnos mejor con nosotros mismos. Porque vivir en lo binario es lo más cómodo. Esto esta bien. Esto está mal. Y a otra cosa. Y lo entiendo, yo hago lo mismo, también de forma involuntaria, aunque pretenda siempre meterme en la piel del otro para no juzgarlo (y así no sentirme juzgado). Pero la criminalización del BDSM seguirá ahí. ¿El motivo? Las prácticas, por supuesto. En este blog hay descripciones de muchas prácticas y la mayoría de ellas, desde el desconocimiento del consenso y la esencia del BDSM; parecen repugnantes, criminales y/o moralmente reprobables.

Vayamos a la mas básica, la que provoca mayor rechazo: un hombre pegando a una mujer en una sesión BDSM. 

No voy a defender eso. No voy a criminalizarlo. Voy a intentar analizar porque eso causa tanto rechazo aunque nazca de la voluntad y el consenso. 

En primer lugar, cuando la gente dice eso dice "un hombre pegando a una mujer" y no dice "un amo pegando a su sumisa", Olvidan los roles y la voluntariedad que hay detrás de ese rol, las intenciones y las personalidades. También olvidan que ese hombre está pegando a esa mujer porque la mujer lo desea tanto como él, porque ambos obtienen placer. Pero claro... seguirá siendo "Un hombre pega a una mujer" y en una sociedad como la del siglo XXI, eso es inaceptable.

En el BDSM no es necesario que nadie humille ni pegue a nadie, hay cientos de prácticas alternativas, pero si eso sucede, esa violencia no debe ser juzgada a la ligera. 

Porque BDSM no es violencia de la misma forma que la violencia no es BDSM.

El BDSM se basa en el SSC: sano, seguro y consensuado. Si una de esas tres cosas fallan, no es BDSM. Así que si es SSC, vamos a dejar los juicios de lado ¿de acuerdo?

jueves, 28 de julio de 2022

Dejar pasar el tren

Tales of the Easily Distracted: North by Northwest: Mad Men and Englishmen

Hay ocasiones en la vida en que estamos sentados en un banco de madera, en una vieja estación de tren perdida, en algún lugar donde solo vemos tierra y olivos, llevamos mucho tiempo sentados ahí, protegidos del abrasador sol, observando con desgana el paisaje. Nos duele el cuerpo de llevar tanto tiempo en ese banco construido de una madera ruda y envejecida. A veces nos levantamos, caminamos unos pasos hasta el borde de la vía y oteamos en la lejanía. No hay ningún tren a la vista, ni en una dirección ni tampoco en la otra, así que nos encogemos de hombros y volvemos a tomar asiento en el incómodo banco en la convicción de que quizás aquella línea ferroviaria ha dejado de estar activa. Quizás ningún tren volverá a pasar. O peor aún, que hayan anulado la estación y veas pasar algún tren, pero nunca se detenga.

En raras ocasiones, en este desolador escenario, algún tren se detiene. Pero no te subes en él. Simplemente lo dejas pasar porque aunque quieras llegar a un destino concreto, es una certeza, pero no un deseo, menos aun tomando asiento en cualquier tren. Aunque llevamos tanto tiempo en esa estación, aún nos quedan fuerzas para mantener nuestros principios (o gustos) intactos.

Entonces, de repente, aparece en la lejanía ese tren que has estado esperando, un tren que nada tiene que ver contigo, con un destino incierto, que posiblemente nunca parará en tu estación, lo ves llegar poco a poco y, sin saber de donde viene ni a donde va, sin conocer qué tipo de tren es, sabes que es tu tren, de una forma escasamente racional pero absolutamente certera. Algo te dice que podrán llegar cien trenes después, más bonitos, con destinos más acordes a ti, perfectos, sin duda, pero ahora que ves ese otro tren sabes que nunca te subirás al resto.

¿Se detendrá el tren en nuestra estación? Estamos cansados de esperar, pero ese no es el motivo que nos empuja a jugarnos la vida por subir a ese extraño tren, el único motivo por jugárnoslo todo es porque nuestra intuición siempre ha sido más certera que nuestra opinión. Damos unos pasos, saltamos a las vías y nos colocamos frente a la máquina rugiente, escupiendo vapor y hollín al aire, va a golpearnos con tal fuerza que vamos a morir, sin dudas.

Pero algo te dice que no quieres que ese tren pase de largo, aunque se detuviese y un amable revisor te dijese que ahora es imposible, pero que posiblemente el tren pase la semana que viene. 

-¿Por qué no puedo subir al tren? -le preguntas-. ¿No doy el perfil de pasajero?

-No se trata de eso, caballero -contesta amablemente el revisor-, sencillamente hoy no es posible.

Entonces te das cuenta de que el amable revisor es una mujer de cabellos negros, de boca pequeña y ojos grandes, pintados también de negro. El viento de aquel valle de tierra mueve los cabellos de la mujer haciendo que, aunque el tren esté detenido, parece que ella sigue en movimiento. Esa es la clave: imaginar caminamos aunque estamos clavados al suelo. 

-¿No hay ninguna forma de subirme al tren? -preguntas.

-Hoy no -contesta la revisora sonriendo tímidamente-, pero no sea usted impaciente, este tren pasará la semana que viene de nuevo.

-¿Y podré subirme entonces?

-Quizás...

Ese quizás se nos clava en el alma como una espada llameante blandida por un caballero de bruñida armadura. La espada atraviesa nuestro pecho y destroza nuestro corazón. Y a pesar de que deberíamos estar muertos, de que el dolor es salvaje, seguimos en pie. ¿Por qué?

Anunciamos a la revisora de que seríamos capaces de hacer cualquier cosa por subirnos en el tren y ella niega con la cabeza, quizás comenzándose a convencer a sí misma de que ese pasajero está desesperado y no debería dejarle subir al tren ni ahora ni nunca. 

-Deme un único motivo por el que debería dejarle subir al tren -dice la revisora- aun a riesgo de que los pasajeros, también de la compañía ferroviaria, de que todos se enfaden conmigo y pierda mi trabajo. Deme un único motivo por el que no esperar a que el tren vuelva la semana que viene.

-Porque la clave de la felicidad son las certezas, no las promesas. Porque el tren del que usted es revisora, es tan especial que usted no puede verlo porque está siempre dentro. Baje usted del tren, contémplelo desde fuera y dígame que va a dejarlo partir.

-Pero el tren volverá la semana que viene.

-Lo sé, pero cuando has estado toda tu vida esperando un tren y aparece, necesitas subir en él, no la certeza de que la semana que viene subirás en él. Somos seres egoístas y buscamos la felicidad a toda costa, pero la felicidad ha de ser real, no podemos alimentarnos de posibles.

-Eso es muy egoísta -comienza ella- pero también demuestra ansia, prisa, genera cierta desconfianza en mí, lo que me mueve a tomar la decisión de que no subirá usted hoy, pero quizás tampoco la semana que viene. Adoro este tren por dentro, aunque nunca salga de él, es un lugar oscuro, pero también es cómodo y lo conozco mejor que nada en este mundo. Conozco cada asiento, cada puerta, cada tornillo y cada crujido cuando está en marcha. No puedo permitir que alguien como usted suba en este tren y ponga en peligro eso. Usted necesita abrazar esa felicidad ahora mismo, yo puedo esperar.

-Entonces tiene usted que saber que haría lo que fuese por subir a este tren hoy. Y cuando digo lo que fuese es un ofrecimiento real.

-Eso me hace dudar más aún. ¿Por qué no se arma usted de paciencia, vuelve a ese banco y espera a la semana que viene? Está consiguiendo asustarme.

-Porque, como usted bien ha dicho, soy egoísta. Estoy convencido de que tenemos que hacer lo imposible por alcanzar esos momentos de felicidad, aunque sean transitorios.

-Está usted convencido y quiere convencerme a mí. Pero aún no sé si voy a jugarme tanto por dejarle subir hoy al tren cuando podemos esperar.

El hombre observa a la mujer y sonríe. Ella le devuelve la sonrisa de forma tímida.

-Soy viejo, estoy cansado -comienza el hombre-, soy superficial y también impaciente. Soy peor persona de lo que debería haber sido. Pero sé que si ahora subo a su tren, será lo que debe ser. Solo quiero estar sentado ahí, escuchando el traqueteo de las vías. Aunque no soy la mejor persona del mundo, por primera vez me doy cuenta de que mis intenciones al subir al tren son tan básicas y puras como el agua cayendo del cielo en forma de lluvia. Algo natural e imparable.

El conductor del tren hace sonar el silbato, el tren debe partir.

¿Se arriesgará la revisora a que aquel tipo que parece desesperado suba al tren o le dejará en la estación a la espera de que vuelva a la estación la semana que viene?

sábado, 23 de julio de 2022

Abstracto Vs concreto


Cuando algunas (o muchas) personas leen las siglas BDSM, lo primero que les viene a la cabeza es cualquier idea relacionada con lo negativo, con violencia, con inmoralidad o incluso con ilegalidad. Y lo comprendo. El desconocimiento nos mueve a criminalizar lo que desconocemos porque si no está en nuestro equipo significa que está en el equipo contrario que se convierten en nuestros rivales. 

El ser humano es de pensamiento binario: o blanco o negro, o bueno o malo, o conmigo o contra mi. Y continuo mi discurso repitiendo que lo comprendo. Funcionamos así, no es un reproche ni un lamento. El pensamiento binario es consecuencia de la necesidad de diferenciar las cosas y de la simpleza. No hace falta un pensamiento abstracto (un esfuerzo mental) para diferenciar las cosas, eso nos permite catalogar rápidamente y sentirnos cómodos con esa etiqueta. Diferenciamos lo malo de lo buena de forma simple porque eso nos ayuda a tener un espacio. Y el BDSM, por el motivo que sea, siempre acaba en la parte negativa de ese interruptor de dos posiciones.

Pero si no sabéis lo que es el BDSM y sentís una mínima curiosidad, apartad entonces esas ideas negativas preconcebidas y comenzad de nuevo: leed, investigad, preguntad, experimentad. No vais a ser peores personas por probar el BDSM de la misma manera que no sois mejores personas si vais a misa los domingos. Esto no va de buenos y malos porque entonces volveríamos al pensamiento binario que tanto daño hace y que nos hace caminar hacia detrás, cual deliciosos cangrejos.


sábado, 16 de julio de 2022

La oscuridad

 


Hay momentos de nuestras vidas en que creemos que todo va mal, que nada puede ir aun peor. Lo vemos todo negro, imposible de solucionar y nos abandonamos a la corriente, esperando morir ahogados pronto. Esos momentos de pesimismo absoluto suelen sucedernos cuanto más jóvenes somos, no porque de jóvenes tengamos mas problemas que a medida que el reloj avanza sino porque cuantos mas años cumplimos, mas nos da igual todo porque hemos aprendido que de cualquier problema se sale, hemos aprendido que vivir consiste en eso y, sobre todo, somos más escépticos ante lo bueno, pero también ante lo malo.

¿Qué hacer cuando todo va mal? El primer paso es detenernos y observar con aséptica distancia la situación. A veces nos duele una muela y a eso le sumamos con que se rompe el microondas y ya creemos que nuestra vida es una mierda y si a eso le sumamos una discusión con nuestra pareja, entonces creemos que la única solución es tomar arsénico, aunque se por compasión a quienes nos rodean. Si pensáis que estoy exagerando y que estos livianos ejemplos no nos llevan a la depresión de quien todo lo ve negro, es porque se trata de un “ejemplo”. Incluso cuando se juntan los momentos mas críticos de cualquier vida como muertes, desengaños, perdidas, inestabilidad, etc. ese “todo va mal” es en realidad un “varias cosas van mal”.

Cuanto mas sensibles solos, mas nos afectaran los inconvenientes propios de seguir vivos. Esa es la clave: comprender nuestra sensibilidad, pero también comprender que forma parte de la vida. Y aprender a que ciertas situaciones solo se curan de una forma: mirando como caen las hojas del calendario.

Como aseguran las mentes mas básicas del planeta tierra: si algo tiene solución, soluciónalo y si no tiene solución, continua tu camino. Aunque hagas ese camino acompañado de recuerdos oscuros.

En mi particular caso, practicar BDSM o buscas momentos perversos y/o excitantes, momentos irrepetibles e incluso prohibidos, me ha salvado de esos caminos oscuros motivados por problemas que no podía solucionar. Puede que este último párrafo suene superficial pero no es mas que la constatación de que a la locura de la vida solo se puede combatir con más locura.

Porque pretender mantenerse cuerdo en este mundo sin buscar salidas es quedarte en un sofá, inmóvil, viendo pasar una serie tras otra sin prestar atención y esperando a que se haga de noche a ver si consigues dormir y el día siguiente te trae algo mejor.

Eso mejor hay que salir a buscarlo, así de simple.

viernes, 1 de julio de 2022

Perversion 1 (relato)


L viste como le ordenó la persona a quien va a visitar lo que significa que luce una falda negra de cuero y una camisa de botones, también botas y un cinturón negro con una gran hebilla dorada. Está plantada frente a una puerta de hierro, consultando su reloj. Aun faltan cinco minutos. Cinco interminables minutos. Es verano y hace calor. Demasiado calor. El trato era llegar a las once en punto, justo en el momento en que la otra persona debía comenzar una reunión telemática. Lo que sucedería después se adentraba en la frontera de lo imposible y lo deseado, de lo perverso y lo inadecuado. La frontera que separa la cotidianeidad de lo genuino. Lo que separa el olvido del recuerdo. A las once en punto L oprime el botón del portero automático, un zumbido le indica que la puerta se ha abierto. Le tiembla todo el cuerpo e imagina que en el corto trayecto hasta el ascensor va a desfallecer y caer al suelo. No es miedo, no es debilidad, tampoco es el calor. En realidad es una excitación tan brutal que la sola idea de que la fantasía se haga realidad, casi le hace perder el sentido. En menos de un minuto está en la puerta del piso de él. Empuja la puerta pero no ve a nadie, solo un pasillo. Del interfono de la entrada cuelgan dos antifaces. L cierra la puerta, se coloca ambos antifaces, toma aire y dice “ya está”. Entonces escucha unos pasos dirigiéndose hacia ella. 

Si pudiese ver, lo que tendría enfrente sería un hombre de mediana edad, con unos auriculares inalámbricos en la cabeza, que va a su encuentro. La coge de la cintura y le dice “Hola L”. 

“Hola” contesta ella tímidamente, dejándose llevar a ciegas por una casa que desconoce, guiada por alguien a quien nunca ha visto. L puede escuchar una conversación distorsionada lo que la hace recordar que ha esperado a que a las once comenzase la reunión. Esas conversaciones deben venir de unos auriculares.

El hombre la lleva hasta el comedor y le dice que se arrodille, ella lo hace con cuidado, el hombre ha colocado unos cojines en el suelo. Todo un detalle. O no.

L escucha como el hombre toma asiento frente a ella, imagina un sofá. ¿Qué mas da todo ya? Podría estar en una casa abandonada despellejándose las rodillas contra un destrozado y lo haría igualmente.

-Si, lo haremos el martes, si el cliente lo autoriza -dice el hombre.

Evidentemente eso no iba para ella.

El hombre le coge las manos y las lleva a lo que parece su pene. L inspira profundamente y después, armada de un valor que nunca tuvo ni volverá a tener, comienza a hacerle una felación a aquel hombre que sigue hablando de cosas de trabajo con alguien. Le imagina haciendo esfuerzos por no gemir mientras la polla sigue creciendo dentro de su boca. L utiliza sus manos y su lengua, quiere impresionar al hombre. Le chupa la polla con delicadeza, odia metérsela en la garganta hasta el fondo, odia cuando el hombre le coge de la cabeza y empuja, odia que le provoquen arcadas… prefiere llevar su propio ritmo, sin prisas. La situación para ella tiene tanto de morboso como de adecuado.

Lo que mas le excita a L es sentir que, a pesar de estar arrodillas y con los ojos vendados, tiene el control absoluto. Le excita que el hombre tenga que ahogar sus gemidos, le excita aquella situación perversa y tan poco apropiada, chupándole la polla a un desconocido que podría ser su padre o incluso su abuelo. Y lo que mas le excita es que, cuando el descargue en su boca, ella lo tragará y se irá de allí sin verle. L está estudiando las reacciones de él, quiere que se corra cuando esté hablando para que las personas al otro lado de la línea telefónica duden de que está sucediendo. No puede imaginar nada más perverso ahora mismo.

Al cabo de un rato el hombre eyacula en su boca, justo cuando está hablando, sus palabras se entrecortan mientras ella sigue chupando hasta sacarle la ultima gota. Se lo traga todo, no es algo que le apasione, pero el poder tener ese control la ha excitado tanto que le apetece tragársela. Lo desea. L sigue chupando mientras el hombre se retuerce de placer, le imagina sudando, intentando no decir nada… ¿Y si sigue chupando? L continua y al poco rato, el pene del desconocido vuelve a crecer dentro de su boca así que L repite lo mismo que ha hecho hasta entonces. De repente ya no escucha voces. Posiblemente la reunión haya acabado. Nota la mano del hombre entrando dentro de su escote, tocando sus pechos, buscando sus pezones. L continúa chupando y permitiendo que aquel tipo meta sus manos donde desee hasta que vuelve a notar el semen golpeando su paladar mientras un grito de placer recorre todas las estancias del piso. L acaba de limpiar el pene con la lengua y levanta la vista para mirar al hombre sin verlo, solo oscuridad, ella sonríe e imagina que el también sonríe. El hombre la ayuda a levantarse y también la ayuda a recolocarse toda la ropa que ha quedado fuera de sitio por culpa de las excitación de él. Después, de forma inesperada, él la abraza, un abrazo fuerte y prolongado. L reposa su cabeza en el hombro de él. A pesar de todo lo obsceno de la propuesta, agradece ese abrazo como nada en su mundo ahora mismo. El hombre la acompaña a la puerta de salida del piso, se besan y le dice que espere dos minutos, después se quite el antifaz y se vaya. Ella obedece. Poco después esta bajando las escaleras mientras aun saborea el semen de aquel desconocido.

Otra de las perversiones que acordaron era que, si a ella le apetecía, iría hasta un bar cercano y entonces le enviaría un whatsapp para que el viniese. Se verían por primera vez en el bar, después de que él se hubiese corrido dos veces en su boca.

Al llegar a la calle, L le sonríe al sol. Mira a su alrededor y siente algo parecido a una mezcla de felicidad y aun excitación. No necesita ver a ese hombre, aun no. L coge su móvil y le envía un mensaje al hombre. 

“Ha estado muy bien, pero prefiero irme a casa, continuará siendo morboso así” ha escrito ella.

L vuelve caminando a su casa, permitiendo que el sol del verano le de en la cara, saboreando aun el semen del desconocido. El escenario perfecto para eso que le llaman “perversidad”.