Porque cuando sucede un milagro, el resto carece de importancia, incluso lo que es importante.
Al cabo de media hora, L apareció en mi puerta. Años atrás, una mañana antes de ir a trabajar y cuando L y yo jugábamos a otras cosas aparte de al rummy, ella me había enviado un mensaje diciendo que venía a casa y yo le había contestado que no. Ella se enfadó, vino igualmente y tuvimos una sesión de sexo que hubiese puntuado casi cinco estrellas en tripadvisor caso de que se puntuase algo más que la comida y el servicio (que hubo comida, eso si).
L llegó enfadada, habían pasado bastantes años desde aquel maravilloso desencuentro que acabó con nosotros extenuados y bañados en sudor, pero ella seguía igual de hermosa, aun más. Iba vestida con unos tejanos y una camiseta, su uniforme habitual. Por cierto, si algún día hiciesen un concurso de a quien le quedan mejor unos pantalones tejanos, L ganaría siempre, incluso hoy.
Sin mediar palabra nos abrazamos y comenzamos a besarnos, volviendo a aquellos tiempos donde descubrimos que ambos somos unos maestros del beso. Cinco minutos después estábamos en la misma habitación del pecado de años atrás, metiéndonos mano, besándonos, arrancándonos la ropa. Habían pasado muchos años, nuestros cuerpos, nuestras mentes, eran otros, pero nuestra curiosidad y nuestras ganas de jugar con fuego seguían siendo las mismas. Algo que desembocaba siempre en deseo.
-Ahora vas a jugar, pero si quieres ganar… -dijo ella haciendo una larga pausa- deberás atarme primero a la cama porque si no te voy a ganar yo.
Por supuesto que la até a la cama, con piernas y brazos en cruz, totalmente desnuda y, a continuación, hundí mi cara en su sexo. Recordaba ese olor, ese sabor, a mi memoria volvió el pasado cuando L se retorcía en la cama, lo mismo que estaba haciendo ahora. Me gusta atar a la gente a una cama y hundir mi cara en su sexo. No pueden escapar, no pueden pedir, deben limitarse a correrse una y otra vez sin evitarlo. Eso es lo que pretendía mientras ella levantaba la cabeza y me observaba con una mirada mezcla de rabia, placer y sorpresa.
Me detuve, cogí un antifaz y se lo coloqué sobre los ojos. Ella negaba con la cabeza pero no puedo evitarlo. Después me desnudé y metí mi pene en su boca. El sexo oral que me hizo L fue como jugar a la lotería, que te toque el premio gordo, perder el boleto y recuperarlo dos días antes de que caduque para cobrar el premio. No quise correrme en su boca porque ella estaba atada y recordaba que, aunque a L le encantaba llegar hasta el final, nunca se lo tragaba. Y yo soy un cabrón, pero también un caballero. Saqué mi pene de su boca y la penetré, lentamente, comenzado a follar con suavidad, besándonos, tocándole el cuerpo por todas partes. Entonces la desaté le quite la venda y volvimos a repetir todo cuanto habíamos hecho en el pasado, incluso ese sexo anal que tanto recuerdo y donde ella me había dicho años atrás “es la primera vez que me corro por el culo”. Al final eyaculé en su boca mientras L seguía chupando y chupando, después se levantó y fue hasta el lavabo para escupir los millones de potenciales hijos que iban a escapar por el desagüe.
L volvió a la cama y nos quedamos desnudos, abrazados.
-Hemos vuelto a hacerlo -dije acariciando su pelo
-Yo no quería hacerlo.
-¿Entonces por que has venido?
-Odio cuando me dices NO, incluso cuando tienes motivos -dijo ella sin dejar de sonreír al tiempo que comenzaba a deslizarse de nuevo hasta mi pene para metérselo en su boca.
-No me comas la polla -ordené.
Ambos rompimos a reír.
Puede que repetir el pasado nunca salga bien porque ese pasado se ha reescrito en nuestra memoria. Pero, incluso, cuando las cosas pueda salir peor... siempre nos quedará el humor. Y ese es el mayor placer del mundo.
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