La infidelidad tiene muchas caras, desde la cara oculta (pero no tan fría como la de la Luna) donde somos infieles a espaldas del otro... hasta la infidelidad donde pretendemos que el otro sea consciente de la traición para hacerle daño. Y un paso mas allá consiste en el cornudo consentidor, aquella persona que acepta una infidelidad con él de espectador porque esa humillación a su persona, le causa placer.
En el caso que nos ocupa, la esposa inquieta lleva meses queriendo serle infiel a su marido únicamente para hacerle daño. Volver a casa después de haber hecho el amor con otro hombre y explicárselo todo a su marido, desea que llegue ese momento y ver su rostro desencajado y lleno de ira. El premio a toda la vergüenza que él la ha provocado.
El problema es que lleva tanto tiempo fantaseando, mostrando su cuerpo desnudo en fotos a extraños y masturbándose imaginando la situación que ya no sabe si ha llegado a esa punto donde debe volver a casa antes de cruzar el punto de no retorno. Quizás desee quedar con un desconocido por ella misma y no para vengarse de su marido. Permitir que un desconocido haga lo que quiera con ella para satisfacerse, para que, aunque haya venganza, sea una venganza silenciosa.
Hay una persona cerca de donde vive, un amo, alguien que le ha propuesto tener sexo. ¿Y si va a su casa a hacer cuanto le ha prometido? Una promesa que nace con ella yendo a casa de ese desconocido a que le ponga una venda en los ojos, le ate las manos en la espalda y haga cuanto desee. ¿Le apetece? Si. ¿Está dispuesta a hacerlo? No lo sabe aun. Y esa indefinición nace de que no sabe si quiere que suceda porque le apetece, porque le apetece vengarse o porque quiere humillar a su esposo.
Porque siempre necesitamos un motivo, y en el caso del sexo "prohibido" tiene que haber un motivo que vaya más allá de simplemente el placer físico.
Podría ir a casa de ese desconocido y permitir que suceda, podría pedirle que le haga fotos mientas lo hacen para luego mostrárselas a su esposo. O quizás simplemente decirle que lo ha hecho. O ni eso, quizás solo deba limitarse a ponerle los cuernos sin que lo sepa pero sonriéndole al volver a casa y que solo ella sepa que esa sonrisa es un silencioso discurso de humillación.