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Peeping Tom (Michael Powell, 1960) |
(Respecto a la imagen que acompaña este texto, si aun no habeis visto la película de 1960 llamada "Peeping Tom" debéis verla... es una auténtica obra maestra)
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Peeping Tom (Michael Powell, 1960) |
(Respecto a la imagen que acompaña este texto, si aun no habeis visto la película de 1960 llamada "Peeping Tom" debéis verla... es una auténtica obra maestra)
La lluvia cae con una cadencia
hipnótica, cada gota encarna una húmeda promesa que recorre mi piel sin tocarla, erizándola. Es un grito primitivo, el murmullo que despierta mi cuerpo desde
dentro. El sonido de las gotas deslizándose por el
cristal es el mismo escalofrío que se desliza por mi espalda, una caricia que aviva
el deseo de convertirme en el lobo de la siempre eterna caperucita.
El aroma que envuelve la ciudad bajo la lluvia se convierte en un conjuro embriagador, una promesa de dos pieles calientes encontrándose en la penumbra, el sudor de ambos se entremezcla con el agua de la lluvia formando una película entre los cuerpos.
El viento trae
consigo el peso de lo inevitable, una corriente eléctrica que eriza mi piel y
enciende mi sangre. Siempre ha sido así y ya he tirado la toalla, no hay
explicación lógica a lo ilógico. La tormenta ruge a lo lejos, y en su eco
resuena mi anhelo: la necesidad de perderme entre tus brazos, desbordar mi
pasión y permitir que esa provocativa lluvia me consuma con su danza salvaje.
Escucho la lluvia caer, los truenos rompiendo el cielo en la lejanía. Imagino tu cuerpo desnudo y mis labios recorriendo cada rincón, mordiendo, sorbiendo, lamiendo, saboreando… absolutamente todo.
Imagino lo más sucio convirtiéndose en lo más tierno y viceversa. Imagino
un polvo rápido en el callejón trasero a un restaurante, lleno de cajas de cerveza
vacías, un cubo de basura que huele a eso, sucios canalones que descienden desde
los pisos allá a lo alto, transportando sus miserias hasta las hediondas cloacas mientras el agua cae sobre nuestros
cuerpos y yo, a cada embestida, entro más en tu cuerpo, susurrándote al oído que
debemos ser inmorales, debemos mentir, debemos ser sucios y debemos ser todo
cuando nos han dicho que no seamos.
Escucho la lluvia caer y nos
imagino en la habitación de un hotel, haciendo el amor sobre unas impolutas sábanas
blancas mientras la ciudad nos observa a través de unos grandes ventanales
pintados de gotas de agua. Imagino naufragar en tu mirada y besarte delicadamente
mientras digo que te quiero.
Un nuevo trueno me hace imaginar
el sexo sucio en el hotel y el sexo amoroso en el sucio callejón. La lluvia transmuta
mi voluntad en un vaso lleno de gelatina.
Me gustaría sentarme frente a ti
para mirar esos ojos y escuchar tu voz durante horas. Pero sucede que en un día de lluvia
como hoy lo que realmente mi alma de lobo feroz desea es arrancarte la ropa,
morderte en un hombro, sorberte los pezones, hundir mi cabeza entre tus
piernas, penetrarte por todos lados, correrme en cualquier parte de ti, luego ducharnos
juntos y volver de nuevo a correrme en otro lugar. Escuchar tus gritos de
placer, llevarte al orgasmo tantas veces que las matemáticas carezcan de toda
lógica. Ser sucio, tan sucio que ni bañándonos en salfumán consiguiésemos limpiar nuestras almas.
Quiero ser sucio y quiero
admirarte. Quiero que la lluvia cese y que nunca deje de llover.