lunes, 10 de marzo de 2025

Lo inalcanzable

Peeping Tom (Michael Powell, 1960)


Que jodido es estar todo un fin de semana junto a alguien inalcanzable. Que jodido es no ser correspondido (ya sea para bien o para mal) porque tienes miedo a dar un paso. Que jodido es no dar un primer paso porque crees que todo se derrumbará a tu alrededor. Que jodido es que lo inalcanzable siempre implique a terceras o cuartas personas. Que jodida es la química del cerebro. Que jodido es vivir. 

Pero que maravilloso es mirar y admirar, aunque sea en silencio. Cada mirada furtiva se convierte en un poema no recitado, cada palabra contenida es un latido ahogado. Imaginas conversaciones que nunca tendrán lugar, roces que nunca sucederán, futuros que solo existen en el teatro de tu mente. Que maravilloso es imaginar. La tragedia del amor no declarado. La tragedia de de que la otra persona jamás sepa que, en algún rincón del mundo, alguien ve en ella un universo entero.

(Respecto a la imagen que acompaña este texto, si aun no habeis visto la película de 1960 llamada "Peeping Tom" debéis verla... es una auténtica obra maestra)

sábado, 8 de marzo de 2025

Tan sucio, tan limpio (relato)

 




La lluvia cae con una cadencia hipnótica, cada gota encarna una húmeda promesa que recorre mi piel sin tocarla, erizándola. Es un grito primitivo, el murmullo que despierta mi cuerpo desde dentro. El sonido de las gotas deslizándose por el cristal es el mismo escalofrío que se desliza por mi espalda, una caricia que aviva el deseo de convertirme en el lobo de la siempre eterna caperucita.

El aroma que envuelve la ciudad bajo la lluvia se convierte en un conjuro embriagador, una promesa de dos pieles calientes encontrándose en la penumbra, el sudor de ambos se entremezcla con el agua de la lluvia formando una película entre los cuerpos. 

El viento trae consigo el peso de lo inevitable, una corriente eléctrica que eriza mi piel y enciende mi sangre. Siempre ha sido así y ya he tirado la toalla, no hay explicación lógica a lo ilógico. La tormenta ruge a lo lejos, y en su eco resuena mi anhelo: la necesidad de perderme entre tus brazos, desbordar mi pasión y permitir que esa provocativa lluvia me consuma con su danza salvaje.

Escucho la lluvia caer, los truenos rompiendo el cielo en la lejanía. Imagino tu cuerpo desnudo y mis labios recorriendo cada rincón, mordiendo, sorbiendo, lamiendo, saboreando… absolutamente todo.

Imagino lo más sucio convirtiéndose en lo más tierno y viceversa. Imagino un polvo rápido en el callejón trasero a un restaurante, lleno de cajas de cerveza vacías, un cubo de basura que huele a eso, sucios canalones que descienden desde los pisos allá a lo alto, transportando sus miserias hasta las hediondas cloacas mientras el agua cae sobre nuestros cuerpos y yo, a cada embestida, entro más en tu cuerpo, susurrándote al oído que debemos ser inmorales, debemos mentir, debemos ser sucios y debemos ser todo cuando nos han dicho que no seamos.

Escucho la lluvia caer y nos imagino en la habitación de un hotel, haciendo el amor sobre unas impolutas sábanas blancas mientras la ciudad nos observa a través de unos grandes ventanales pintados de gotas de agua. Imagino naufragar en tu mirada y besarte delicadamente mientras digo que te quiero.

Un nuevo trueno me hace imaginar el sexo sucio en el hotel y el sexo amoroso en el sucio callejón. La lluvia transmuta mi voluntad en un vaso lleno de gelatina.

Me gustaría sentarme frente a ti para mirar esos ojos y escuchar tu voz durante horas. Pero sucede que en un día de lluvia como hoy lo que realmente mi alma de lobo feroz desea es arrancarte la ropa, morderte en un hombro, sorberte los pezones, hundir mi cabeza entre tus piernas, penetrarte por todos lados, correrme en cualquier parte de ti, luego ducharnos juntos y volver de nuevo a correrme en otro lugar. Escuchar tus gritos de placer, llevarte al orgasmo tantas veces que las matemáticas carezcan de toda lógica. Ser sucio, tan sucio que ni bañándonos en salfumán consiguiésemos limpiar nuestras almas.

Quiero ser sucio y quiero admirarte. Quiero que la lluvia cese y que nunca deje de llover.