El BDSM, más allá de todas esas cuerdas, látigos y órdenes que parecen instrucciones castrenses, puede convertirse también en una vía reveladora para conocerse a uno mismo. No hace falta tener una mazmorra en casa ni saber hacer nudos marineros para empezar a explorar. Lo primordial es la curiosidad, el respeto y, sobre todo, el consentimiento. Si conocéis el BDSM ya sabréis que no se trata de sufrir por sufrir, sino de comprender que es aquello que nos mueve y qué nos libera. Porque el BDSM nos hace sentir vivos… aunque sea con una venda en los ojos y alguien diciéndote que ni se te ocurra mover ni uno solo de los músculos de tu cuerpo.
Las personas descubren en el BDSM aspectos de sí mismas que ni la terapia ni los retiros espirituales logran sacar a la luz. Hay algo en todo esto de jugar con el poder, en cederlo o tomarlo, que desvela patrones emocionales, heridas antiguas y deseos que estaban escondidos detrás de la cortina del “yo soy normal” o "no tengo ningún problema". Spoiler: nadie es normal y todos tenemos problemas. En eso consiste vivir. Porque en el juego del BDSM (es un juego, contempladlo siempre así) uno aprende a poner límites, a comunicarse con claridad y a confiar, que no es poca cosa en estos tiempos donde hasta pedir un café descafeinado con leche de avena puede generar conflicto y ansiedad.
Volviendo al tema de los "juegos", el BDSM tiene algo que pocas prácticas ofrecen: la posibilidad de reírse de uno mismo. De acuerdo, hay momentos intensos, pero también hay palabras de seguridad que suenan a broma, posturas que desafían la lógica del cuerpo humano y silencios incómodos cuando la persona dominante ha olvidado el guante de látex en el microondas. Y en medio de todo este festival de lo ridículo, uno se empodera.
Elegir cómo, cuándo y con quién explorar tu deseo es un acto de soberanía personal. Cuando la gente empieza en la sumisión, gente joven, los demás (aquellos que conocen su "secreto") piensan que es un acto de rebeldía sin entender que, por muy joven que uno sea, la responsabilidad con uno mismo está construida en base a la exploración, el conocimiento, el descubrimiento de otros placeres y las emociones.
Así que no, no es solo un juego raro de adultos con tiempo libre. Es una práctica que, bien llevada, puede ayudarte a conocerte mejor, a sanar, a conectar y, por qué no, a descubrir que tu versión más auténtica aparece justo cuando te quitas la máscara… o te la pones.
Los que intentamos analizar el BDSM desde un punto de vista pragmático, siempre nos topamos con la misma pregunta: ¿somos mas auténticos cuando llevamos la máscara o cuando nos la quitamos? Es decir ¿el rol nos libera o es un juego que nos ayuda a liberarnos cuando no estamos en el rol? Volveré a plantearlo de forma aun mas simple: quien es mas nuestro yo ¿cuándo asumimos el rol o cuando no?
He tenido la oportunidad de conocer a mujeres que, en el ámbito del BDSM, se identificaban como sumisas, mientras que en su vida cotidiana desempeñaban roles de gran responsabilidad, tanto en el entorno laboral como en el familiar. Eran personas acostumbradas a tomar decisiones complejas, con implicaciones que a menudo les generaban una carga emocional considerable. Para ellas, adoptar una posición sumisa no representaba una contradicción, sino una forma legítima de descanso psicológico: una pausa voluntaria en la exigencia constante de tener que sostenerlo todo, de tener que ser la mejor, la exigencia de ser mujer y no equivocarse.
Esto plantea una pregunta interesante: ¿Eran más auténticas, en su rol de mujeres empoderadas o en su vivencia como sumisas? Tal vez la respuesta no esté en elegir entre una u otra, sino en reconocer que ambas facetas pueden coexistir con coherencia. El problema surge cuando se parte de la premisa errónea de que una mujer que se somete voluntariamente ha renunciado a su autonomía, a su individualidad o a su libertad. Esta visión ignora un aspecto fundamental: esa mujer ha elegido conscientemente la dinámica de la sumisión porque en ella encuentra seguridad, afirmación y poder. El acto de someterse, lejos de ser una negación de sí misma, puede ser una forma subconsciente de ejercer control sobre tu propia experiencia emocional y física.
Siempre que hagas las cosas bien... eso si.
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