
Ella es pequeña, pero su presencia es grandiosa, como si la
arena sobre la que está tumbada reflejara su escondida esencia, iluminando toda la playa aun más que el propio astro Sol. Su piel, de un
tono canela profundo, brilla bajo el sol abrasador, perlada por diminutas gotas
de sudor. Reclinada sobre una toalla de colores vivos cierra los ojos y deja
que el calor la envuelva como un abrazo. Sus cabellos oscuros caen en ondas suaves sobre su espalda,
movidos apenas por la brisa marina. En su muñeca, unas pulseras doradas
tintinean con cada leve movimiento, un eco de lugares lejanos. Sus pies,
pequeños y delicados, juegan distraídamente con la arena, deslizándola entre
los dedos mientras el murmullo de las olas la arrulla en una calma absoluta. Entre sus labios se dibuja una sonrisa apacible. Es un
instante perfecto, suspendido entre el sol y el mar, entre su toda una vida y ese breve instante. Va vestida tan solo con la parte inferior del bañador, sus pechos,
apretados sobre la toalla, están ahora al resguardo de miradas ajenas de toda esa muchedumbre que la rodea, de una playa repleta de gente, resguardada de mi obscena mirada.
Estoy escondido tras un árbol en el linde de
la playa. La observo en silencio, observo sus piernas de piel oscura,
torneadas, sus nalgas apretadas bajo ese breve espacio de tela, su espalda
arqueada y su sonrisa mientras lee un libro, recostada boca abajo sobre la
toalla.
Una erección lucha por salir de mis pantalones. ¿Qué se
supone que estoy haciendo? La he seguido hasta allí y ahora la estoy espiando. La
culpa me pesa como una piedra fría. No es mi intención cruzar esa línea, pero
la curiosidad (quizás algo más oscuro) me atrae y arrastra hacia ella. No es solo curiosidad: es deseo de acercarme a ella de una forma que no me corresponde.
Ahora, escondido en la penumbra de esos cuatro árboles que
no se atreven a ser ni el comienzo de un bosque, siento que estoy traicionado
algo sagrado. No a ella, sino a la versión de mí mismo que era antes de saber
de su presencia. Ojalá retroceder, borrar esa sensación punzante en el
estómago, esa vergüenza que me hace vibrar cuando recibo un mensaje suyo.
Porque ella sigue siendo la misma: luminosa, confiada, inteligente… pero yo, en
cambio, ya no estoy seguro de quién soy. Soy arcilla moldeada entre deseos reprimidos y unas pocas frases esparcidas en el tiempo.
Deslizo una mano dentro de mi bañador y comienzo a frotarme
el pene, suavemente, como un preludio de una masturbación que me apetece demasiado. Entonces ella se da la vuelta y muestra sus dos pechos, no son pequeños para lo pequeña que es ella, dos maravillosos pechos
con un pezón grande y oscuro. Ella parece girarse hacia mi para mostrármelos
aun mejor, eso no es posible, no sabe de mi presencia allí.
Saco mi pene del bañador y comienzo a
masturbarme con fuerza, sin poder dejar de mirar esos pechos, esas piernas, ese estómago, esa sonrisa... entonces reparo en que me está mirando. ¿Puede verme realmente?
La mujer sonríe, se levanta y comienza a caminar lentamente hacia mi, arrastrando los pies sobre la arena casi a cámara lenta. Dejo de masturbarme,
pero soy incapaz de moverme, mis músculos están cincelados en piedra, soy la
estatua de un mirón sosteniendo una polla erecta. La mujer llega a mi altura,
vestida tan solo con la minúscula braguita de bikini, ahora puedo ver sus
pechos mejor, su piel tostada y perlada de sudor. Su magnífica sonrisa.
-¿Por qué has parado? -pregunta
Vuelvo a masturbarme mientras ella coloca
suavemente una de sus manos bajo mis testículos, masajeándolos lentamente.
Alargo yo la otra mano y acaricio uno de sus pechos.
-Dale fuerte, quiero ver la leche salir disparada -ordena
ella.
Sigo acariciándola, seguimos acariciándonos. Entonces ella
se arrodilla e introduce mi pene en su boca, comienza a chuparlo sin dejar de
mirarme a los ojos. Le cojo con fuerza de esos cabellos desordenados y comienzo
a follar su boca mientras la mujer, arrodillada, coloca sus manos en su espalda
en actitud abiertamente sumisa. Ambos sabemos lo que somos y con lo que fantaseamos.
La diferencia es la distancia entre un sueño y la vigilia. En nuestras
prolíficas mentes, todo es posible. En nuestras respectivas realidades, todo
tiene consecuencias. La fantasía es un mundo
que carece de los límites propios de la moral, un maravilloso lugar donde los
deseos más escondidos se despliegan sin barreras. En la fantasía todo fluye con
perfección, sin miedo al rechazo, sin riesgos emocionales, sin el peso de la
responsabilidad. Son creaciones privadas, escenarios diseñados para el placer
sin interrupciones ni imprevistos. El mismo placer que su boca y su lengua están proporcionándome en
ese preciso instante. La mujer a la que había contemplado durante todos esos meses de
deseo reprimido es ahora una servil sumisa a mi servicio.
El deseo se mezcla con el nerviosismo, la torpeza, la duda.
Lo que en la mente parece perfecto, en la vida real puede volverse
impredecible, incluso incómodo. No obstante, ahora, en aquel lugar, nosotros dos… todo es perfecto. Un paréntesis tan grande como los árboles que nos rodean. Siento que voy a correrme y así se lo hago saber.
-Córrete en mi boca -ordena ella sacándosela de la boca durante unos
instantes- quiero tragármela toda, quiero volver a la arena con el sabor de tu
semen en mis labios.
Pero la imperfección de la realidad donde se esconde su
belleza. Porque a diferencia de la fantasía, lo real puede tocarse, sentirse,
vivirse. Y aunque nunca será tan ideal como en la imaginación, es lo único que
puede ser genuinamente compartido. Me corro sin poder evitarlo mientras ella habla, lanzando
oleadas de semen sobre su hermoso rostro, en sus labios. Ella rápidamente abre la
boca y traga lo que queda. Luego, ante mi sorpresa, recoge con los dedos lo que ha caído
en su cara y se los mete en la boca.
Después se levanta y, sin
decir más, vuelve a su lugar en la playa.
Continúo observándola, tumbada sobre la toalla, la
imagino saboreando los últimos restos de mi semen. ¿Ha ocurrido realmente o ha sido tan solo el fruto
de mis delirios bajo el ardiente solo y ella nunca se había levantado de la toalla?
Ella gira la cabeza para mirarme, yo saludo con una mano,
como el inocente escolar que se despide en el autobús escolar. Ella rompe a reír. Después
coge su teléfono móvil y comienza a teclear algo. Un mensaje llega a mi
móvil.
“Ahora vuelve a tu casa, no echemos
mas gasolina al fuego. Volveremos a quedar y me follaras bien fuerte por todos
lados ¿comprendido? Ah... y quiero volver a tragarme tu leche, me gusta su sabor.”
Mis piernas comienzan a flaquear, voy a perder el sentido.
“Si, mi ama” contesto al mensaje sin darme cuenta de lo que
acabo de teclear
Definitivamente, aquella mujer única acaba de convertir
mi voluntad y mi firmeza en una toalla mojada con la que golpearme.
Y yo encantado de ello.