jueves, 16 de octubre de 2025

Dirty talk en el BDSM: lenguaje como herramienta de control




En el mundo del BDSM, donde el “sí” se negocia y los roles se reparten, el lenguaje no es solo picante… es estrategia. El famoso “dirty talk” (ese hablar sucio que a veces nos sale sin pensar) aquí se convierte en una herramienta que sirve para provocar, ordenar, conectar y hasta construir personajes dentro de una escena (roles dentro de una sesión). Porque no es lo mismo soltar un “qué bueno estás” en medio del frenesí que decir “eres mío, perro” con toda la intención de marcar territorio (aunque sin mearnos, claro). A su vez, la sumisión verbal (responder con “sí, señor/a” o simplemente pedir permiso para hablar) puede ser una forma de entrega total, incluso más intensa que la física. En el BDSM, esas frases se cocinan a fuego lento: se pactan, se afinan y se lanzan como flechas con un único propósito. No es improvisación, es arte verbal con látigo incluido. El dirty talk en BDSM no se tira al aire como confeti, necesita contexto, consenso y una buena dosis de juego mental. Pero que sepas que nadie te va ayudar a aprender esto del "dirty talk" porque no son simplemente frases caliente que puedes aprender... esto va de crear mundos.

Este “hablar sucio” en el BDSM activa mecanismos psicológicos profundos. Según expertos en sexualidad, el lenguaje explícito puede desencadenar estados de trance erótico, aumentar la vulnerabilidad emocional y reforzar la confianza mutua. En este contexto, la voz del dominante puede convertirse en un ancla emocional, una guía que sostiene al sumiso en momentos de intensidad física o emocional. Siempre he defendido el uso de la voz en el BDSM, es, quizás, la mejor arma de la persona dominante. El saber que decir y como decirlo.

Además, el uso de palabras específicas que van de lo cariñoso a lo humillante, dependiendo del acuerdo, nos permite explorar fetiches, fantasías y límites de forma segura. *El lenguaje se convierte así en un espacio de juego simbólico donde se negocia el placer y el poder. Por ejemplo, si la persona sumisa disfruta siendo humillada y controlada pero no soporta el dolor, a veces el lenguaje es una forma de sustituir lo físico consiguiendo el mismo efecto.

Pero como toda práctica BDSM, el dirty talk debe estar enmarcado en el consentimiento explícito. No todas las palabras son bienvenidas, y lo que para una persona puede ser excitante, para otra puede resultar desencadenante o doloroso. Por eso, la importancia de establecer previamente listas de palabras seguras, frases prohibidas o códigos de detención verbal.

El dirty talk también puede ser una vía para explorar dinámicas de humillación erótica, degradación o adoración, siempre dentro de los límites pactados. En estos casos, el lenguaje no solo excita: *construye una narrativa compartida que puede ser tan poderosa como cualquier atadura o castigo físico*.

Dominar el dirty talk en el BDSM requiere sensibilidad, creatividad y escucha activa. No se trata de repetir frases cliché, sino de leer el cuerpo del otro, interpretar su respiración y las emociones para modular el tono, el ritmo y el contenido del discurso. Reaccionar para provocar. Un susurro puede ser más dominante que un grito; una pausa, más intensa que una orden. Es quizás la parte mas desconocida del BDSM pero, desde mi experiencia, la mas poderosa, la mas efectiva y, por que no… terriblemente divertida.

En definitiva, el dirty talk en el BDSM no es un accesorio: es una herramienta central para ejercer control, provocar placer y profundizar la intimidad. Siempre decimos que las palabras se las lleva el viento, en el caso del BDSM, las palabras sucias atan.



martes, 14 de octubre de 2025

El ángel caído, el demonio renacido


Hay encuentros que duran apenas unas estaciones, unas horas compartidas entre sombras y luces. Y sin embargo, ese breve parpadeo en el tiempo puede dejar una huella más profunda que mil días repetidos junto a rostros familiares. Son almas que se cruzan con nosotros como cometas: fugaces, intensas, inolvidables. En el universo del BDSM, donde la piel habla y el silencio se vuelve pacto, estos vínculos adquieren una gravedad distinta. La intimidad se condensa, la confianza se vuelve rito, y lo efímero se transforma en eterno.

Hoy os quiero hablar de N.

Conocí a N. hace muchos años, cuando yo me creía un demonio errante, sediento de dominio, y ella se aparecía como un ángel recién caído, un alma tan pura que merecía ser colocada con mimo frente al vitral de una iglesia, como ofrenda de luz. Pero la vida, con su ajustada ironía, nos desnudó de las máscaras con las que nos mostrábamos: ni yo era tan oscuro, ni ella tan celestial. Chocamos como dos bestias heridas, olfateando en el otro la promesa de un refugio. Porque hay heridas que no se curan en soledad, y hay lenguas que saben consolar mejor que el silencio de una casa vacía. Ella buscaba explorar los pliegues de su entrega, mientras huía de una realidad que le pesaba como un abrigo mojado. Yo buscaba todo lo que ella encarnaba: ese ángel dispuesto a descender, a rendirse, a ser gozado sin medida, sin horario, sin pudor. Pero no era solo un juego de roles, no todo orbitaba alrededor del BDSM. La realidad era la la dicha de estar acompañado por alguien cuya sola presencia te enciende, te eleva, te devuelve al mundo con los ojos brillando. Y es que no hay nada mas feliz que hacer feliz a otra persona. Yo intenté eso. Cuidarla, mostrarle el BDSM, escucharla e intentar comprender una vida diferente a la mía, su vida llena de contradicciones. No se si lo conseguí, me gustaría pensar que la ayudé tanto como ella me ayudó a mi sin darse cuenta. Aunque a la vista de ambos aquello era pasarlo bien, tener un lugar donde convertirnos en dos malditos y después sentarnos en el sofá a ver la tele. Porque incluso los ángeles, incluso los demonios, necesitan de cierta cotidianidad y compañía.

No puedo negar que su recuerdo me visita con esa nostalgia dulce y punzante que te susurra al oído: “hazlo de nuevo, aunque sea una sombra de lo que fue.” Hay memorias que no se conforman con ser pasado; se convierten en deseo, en eco, en promesa. Y aunque el tiempo las haya cubierto de polvo, basta una chispa —una mirada, un gesto, un silencio compartido— para que el cuerpo recuerde y el alma anhele repetir el rito, aunque sea en una versión lejana, imperfecta, pero viva.

Muchas almas han cruzado mi vida, algunas con el peso suficiente como para dejar cicatrices. Y sin embargo, es N. una de las que permanecen, como una agradable melodía que no se apaga y te invita a bailar en silencio, susurrando su nombre en el aire. ¿Por qué ella? Tal vez porque nos quedó pendiente una última conversación, esa que nunca ocurrió, una incomodidad que es una página sin escribir dentro de un libro. Necesito saber si está bien, si alguno de sus sueños (aquellos que acariciaba con palabras) se han cumplido. Quería ser escritora, y lo era ya, en su forma de mirar, en su manera de callar. Era poeta, incluso cuando no escribía. Rezo, sin saber a quién, para que su vida sea plenitud, sea fuego, sea calma.

Y sí, confieso que me gustaría tenerla de nuevo a mi servicio, sentir esa entrega que era también un juego de espejos. Pero no volvería a verla por todo eso. Volvería a verla solo por el temblor de su sonrisa tímida, por el sonido de su voz, que aún parece buscarme en los rincones del recuerdo.


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viernes, 15 de agosto de 2025

El BDSM como camino de autoconocimiento y empoderamiento

 


El BDSM, más allá de todas esas cuerdas, látigos y órdenes que parecen instrucciones castrenses, puede convertirse también en una vía reveladora para conocerse a uno mismo. No hace falta tener una mazmorra en casa ni saber hacer nudos marineros para empezar a explorar. Lo primordial es la curiosidad, el respeto y, sobre todo, el consentimiento. Si conocéis el BDSM ya sabréis que no se trata de sufrir por sufrir, sino de comprender que es aquello que nos mueve y qué nos libera. Porque el BDSM nos hace sentir vivos… aunque sea con una venda en los ojos y alguien diciéndote que ni se te ocurra mover ni uno solo de los músculos de tu cuerpo.

Las personas descubren en el BDSM aspectos de sí mismas que ni la terapia ni los retiros espirituales logran sacar a la luz. Hay algo en todo esto de jugar con el poder, en cederlo o tomarlo, que desvela patrones emocionales, heridas antiguas y deseos que estaban escondidos detrás de la cortina del “yo soy normal” o "no tengo ningún problema". Spoiler: nadie es normal y todos tenemos problemas. En eso consiste vivir. Porque en el juego del BDSM (es un juego, contempladlo siempre así) uno aprende a poner límites, a comunicarse con claridad y a confiar, que no es poca cosa en estos tiempos donde hasta pedir un café descafeinado con leche de avena puede generar conflicto y ansiedad.

Volviendo al tema de los "juegos", el BDSM tiene algo que pocas prácticas ofrecen: la posibilidad de reírse de uno mismo. De acuerdo, hay momentos intensos, pero también hay palabras de seguridad que suenan a broma, posturas que desafían la lógica del cuerpo humano y silencios incómodos cuando la persona dominante ha olvidado el guante de látex en el microondas. Y en medio de todo este festival de lo ridículo, uno se empodera. 

Elegir cómo, cuándo y con quién explorar tu deseo es un acto de soberanía personal. Cuando la gente empieza en la sumisión, gente joven, los demás (aquellos que conocen su "secreto") piensan que es un acto de rebeldía sin entender que, por muy joven que uno sea, la responsabilidad con uno mismo está construida en base a la exploración, el conocimiento, el descubrimiento de otros placeres y las emociones. 

Así que no, no es solo un juego raro de adultos con tiempo libre. Es una práctica que, bien llevada, puede ayudarte a conocerte mejor, a sanar, a conectar y, por qué no, a descubrir que tu versión más auténtica aparece justo cuando te quitas la máscara… o te la pones. 

Los que intentamos analizar el BDSM desde un punto de vista pragmático, siempre nos topamos con la misma pregunta: ¿somos mas auténticos cuando llevamos la máscara o cuando nos la quitamos? Es decir ¿el rol nos libera o es un juego que nos ayuda a liberarnos cuando no estamos en el rol? Volveré a plantearlo de forma aun mas simple: quien es mas nuestro yo ¿cuándo asumimos el rol o cuando no?

He tenido la oportunidad de conocer a mujeres que, en el ámbito del BDSM, se identificaban como sumisas, mientras que en su vida cotidiana desempeñaban roles de gran responsabilidad, tanto en el entorno laboral como en el familiar. Eran personas acostumbradas a tomar decisiones complejas, con implicaciones que a menudo les generaban una carga emocional considerable. Para ellas, adoptar una posición sumisa no representaba una contradicción, sino una forma legítima de descanso psicológico: una pausa voluntaria en la exigencia constante de tener que sostenerlo todo, de tener que ser la mejor, la exigencia de ser mujer y no equivocarse.

Esto plantea una pregunta interesante: ¿Eran más auténticas, en su rol de mujeres empoderadas o en su vivencia como sumisas? Tal vez la respuesta no esté en elegir entre una u otra, sino en reconocer que ambas facetas pueden coexistir con coherencia. El problema surge cuando se parte de la premisa errónea de que una mujer que se somete voluntariamente ha renunciado a su autonomía, a su individualidad o a su libertad. Esta visión ignora un aspecto fundamental: esa mujer ha elegido conscientemente la dinámica de la sumisión porque en ella encuentra seguridad, afirmación y poder. El acto de someterse, lejos de ser una negación de sí misma, puede ser una forma subconsciente de ejercer control sobre tu propia experiencia emocional y física.

Cuando finalizo una sesión siempre pregunto a la otra persona como se siente. Minutos después se sienten felices pero también agotadas, removidas por dentro... si repites la misma pregunta al cabo de unas horas esa persona te dirá que se siente poderosa. Es una pauta común, no se puede generalizar pero sucede demasiado a menudo. ¿Por qué perder la libertad cómo un juego de rol puede empoderarnos? El el título de este texto "El BDSM como camino de autoconocimiento y empoderamiento" no está puesto porque si: es una realidad absoluta.

Siempre que hagas las cosas bien... eso si. 

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martes, 12 de agosto de 2025

Una nueva forma de adrenalina: BDSM y parques temáticos



En los últimos años (y ya van demasiados) ese milenario país que es Japón ha vuelto a captar la atención global por una tendencia social curiosa y provocadora: el BDSM recreativo en parques de atracciones. Lo que comenzó como encuentros esporádicos organizados por comunidades alternativas, de repente, se ha masificado en eventos temáticos organizados y hasta autorizados dentro de algunos recintos de entretenimiento.

Pero la auténtica pregunta aquí no es si eso es algo normal o no, aquí la única pregunta es por qué llamamos a Japón cultura milenaria cuando prácticamente todos los países tienen una cultura milenaria. Es como lo de los ninjas... si muchos países tienen cultura de ninjas y solo conocemos a los japoneses... ¿eso no sería porque son los peores y no saben esconderse?

Perdón por la dispersión, volvamos al BDSM recreativo. ¿Qué diablos es eso? El BDSM se practica (tradicionalmente) en entornos íntimos y consensuados, es decir, en la intimidad de tu hogar o en oscuras mazmorras con aroma a látigo y lubricante. Sin embargo, en Japón, país conocido tanto por su cultura del respeto como por su tolerancia a las más diversas formas de expresión sexual y estética, es donde ha surgido esta nueva versión: el BDSM como experiencia lúdica y estética, ambientada en espacios controlados. Y es que en Japón, el BDSM en Japón es toda una industria (como cualquier cosa relacionada con el sexo). Un país de marcados tintes patriarcales donde, curiosamente, lo que mas abundan son las dominatrix. Al japonés le gusta ser humillado por una mujer. ¿Por qué? Responder a esta pregunta no es el propósito de este texto, pero tenemos que tener en cuenta, antes de nada, la paradoja de lo publico y lo privado como dos caras de una misma moneda. En lo privado hay centenares de Bondage Bars donde miles de hombres poderosos (ya sea económica o socialmente) buscan la dominación femenina.

Los eventos relacionados con el BDSM tanto en los Bondage Bars como en los parques temáticos de BDSM no implican actividad sexual e incluso evitan el contacto explícito. Se centran en la estética del dominio/sumisión, el vestuario fetichista, y dinámicas cercanas a la performance como "caminatas con correa", juegos de roles, simulaciones de castigos suaves y especialmente el shibari o bondage, todo en clave teatral y con consentimiento estricto.

Es decir: mientras en los Bondage Bars actúan de forma privada, en los parques BDSM actúan en publico mostrando prácticas menos explicitas. Un lugar donde exhibirse y ser visto... lo que toda la vida hemos conocido como exhibicionismo solo que aquí, además del componente BDSM hay otro aun mas importante: está tolerado por las autoridades. ¿Os imagináis a una mujer llevando una correa con un hombre caminando a cuatro patas en una ciudad española? Yo tampoco.

Y de ahí pasamos a este nuevo escenario: los parques temáticos que son esa exhibición publica relacionada con el BDSM pero en un entorno tematizado. 

Algunos parques temáticos como Yokohama Cosmo World y recintos más alternativos en Osaka han comenzado a ofrecer noches temáticas exclusivas para adultos, donde el BDSM recreativo se convierte en parte de la atracción. Montañas rusas con "jaulas VIP", carruseles con sillas de restricción ligera y recorridos inmersivos con dominatrix actuando como guías forman parte del paquete recreativo

"Queríamos ofrecer una experiencia única, algo que combine adrenalina física y emocional", explica Naoko Shimizu, directora de marketing de un parque en Chiba que han hecho noches fetichistas. "Los visitantes no participan a menos que lo deseen, y todo está supervisado por expertos en seguridad y psicología."

Aunque sigue siendo un fenómeno de nicho, el BDSM recreativo ha ganado notoriedad y aceptación, especialmente entre adultos jóvenes interesados en explorar nuevas formas de autoexpresión, fuera de los cánones tradicionales. En realidad es una forma de liberar el estrés y jugar con los límites de forma segura. O al menos mas segura que en un local a puerta cerrada. Para muchos de esos jóvenes no es una práctica sexual sino que es algo estético, emocional, incluso artístico.

Sin embargo, no todo es aprobación. Grupos conservadores (que en Japón los hay... y muchos) han cuestionado la ética de este tipo de espectáculos en espacios que originalmente habían sido diseñados para una diversión en familia. Algunas asociaciones de padres han expresado su preocupación por la posible "normalización de prácticas sexuales en espacios públicos".

Japón no prohíbe expresamente este tipo de actividades, mientras se realicen dentro de los límites legales del consentimiento, la decencia pública y el respeto a terceros. Los parques que organizan estas experiencias establecen zonas delimitadas, horarios nocturnos y políticas de entrada exclusiva para adultos mayores de 20 años. Como un parque de atracciones al uso, vamos: zonas, horarios y control de edad... 

Los expertos en cultura japonesa señalan que este fenómeno se inserta dentro de una tendencia mayor: el cruce entre el entretenimiento temático y la exploración personal. En un país donde lo privado y lo público conviven de una forma que los occidentales no comprendemos, el BDSM recreativo en parques no parece tan raro como podría serlo en otras sociedades porque en Japón, existe una larga tradición de performance, máscaras sociales y rituales. El BDSM recreativo puede verse como una continuación de eso, adaptado a los gustos contemporáneos.

Lo que para algunos es provocación, para otros es una forma legítima de juego y autoexploración. En los parques de atracciones de Japón, el BDSM recreativo ha encontrado un terreno donde el placer, la ficción y la diversión convergen. ¿Y no es eso lo que buscamos todos al salir del trabajo? Y aunque no está exento de polémica, demuestra una vez más la capacidad del país del sol naciente y el ramen para reinventar la forma en que experimentamos el deseo, el arte y el entretenimiento.

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domingo, 10 de agosto de 2025

BDSM en la historia: de los rituales antiguos a la cultura pop




Hay placeres que no se gritan, son ese tipo placeres que nacen de una palabra susurrada al oído. También existen placeres que no se enseñan, sino que descubrimos (quizás por casualidad) sobre nuestra piel. Son momentos inesperados (aunque soñados) que nos hacen despertar de golpe. Una vez despiertos, queremos saber un poco mas sobre el BDSM desde la seguridad de la soledad, leemos cuales son las prácticas habituales, vemos esas mazmorras que aparecen en internet y creemos que el BDSM es llegamos a la conclusión de que el BDSM es algo oscuro y relativamente moderno.

Vale, puede que esté de moda, pero moderno no es porque el BDSM no nació en un club oscuro en los años 50 ni tampoco en una novela barata. El BDSM nació cuando el primer ser humano sintió que el poder podía resultar excitante, que el dolor podía acariciar, que la entrega podía liberar. Y eso no sucedió hace cuatro días, ni cuatro años, ni cuatro décadas. Hace siglos que el ser humano practica BDSM, pero solo fue hasta mediados del siglo XX donde se le puso un nombre. 

Este texto pretende ser un viaje por siglos de rituales donde el cuerpo era el altar y el gemido, la oración. Desde diosas que exigían sumisión hasta pueblos que celebraban el fetichismo, el BDSM ha sido mucho más que sexo: ha sido un símbolo. Si vas a seguir leyendo esta breve (y posiblemente errónea) historia del BDSM, debes saber que mi intención es que contemples eso que conoces como “deseo” con otros ojos. Porque la historia del BDSM no se lee con la mente, se siente con el cuerpo.

Cuentan que, en la antigua Mesopotamia, la diosa Inanna (también conocida como Ishtar, diosa sumeria del amor, el sexo, la guerra y el poder.) descendió al inframundo, despojándose de todo (incluido sus ropas, su poder y su ego) para enfrentarse a la muerte armada tan solo de su deseo, con la intención de renacer más fuerte. O sea, como esos idiotas que están todo el día en el gimnasio. En los rituales en Mesopotamia, el sexo era sagrado: una forma de comunión con lo divino, los rituales de Inanna incluían travestismo, sumisión y placer ritual. Si, hemos dicho “sumisión” y “sexo”. ¿Os suena de algo? No, no os equivoquéis, no estamos hablando de pornografía sino de teología. Dejad los juicios de valor a un lado.

Y ahora vayamos hasta Esparta, done los jóvenes eran azotados frente a la estatua de Artemisa, mientras las sacerdotisas les observaban. A este rito se le llamaba "diamastigosis", una ceremonia en la que jóvenes efebos eran azotados públicamente mientras intentaban robar quesos del altar de la diosa. Que si... ¡quesos! Pero incluso así, no se trataba de un simple juego: era una coreografía de dolor, poder y mirada. Los látigos no solo marcaban la piel, sino también el carácter. La sangre derramada se ofrecía como tributo, y las sacerdotisas observaban con solemnidad, mientras el público asistía como si se tratara de un teatro sagrado. Este ritual, aunque nacido en un contexto religioso y militar, comparte similitudes con el BDSM moderno. El dolor como herramienta de transformación y la entrega como forma de poder. Aunque con una diferencia: en Esparta, el sufrimiento era impuesto; en el BDSM, se negocia. 

Pero en ambos casos, el cuerpo habla un lenguaje que va más allá del placer o del castigo: es el lenguaje del deseo ritualizado. Sumisión, sexo, azotes y voyerismo… progresamos adecuadamente.

¿Os acordáis de Pompeya? Eso es: esa ciudad que inspiró decenas de malísimas películas gracias a un volcán que pilló a todo el mundo con el pie cambiado. Pues deberíais saber que entre los muros de una de sus casas podíamos encontrar escenas de flagelación y entrega. ¿Por qué lo sabemos? La “Villa de los Misterios” es una de las residencias romanas mejor conservadas de la ciudad. En una habitación silenciosa de esta villa, a las afueras de Pompeya, el deseo se pintó en las paredes con pigmentos que aún resisten al tiempo. Allí, entre columnas y sombras, se celebraba algo más que arte: un rito. Mujeres en trance, sacerdotisas con látigos, cuerpos en danza, miradas que no temen el éxtasis. No era teatro. Era iniciación. El culto a Dionisio, dios del vino y la pérdida de control, exigía entrega. La flagelación no era castigo, sino purificación. El dolor, una llave. El placer, una revelación. En ese espacio, el cuerpo se volvía símbolo, y el juego de poder, una forma de renacer. Lo que hoy llamamos BDSM ya estaba allí, disfrazado de religión, de mito, de ceremonia. Porque mucho antes de que se escribieran manuales o se diseñaran arneses, ya se entendía que el deseo puede ser ritual, que la sumisión puede empoderarte, que el control puede liberarte.

Y ahora viajemos unos cuantos cientos de años hasta la Edad Media, esa época oscura donde el deseo se disfrazaba de penitencia y el cuerpo se ofrecía no al amante, sino a Dios. En monasterios y alcobas, la (auto)flagelación se practicaba como acto de purificación. No era castigo impuesto, sino elección. Los flagelantes recorrían ciudades y pueblos, desnudándose de cintura para arriba, entonando cánticos a la virgen mientras se azotaban con cuerdas, cadenas o escorpiones (flagelos con puntas metálicas que desgarraban la carne), convencidos de que el sufrimiento físico podía redimir los pecados del mundo, que el dolor era una vía directa al favor divino.

Nos sigue sonando a algo... ¿verdad?

Pero no todo era religión. El amor cortés, tan celebrado en la poesía de trovadores, nos ha dejado ejemplo de una dinámica de sumisión donde el caballero se humillaba ante su dama, le suplicaba, le obedecía. Ella decidía, él se entregaba. Era devoción, sí, pero también juego de poder. Una forma de BDSM envuelta en versos y mallas ajustadas. Vamos, una ama y un sumiso.

Y entonces llegó la Ilustración y con ella, un nombre conocido en la cultura popular: Donatien Alphonse François de Sade, Ese, el Marqués. Educado entre jesuitas y guerras, refinado por la aristocracia y corrompido por su propia imaginación, Sade convirtió el deseo en filosofía y el dolor en su literatura donde el cuerpo se convierte en campo de batalla ideológico. El placer no se suplica: se impone. La moral no se respeta: se destruye. Sade no inventó el sadismo, pero lo nombró y lo convirtió en categoría. En sus textos, el látigo ya no es redención religiosa (como en la edad media) sino la afirmación de una práctica. La dominación ya no es metáfora sino un manifiesto. Su legado literario abrió una puerta que ya no se cerraría.

Hasta aquí todo claro, pero todo mal: aun no existía el consenso.

Del monasterio al salón libertino, del cilicio al corsé, del gemido piadoso al grito erótico: el deseo siguió su curso. Y el cuerpo, siempre sabio, siguió buscando formas de decir lo que la sociedad no quería escuchar hasta que un grupo de hombres (de la comunidad gay) decidió, en pleno siglo XX, usar las siglas BDSM y sacar las prácticas de los sótanos. En Berlín, Nueva York, San Francisco, nacieron templos de cuero y látex. El fetichismo se convirtió en identidad. Las comunidades leather (ropas de cuero), los clubes privados, los manuales de juego seguro. El consentimiento se volvió ley. Porque aquí, el dolor no se impone: se ofrece. Se negocia. Se desea.

Ahora si.

Y entonces, la cultura pop se rindió con ese sinsentido que significó llevar el BDSM a las estanterías de los centros comerciales. Estamos hablando de “50 sombras de Grey”, claro. Lo que antes era tabú, ahora se mostraban en pasarelas, en videoclips y en novelas (bastante malas, todo sea dicho) que se leen con una mano bajo la sábana.

Seamos claros: el BDSM no es una moda. Es un susurro que viene desde los tiempos más remotos. Un pacto entre cuerpos que se desean sin miedo. Porque en cada cuerda, en cada mordaza, en cada palabra segura, hay historia. Hay arte. Hay fuego. Hay deseo. Y hay diversión. Mucha diversión.


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lunes, 21 de julio de 2025

El amor: ese complejo experimento químico que confundimos con poesía




Confundimos el amor con toda clase de sentimientos semejantes: cariño, deseo, amistad, hambre emocional y, a veces, incluso con el hambre o el sueño. No nuestra culpa: el amor no es un sentimiento puro, sino más bien una especie de cóctel emocional del que no existe receta. Basta que nos crucemos la mirada con alguien, que esa persona nos haga reír o nos abrace cuando estamos medio rotos, para que el cerebro —ese bromista bioquímico— declare con entusiasmo: “¡Estoy enamorado!”

A veces, ni siquiera es complejo. Un poco de afecto y ya hay quien asume que hay amor de por medio. “Si me das cariño, es que me amas”, decimos, como si los gestos humanos vinieran con etiquetas. La realidad es una hermosa confusión afectiva, generada por siglos de poesía, películas de sobremesa y ese hábito ancestral de romantizar hasta los buenos días de una persona desconocida en un ascensor.

Si nos ponemos en modo científico —y aquí viene la parte donde arruinamos la magia—, todo se reduce a química. Tu corazón no se rompe por amor; se activa una serie de neurotransmisores y reacciones hormonales que hacen que sientas que se te parte el alma. Spoiler: los corazones rotos nunca se rompen. Esa sonrisa que te derrite podría no ser más que un estímulo visual que tu cerebro interpreta como una señal para liberar dopamina, oxitocina o, en términos más directos, “el pack básico del enamoramiento”.

Pero ha sido solo una sonrisa, tan solo un buenos días en el ascensor, tan solo un mensaje de whatsapp con un emoticono lanzando un beso. La química del cerebro es nuestro peor enemigo.

Y cuando te atrae un rostro hermoso, lo que estás admirando, en realidad, es una estructura compleja de átomos que forman tejidos, músculos, huesos y, con suerte, una expresión simpática. Lo romántico sería decir “me encanta tu sonrisa”; lo científico sería: “me fascina cómo tus células epiteliales se organizan para generar un patrón facial simétrico con activación emocional positiva”.

En resumen, podríamos desromantizar absolutamente todo si aplicamos el filtro de la ciencia. Somos básicamente recipientes de agua con carbono —ya lo definían así en Star Trek antes de que fuera cool—, deambulando por la vida, obsesionadas con otras bolsas de agua que nos activan la amígdala cerebral.

Y aun así… ves una sonrisa, y el universo frena de golpe. Desearías que esa persona girase en torno a ti como si fueras el centro de su sistema solar emocional. Quieres reemplazar a otro en su cama, en su vida, en su playlist de favoritos. ¿Eso es amor? ¿Deseo? Quién sabe. Lo cierto es que todo eso —el “te quiero”, el “me muero por verte”, el “te echo de menos”— no son más que procesos químicos muy eficientes que, por alguna razón, nos hacen sentir que vivir tiene un poco más de sentido.

Aunque seamos, al final del día, átomos con sentimientos... o sentimientos con exceso de átomos.

Y, a pesar de eso, gracias a Dios, sigue siendo emocionante, excitante e incluso prohibido. O gracias a la química, si no creéis en Dios.

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sábado, 19 de julio de 2025

Mazmorras de peluches: Orejitas, látigos y abrazos que dan cosita




¿Quién dijo que el placer tenía que ser oscuro, agresivo, sucio y envuelto en cuero negro? En Alemania, ese país que nos dio lo peor (ese señor con bigote y predisposición a exterminar) y lo mejor (la cerveza) han llevado el BDSM a un nuevo nivel de… ternura. No hablamos de osos amorosos, sino de osos dominantes, zorros con látigos de colores y conejitos que no viven una película Disney sino que están atados a una cruz de peluche mientras ronronean (o chillan, según el acuerdo previo). Se trata de clubs donde se combina el mundo furry (ese universo de personas que se disfrazan de animales gigantescos) con un BDSM más suave que un abrazo de Alex Gibaja. ¿Pero esto existe? Por supuesto, vivimos en un mundo en que cualquier cosa es posible. Imagina entrar a una mazmorra, pero en vez de sentir miedo, sientes un impulso incontrolable de sonreir. Todo está cubierto de telas suaves, luces de colores, música electrónica relajante y personajes mullidos que se tratan con respeto… pero también con látigos de terciopelo. No hay gritos, hay gruñiditos. Las esposas tienen orejitas. Los látigos tienen pompones. Y los “castigos” incluyen cosquillas o la tortura de cantar una canción infantil. Todo consensuado, claro.

Detrás de esta combinación tan adorable como desconcertante, hay un  movimiento de exploración identitaria, libertad sexual y ganas de pasarlo bien sin prejuicios. Es el espacio perfecto para quienes quieren jugar con roles, poder y sumisión, pero sin dejar de sentirse como si estuvieran en una de esas fiestas de pijama que vemos en las película americanas. Vamos, quieren jugar con fuego pero sin temor a quemarse. Como el que dice que es campeón de boxeo... y solo lo ha sido en un videojuego. No duele, no sientes la violencia. Todo huele a caramelito de fresa y nata.

Algunos lo utilizan para desestresarse después de una ardua semana de trabajo, ¿qué mejor que dejar de ser jefe de cocina y convertirte en un zorro que grita “¡castígame, osito, he sido muy malo!”? (si, es un chiste en referencia a la famosa serie de televisión).

Si hay un país donde uno puede entrar a un club vestido de unicornio BDSM y nadie parpadea, es Berlín. Una ciudad, que quienes conocemos el mundo BDSM, somos conocedores de que lleva años en la vanguardia de todo, desde el BDSM mas extremo y peligroso... al mas inocente y achuchable. Estos alemanes siempre van un paso por delante, incluso para perder todas las guerras que comienzan.

Puede parecer una locura, pero en el fondo, estas mazmorras nos enseñan algo: el deseo humano no tiene límites… ni forma. Puede venir envuelto en cuero negro o en un panda con arnés de arcoíris. Y eso, reconozcámoslo, es maravilloso. Y eso nos enseña otra cosa aun mas importante: el BDSM no tiene porque ser algo violento, ni agresivo, ni te tiene que poner contra la pared. El BDSM también puede ser algo suave y mullido donde los roles se respeten y todo fluya como el sirope de fresa sobre un helado.

Así que ya sabes: si te cruzas con un conejo de dos metros con mirada de deseo y un látigo en la mano, no huyas. Podría estar invitándote a una noche de BDSM suave y mullidito.