lunes, 28 de noviembre de 2022

La educación de Alba - segundo día (relato)


Al día siguiente, Alba vuelve a salir del trabajo, como cada día, como el resto de los días, agradeciendo tanto tener trabajo como haber escapado de él y disponer del resto del día. Alba levanta la cabeza y observa el cielo mas oscuro que el día anterior. Ahora las nubes son oscuras, cargadas de lluvia, posiblemente. El solo está desaparecido tras ellas. Alba se encoge dentro de su abrigo y reza porque ese tiempo metereológico no sea el presagio de lo que está por venir.

Ahora debe tomar una decisión. O volver a casa de aquel se se erige como su amo o volver a su propia casa, obviando todo cuando de excitante y peligroso hay en la propuesta. Quizás deba hacer como el día anterior, caminar hacia casa de aquel hombre, lentamente, pensando a cada paso y con la coartada de darse la vuelta en cualquier momento.

Comienza a llover, no demasiado fuerte. Alba ha olvidado el paraguas en casa así que se refugia en un portal y vuelve a levantar la vista la cielo. Quizás sea una señal: la lluvia, el paraguas, la ausencia de sol, las dudas... sabe que si vuelve a casa del hombre deberá ponerse el antifaz, arrodillarse y chuparle la polla hasta dejarle satisfecho. No hay opción a la sorpresa. ¿Es lo que ella quiere? Preferiría estirarse en una cama, rodeada de música tranquila, velas, incienso y aquel hombre comiéndole el coño. Pero, por otro lado, le excita demasiado la idea de que el hombre la coja del pelo y le folle la boca.

De nuevo el demonio y el ángel de trapo están bailando sobre sus hombros.

Ha dejado de llover. Es el momento de tomar una decisión.

Alba sale del portal y se encamina hacia la casa del hombre, con paso decidido, dispuesta a equivocarse. De eso se trata: vivir con el paracaídas siempre en la espalda es demasiado fácil. Los peligros son la pimenta en el plato de verdura cocida.

Alba llega al mismo edificio que el día anterior, oprime con decisión el timbre y sube las escaleras de dos en dos. La puerta esta abierta, el olor, la música, el antifaz colgado en la entrada. La repetición del dia anterior. La marmota Phil saliendo de su escondrijo para predecir seis semanas mas de invierno.

Alba cierra la puerta, se coloca el antifaz y dice "ya estoy", omitiendo a posta la palabra "amo", prefiere no decirla, de repente descubre que se siente más cómoda viendo aquello como una relación mas "normalizada" donde ella es pasiva y el hombre activo pero sin amos ni sumisas. ¿Le molestará a él? Si ese hombre es como Alba cree que es entonces no le molestará en absoluto. Ojalá.

El hombre la conduce hasta el comedor, le ata las manos a la espalda con una especie de grilletes de tela suave y la ayuda a arrodillarse. Alba abre la boca sin que se lo ordenen y el hombre mete su polla dentro. Alba comienza a chupar, lentamente, permitiendo que el hombre, que coge su cabeza, dirija sus movimientos, su velocidad. El hombre le indica que debe usar la lengua, Alba obedece y siente como aquel trozo de carne comienza a crecer de tamaño dentro de su boca. Está orgullosa pero no de la mamada que está haciendo sino de haber vuelto a aquella casa sin tantas vacilaciones como el día anterior.

Alba se dedica a su tarea rodeada de música, calidez y olor a vainilla, todo tan delicioso como perverso. Le gustaría poder utilizar sus manos pero lo primero que ha hecho el hombre es atárselas a la espalda. Tampoco la ha desnudado. Simplemente está utilizando su boca como uno de esos agujeros que hay en la pared en las películas gays. 

-¿Puedo usar las manos? -pregunta Alba liberando el pene del hombre.

En lugar de contestación, el hombre le libera las manos. Ahora Alba puede desplegar todas sus armas. El acorazado preparando sus cañones para entrar en guerra. Alba utiliza las manos, la lengua, los labios, comiendo, sorbiendo, lamiendo, intentando impresionar al hombre pero con un ritmo lento, haciéndole sufrir.

Media hora mas tarde el hombre le anuncia que quiere correrse y le ordena que le lama los testículos. Alba obedece mientras el hombre se masturba para acabar llenando su boca de aquel liquido viscoso, salado, propio del placer masculino. Alba traga y sigue chupando. Cree haber leído en algún lugar que debe hacer eso, acabar de limpiar el miembro con su lengua.

-Bien hecho -dice el hombre, ayudándola a levantarse.

Después la abraza. Alba reposa su cabeza en el hombro del hombre. Ojalá prolongar ese momento mezcla de calidez, orgullo e incluso amor. A pesar de que un minuto antes estaba eyaculando en su garganta.

-¿Quieres beber algo? -pregunta el hombre

Alba niega con la cabeza, prefiere volver a casa con aquel sabor en la boca, caminando orgullosa mientras las personas con las que se cruza la observan sin imaginar lo que acaba de suceder, sin imaginar que aun tiene restos de semen en la boca. No puede ser, esa muchacha tan angelical... el diablillo de tela sonríe satisfecho mientras el angelito sale de su escondite.

-¿Por qué lo has hecho? -pregunta el ángel desde uno de sus hombros.

-Porque le apetecía -contesta el diablillo.

-Porque me apetecía -repite Alba.

Porque le apetecía, así de simple.

Ha dejado de llover y algunos rayos de sol se cuelan entre los edificios y los arboles. Alba se detiene en uno de esos oasis de luz y levanta el rostro para que la calidez del astro rey la bañe.

¿Volverá mañana? Quizás si, quizás no. ¿Qué importa ahora eso? Piensa mientras se relame.

Aun puede sentir el sabor del semen de aquel hombre que se autodenomina "amo" en su boca.

Que maravillosa sensación.

domingo, 27 de noviembre de 2022

La educación de Alba - primer día (relato)


Alba ha acabado de trabajar hace media hora, el frio es intenso pero el sol se esfuerza por lucir en lo más alto. Evitando la sombra de los edificios, Alba ha conseguido serpentear por las calles para, parafraseando al más odioso de los fascistas, permanecer todo el rato cara al sol. Ahora está frente a la casa de aquel que es su amo, quizás su amante, la persona que alimenta sus fantasías y hace que vuelva a creer en el reencuentro con una parte de si misma. Media hora caminando entre pensamientos contrarios donde una pequeña muñeca de tela con su rostro y unas alas cosidas a la espalda, la aconseja volver a casa y dejar de hacer el idiota mientras otra pequeña muñeca de tela de color rojo, apoyada en el otro hombro, le susurra obscenidades, convirtiéndose en el combustible que la empuja hacia los brazos de ese dominante/amante. Alba continua caminando no porque el diablillo de tela con su cara fuese más convincente que su némesis textil sino porque sabe que, en cualquier momento, puede entrar en una boca de metro y acabar con esa locura. Simpre hay que tener un plan B, aunque se te quede una cara de cobarde cuando te ves reflejada en la ventanilla del vagón.

Finalmente ha llegado. Su amo le dijo que la primera sesión sería muy diferente a lo esperado. Algo suave, sensual, algo casi casto. Su amo. ¿Le gusta o le disgusta esa palabra? Nadie debería tener un amo. Le repugna la palabra pero adora cuanto pueda suceder como consecuencia de esa misma palabra. 

Las contradicciones que hacen que el planeta tierra siga girando.

De repente lo tiene mas claro que lo ha tenido hasta ahora. Va a subir a ese piso, definitvamente

Dos pisos mas arriba, la puerta esta abierta y un antifaz está colgado del interfono. Alba lo coge, cierra la puerta y se lo coloca rápidamente, no quiere ver mas de la casa. Entonces dice "ya estoy, amo" y escucha unos pasos acercándose hasta ella. Alba siente que el corazón le va a salir por la boca. Una dulce muerte, en definitiva.

Su amo. Si, SU AMO la abraza. Alba está a punto de echarse a llorar, no esperaba eso. Después el amo la coge con cuidado de los hombros y la conduce por una especie de pasillo hasta el comedor. El lugar es cálido, quizás tenga la calefacción puesta, también huele como a incienso. 

-¿Que has venido a hacer Alba? -pregunta el hombre con voz firme

-Lo que tu desees amo -contesta ella.

-Hoy es tu primer día. Simplemente déjate llevar, conectemos.

Alba asiente y poco después puede notar las manos de su amo acariciándola por todo el cuerpo, por encima de la ropa, introduciéndose por su escote, bajo su falda. Entonces su amo comienza a desnudarla lentamente, como si cada una de las piezas de ropa que lleva estuviesen tejida de la mas frágil de las sedas que pudiese romperse, como si ella fuese un maniquí de cristal.

Su amo vuelve a acariciarla, ahora con la punta de un dedo, recorriendo todo si cuerpo hasta detenerse en la frondosidad de su pubis, desciende un poco mas y se abre camino entre el vello húmedo hasta dar con el clítoris y jugar con él. Alba puede oler su propio sexo, siente como palpita esperando que el hombre meta sus dedos en el. El hombre lo hace, suavemente, metiendo algún dedo, jugando con su clítoris, con sus pezones, incluso metiendo la punta de otro dedo en su ano, todo muy suavemente, descubriendo sus reacciones aprendiendo que es lo que hace estremecer a su sumisa, besándola en el cuello, en los labios. Y cuando Alba esta a punto de correrse, su amo la coge del pelo y tira con fuerza hacia atrás de su cabeza haciendo que el grito de placer de Alba salga disparado hacia el cielo, atravesando los suelos y los techos que hay sobre sus cabezas.

Porque lo que para unos es un suelo, para otros es el techo, depende de como quieras verlo o de donde estés. Lo que para unos es perversión, para otros es deseo. Lo que para unos es prohibido, para otros es buscado. Lo que para unos es pecado, para otros es gloria.

Su amo retira los dedos de su vagina y los mete en la boca de ella para que Alba saboree sus flujos. Entre salados y amargos, pero deliciosos. Alba chupa esos dedos como si la polla de su amo se tratase.

-¿Cómo te encuentras Alba? -pregunta el hombre sacando los dedos de su boca.

-No sabría decirte amo. Pero todo es bueno, es bien.

Acaba de decir amo. No debería haberlo hecho, prefiere pensar que lo sucedido ha sido algo de igual a igual, un momento de sensualidad descontrolada que la reconectar con lo que esconde su estómago.

-Amo... -continua Alba- ¿no es extraño que tu sumisa se haya corrido pero tu no? 

Alba iba a continuar diciendo que le parece injusto, que desea que su amo se corra en su rostro, encima del antifaz, ha fantaseado con eso. Pero prefiere callar, aun le tiemblan las piernas y no quiere decir algo que la haga parecer estúpida. ¿Qué puede saber ella sobre el BDSM? No sabe demasiado pero quiere aprender.

-Mañana volverás tu -comienza el amo agarrándola del pelo- y conseguirás, con tu boca, que yo tenga ese orgasmo.

-Si amo.

El amo, la ayuda a vestirse, después la encamina hacia la salida, Alba sigue sumida en la oscuridad, entonces el amo la abraza, la besa y le susurra al oído que lo ha hecho bien, que está orgulloso de ella. Alba asiente. Al sentir el abrazo y los besos siente también que necesita más, pero le gusta que la obligue a irse. Es lo que debe ser, es lo que no debe ser pero es. Abandonarse mutuamente es la única forma de poder comprender lo sucedido, reinventarse y comenzar el segundo capítulo donde ella llegue a esa casa, se ponga el antifaz, se arrodille y abra su boca. Ojalá el se corra en su cara, desea sentir ese semen caliente por todo su rostro, pero no se lo va a pedir. No va a pedir nada, cuando vuelva se limitará a obedecer. 

Ahora confía en su amo.

SU AMO.

El abrazo cesa y Alba se queda sola, en la entrada de la casa. Escucha a lo lejos decir "puedes irte". Alba se quita el antifaz, lo deja colgado del interfono donde lo encontró y se va de la casa, coge el ascensor, le tiemblan las piernas y es incapaz de bajar dos pisos caminando. Mientras desciende, en el espejo, ve su cara y su pelo desordenado. Alba sonríe pero no se arregla el pelo. Lo prefiere así. En la calle, sigue haciendo frio, nada que ver con la calidez del lugar que acaba de abandonar. Alba sonríe, con los últimos ecos del orgasmo aun palpitando en su vagina, y se dirige a la estación para coger el tren que la lleve a casa.

Mañana será otro día. El segundo día.

sábado, 26 de noviembre de 2022

Sobre la desnudez


La desnudez debería ser algo natural en nuestras vidas. Debería. Pero va y resulta que no lo es. De hecho y ampliando los tiempos verbales: no lo es, no lo fue, ni lo será. Renegamos de la carne propia deseando la ajena. Como caníbales incapaces de morderse las uñas. No deseamos ser vistos pero deseamos ver. No siempre es así, pero casi siempre. Me apasiona (exactamente eso: pasión) la desnudez ajena, pero reniego de la propia. Los mecanismo de la mente me hace sentir vergüenza, me es imposible mostrarme desnudo. Y eso poco tiene que ver con la educación, la libertad o la personalidad. Tiene mucho que ver con el yo interior que tenemos, ese yo malhumorado que es nuestro peor enemigo y nos atiza desde que abrimos los ojos hasta que los volvemos a cerrar. Y no me vengáis ahora con que tengo que superar eso que ya hace año que peino canas. Vamos.

Que me disguste mostrarme desnudo no es el motivo por el que, cuando actúo como dominante (amo, vaya), me guste que la persona dominada use un antifaz. He escrito antes en este blog, muchas veces, el motivo por el que me gusta privar de algún sentido a la persona dominada. Y cuanto menos experiencia tenga, sea nuestra primera o su primera sesión, prefiero que suceda de esta egoísta forma. 

Motivos: lo hago porque cuando las personas temen lo que va a suceder antes de que suceda (o no) lo mejor que podemos hacer es apagar la luz para que el temor no sea alimentado interpretando como se mueve la otra persona. También porque, para una primera vez, prefiero privar de la vista a la otra persona para reforzar mi posición de poder y porque cuando perdemos uno de los sentidos, el resto se agudizan. Si tocas la piel de una persona que no puede ver, lo sentirá más intensamente que si puede anticiparse a lo que va a pasar o ve la cara de la persona que la está acariciando. Esa venda no solo tapa los ojos, también tapa los miedos (aunque parezca lo contrario) y destapa el resto de sentidos.

Justificación (mas que explicación) aparte del porque no tiene nada que ver mi vergüenza por mostrarme desnudo con que la otra persona esté con los ojos vendados, pasaremos a los postres previa disculpa porque soy consciente de que el primer y el segundo plato no han sido sabrosos. Vamos, que no paso ni el primer corte de Masterchef.

Volvamos a lo mollar: me gusta ver a las otras personas desnudas, sentarme a mirar, simplemente, aunque no haya una intención sexual en ello. Me gusta sentarme en un chiringuito de playa (cerveza mediante) y ver pasar a todo tipo de personas de todas las tallas y géneros, cuasi desnudas, de un lado a otro. Y las observo sin ninguna intención sexual. Solo porque me apetece y me divierte, me fascina y me entretiene. Y si con eso soy considerado como un voyeur (que quizás lo sea) me da igual. Quien crea que estoy sexualizando a las personas a través de sus físicos es que no entiende nada de lo que he dicho hasta ahora. Quien crea que soy un egocéntrico cobarde porque tapo los ojos de las personas cuando las domino porque siento vergüenza de mostrar mi cuerpo (que no de mi cuerpo) es porque se están juzgando a ellos mismos.

Todo es mas sencillo: me gusta ver a las personas desnudas, siento curiosidad por ver que esconden debajo de la ropa. Y lo hago sin ninguna intención sexual. A no ser que la persona me atraiga, claro... pero esto otro lo hacemos todo aunque lo neguemos.

Viva los cuerpos desnudos. Pero los de los demás. ¡Que viva el tuyo!

La vulnerabilidad


Desnuda y encogida sobre si misma, como si cinco minutos antes aun no hubiese llegado a este mundo, así está ella, expuesta y vulnerable, protegiéndose de ese desconocido que aun no ha llegado al amparo de una luz roja que presagia todo cuando está a punto de suceder.

La emoción esta pareja a la duda. Emoción por descubrir que va a suceder y duda (demasiadas dudas) sobre si es lo que ella desea o, en realidad, ha permitido que alguien la empuje al abismo.

Dos semanas antes, tras la pregunta del desconocido, ella había respondido "no estoy segura de lo que quiero". Ahora sigue sin estar segura pero la emoción y el deseo han ganado la batalla y espera, envuelta en su desnudez, a convertirse en la herramienta de otro. Y ese color rojo le recuerda que, por mucho deseo que sienta atenazando los músculos de su corazón, también existe el peligro. 

Siempre ha sido una persona vulnerable y, de repente, se ha visto empujada a caminar por un sendero lleno de espinas donde la luz del sol está atenuada por nubes oscuras. ¿Dónde acabará el camino? Que importa, porque mover los pies ya son síntoma de que no está parada. El problema radica en que siente que alguien la empuja, quizás una cuerda invisible tira de ella. Y eso no es lo que debe ser.

¿Qué se supone lo que deba ser?

Caminar el sendero es una experiencia que la abstrae de la rutina, siente curiosidad por conocer que le aguarda al llegar al destino, pero también es consciente de la perversidad de esos pasos, de la traición que comete con una parte de si misma.

Desnuda, expuesta, bajo una luz roja que presagia el peligro. Sin saber lo que quiere, pero deseosa de descubrirlo. Aunque las consecuencias sean peor de lo imaginado. Y eso que no imagina un poblado repleto de flores y gente amable al final del camino. 

Y sigue caminando, consciente de que siempre puede detenerse, a pesar de que la empujen.

No esta segura de lo que quiere pero cada vez está menos segura de lo que no quiere. Porque, lentamente, paso a paso, el color rojo del semáforo se está convirtiendo en amarilo.

viernes, 25 de noviembre de 2022

Renacer (relato)

 


Alba ha tomado asiento en un banco piedra, junto a un pequeño jardín repleto de de flores mustias y frágiles árboles, es una zona peatonal donde las personas, las plantas, las mesas de bar, los carteles de los comercios y el ruido, se mezcla todo sin orden. Alba está escuchando música a través de unos auriculares, ruido invisible dentro de sus oídos, las personas que cruzan junto a ella, ignorantes de esos auriculares, observan de reojo a una muchacha de pelo largo, gafas redondas y expresión amable, cantando para si algo que dice “abres los ojos y no ves nada, la ilusión de una mente atrapada”. Una canción que bien podría hablar sobre lo que creemos que los demás deben ser para nosotros o convertirlos en eso que ellos quieren de nosotros. O de cualquier otra situación. Como el hombre que la está esperando dos pisos por encima de su cabeza, en uno de los apartamentos, dispuesto a convertirla en lo que él desea que ella sea. Y, a pesar de eso, Alba ha venido y está sentada frente al edificio. Y a pesar de todo cuando desconfía, confía en seguir adelante. Como cuando el hombre le escribe relatos construidos desde la subjetiva provocación pero ella los abraza como un instante de excitante imaginación. ¿Y no es eso lo que deseamos? Encontrar la belleza en la fealdad. Convertir el blanco y negro en colores. Salir de la burbuja para volver a ella. Poder excitarte con lo que no debe ser. Como ese dragón que surca los cielos arrasando todo con su cálida lengua de fuego mientras una aldeana la observa fascinada por ver el magnifico animal aleteando segundos antes de que el fuego la devore. 

Sabe que si sube esas escaleras deberá ponerse un antifaz en los ojos y permitir que el dragón se apodere de su alma como se apoderó en el pasado de otras almas, aleteando siempre de la misma forma, siempre en la oscuridad, siempre tirando del hilo para fragilizar la caja fuerte y después abrirla de un solo golpe. Alba desea con todas sus fuerzas que el aliento del dragón se aproveche de esta situación porque el ave fénix renace de sus cenizas. Siempre. Consciente de la situación, igual que él, aunque ambos lo disfracen como un juego de roles. El quiere aprovecharse de ella y ella va a permitir que él se aproveche. En primer lugar por esa consciencia compartida y en segundo lugar porque ella lo necesita. Necesita que el dragón la coja del pelo, entre en ella, la bese y la lama, la use y la ame, la pervierta para luego glorificarla y abandonarla mientras se aleja aleteando con fuerza en los cielos.

Todo juego de roles es un juego de mentiras compartidas y cuanto mas conscientes somos de esa mentira, mejor funciona el rol. Aunque el dragón se disfrace de amo y la doncella se disfrace de sumisa. Aunque normalicen esa tragedia, el seguirá siendo el dragón y ella la doncella que va a ser devorada. Y así debe ser, porque la doncella está harta de caballeros que solo buscan una princesa para pasearla por la corte y para que les den descendencia. Ella es el dragón y por eso necesita enfrentarse a otro dragón para reinventarse y salir de aquella casa, después de haber sido sumisa, con la vista al frente y la seguridad de que ha sido el primer escalón de algo que acaba en la reconciliación. Consigo misma, con el mundo.

Que le den al mundo.

Alba se levanta, detiene la música, guarda los auriculares y el móvil en un pequeño bolso y oprime el botón del portero automático. Dos minutos mas tarde está en un pasillo vacío de una casa, colocándose el antifaz en el rostro como han hecho antes otras doncellas en la entrada de la cueva. Dos minutos mas tarde el dragón comienza a tocarla por encima de la ropa, las manos grandes de el no deja ni un centímetro sin sobar, de forma casi humillante. La doncella siente un calor que sube desde su vagina hacia su garganta.

-Devórame -pide ella.

-Primero me devorarás tu a mi -dice el dragón, el amo, mientras la obliga a arrodillarse y mete su pene en la boca de ella.

Dos horas mas tarde, la doncella deposita el antifaz en una caja junto a la entrada y se va sin haberle visto el rostro al dragón. Tampoco es necesario. Ha sucedido todo cuanto deseaba y temía al mismo tiempo, se ha sentido usada, se ha sentido un juguete. Pero esta vez, ha sido ella quien ha decidido que suceda eso, de forma consciente y buscada.

Alba comienza a caminar dejando que escamas de ceniza se separen de su cuerpo formando una hilera gris a su paso.

Que le den al mundo. Ha llegado el momento de convertirse en dragón.

Fuck you!

domingo, 20 de noviembre de 2022

El interruptor (relato)


Alba está sentada en el sofá de su casa, con la vista clavada en la puerta (ahora firmemente cerrada) que da acceso al rellano de la planta quinta del edificio. Alba podría estar mordiéndose las uñas pero se las ha mordido tanto durante la semana que no quiere acabar la espera con un ejercicio de canibalismo. Va vestida con una camisa abotonada hasta el cuello y una falda por encima de la rodilla, tal y como le ha ordenado él. No lleva ropa interior. Durante un breve instante, tan breve como un pestañeo, la idea de no abrir la puerta a quien está apunto de llegar, cruza junto a los miles de pensamientos que se agolpan tras sus ojos y se pierde en algún otro lugar de su cerebro. Mejor así, en el fondo está deseando que el hombre se retrase para prolongar esa excitación unos minutos mas. 

Para su goce y desgracia, el timbre del portero automático resuena por toda la casa rebotando de un lado a otro. Alba se levanta con lentitud, camina hasta el aparato y oprime el botón. Después coge el antifaz que ha comprado esa misma mañana en una tienda repleta de cuadernos, bombillas y toallas por un euro, deja entreabierta la puerta y coloca el antifaz sobre sus ojos. Adiós a la realidad.

Puede escuchar el ruido del motor del ascensor, la puerta abriéndose cinco pisos mas abajo, el ascensor subiendo, ahora se abre la puerta de su rellano, unos pasos y la puerta de casa se abre. Alba siente que puede morir de un ataque al corazón en cualquier momento, que muerte mas deshonrosa y bella sería la suya entonces. Incluso aunque acabase ahí, habría valido la pena.

El hombre dice "hola Alba" y ella responde "hola amo". Esa es la prebenda del recién llegado, llevar su titulo y su rol por encima de su nombre, como uno de esos caballeros que se anunciaban a la llegada del castillo. ¿Será ella la virginal princesa a quien debe tomar? Alba sacude (imaginariamente) su cabeza para alejar esa imagen que se ha apropiado de la oscuridad.

La puerta se cierra, el hombre se acerca a Alba y la abraza, un abrazo cálido y placentero. Alba hubiese preferido quizás que el hombre metiese directamente la mano bajo su falda pero ese abrazo está tan desubicado en su imaginario que cierra los ojos y recibe la calidez con un agradecimiento que la sorprende a ella misma.

El amo deja de abrazarla y comienza a desnudarla. Alba no siente vergüenza, al fin y al cabo, un cuerpo es un instrumento y en la ferretería todas las herramientas son diferentes pero todas tienen su utilidad y su comprador. Nunca le ha preocupado lo que piensen de ella más allá de que observen su cuerpo y olviden el resto. No es el caso. ¿Por qué ha escogido el símil de la ferretería? Ahora se da cuenta de que hubiese sido mas apropiado pensar en una tienda de instrumentos musicales. Que más da, al menos tiene unos segundos para pensar mientras el hombre la desnuda. Distraer su mente para que él no se de cuenta de que ella está deliciosamente aterrorizada.

Completamente desnuda, nota un dedo de su amo recorriendo su cuerpo... sus labios, su cuello, bajando hasta los pechos, rodeando sus pezones, de vuelta al sur rodeando su ombligo, jugando con su vello púbico y obviando el sexo para seguir bajando por la parte interior de sus muslos hacia sus rodillas.

Su amo (si, su amo, ahora si) se detiene y Alba escucha ruidos de tela, una cremallera, después un sonido que es incapaz de reconocer pero que sabe que son las cuerdas cayendo al suelo, seguro. Su amo comienza a encordarla lentamente, las manos a la espalda, después la cuerda sube hasta su cuello y lo rodea suavemente, y cae hasta sus pies donde son atados en pareja indivisible, como sus manos. Ha acertado, eran las cuerdas. ¿Dónde está su premio? Alba quiere su premio. ¿Pero en que diablos está pensando? Debe concentrarse, debe focalizar toda esa dispersión mental en una única premisa: servir a aquel desconocido.

Porque, por definición, es un desconocido ya que nunca antes le ha visto en su vida.

Ahí, de pie, desnuda y expuesta a un desconocido, atada y privada del sentido de la vista, la idea de no haber abierto la puerta vuelve a cruzar su cabeza, en esta ocasión mas lenta, tan lenta como ella cuando se ha levantado del sofá y se ha encaminado a la puerta. ¡Alba, deja de pensar! Se ordena a si misma en silencio. De repente se da cuenta de que, además de ciega, ahora está muda. Quizás permitir que todas esas ideas crucen por su cabeza es la clave. Dejar fluir, ser ella misma, no cortar ningún pensamiento, ninguna voz.

-¿Estoy loca, amo? -pregunta de repente.

-Por supuesto que no, mi querida sumisa -contesta su amo con voz firme.

Alba es consciente de su inconsciente en permitir lo que está sucediendo porque ahí radica la clave de todo esto. No lo ha permitido sino que lo ha buscado. Necesita encontrar ese interruptor en la oscuridad que la reconecte con su sexualidad, que la haga sentir que el placer es algo más que un orgasmo. Asumir que el placer es la espera, lo prohibido, las fantasías. Entender que puede servir a otro sirviéndose a si misma. Y no al revés, como hasta ahora. Entender que ese desconocido no es la luz, sino tan solo el interruptor.

De repente nota una especie de pluma recorriendo su cuerpo. Alba hace un esfuerzo por no reír, siempre ha tenido cosquillas pero ahora es diferente. La pluma rodea sus pechos como lo ha hecho antes el dedo de su amo. Baja por su estomago y, volviendo a obviar su sexo, se desliza por el interior de sus muslos.

Y también de repente, Alba siente que ha encontrado el interruptor en la oscuridad.

Reconectarnos





¿Por que (siempre) llega un instante en nuestro discurrir vital en el que nos desconectamos de algo? Puede ser de la pareja, del trabajo, de nuestra forma de ver el mundo o de nuestra sexualidad.

La desconexión nace de la necesidad, una necesidad que no siempre es consciente pero que basa su motivo en el cambio. No podemos ser siempre los mismos viviendo de la misma manera y, cuando somos incapaces de coger el timón y girarlo a toda velocidad, es cuando se produce una desconexión que nos obliga a volver a coger el timón que se ha descontrolado. Y cuando nos hacemos con el timón, a pesar de estar en el mismo barco, de repente estamos surcando aguas desconocidas que hemos de cartografiar para poder saber donde estamos ahora y hacia donde queremos ir.

Todos, en el discurrir, hemos tenido una o varias desconexiones con nuestra sexualidad. De forma, casi siempre, involuntaria, algo que nos fuerza a reinterpretarnos, a buscar la solución del enigma. Pero es un rompecabezas demasiado complejo para resolverlo en cinco minutos, ni tampoco en cinco días, aun menos en cinco semanas.

Para mi, comenzar a practicar BDSM fue la manera de volver a hacerme amigo del sexo como consecuencia de una desconexión. Porque entendí que el sexo es algo mas que solo eso, o al menos para mi debía ser así (por eso me desconecté). Con el BDSM aprendí que la emoción nace mucho antes del acto y se prolonga mucho después. Que el cuerpo es un instrumento y que lo importante es la experiencia, no el orgasmo.

Para mi, fue la luz que vuelve después del apagón.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Ese Mordor...

 



Últimamente me estoy encontrado con gente (en cualquier ámbito o medio) que cuando sale la palabra BDSM, su primera (y automática) respuesta es parecida a “no me va ese rollo”. Lo cual es comprensible porque el BDSM, culturalmente, esta asociado a algo mucho mas oscuro que las tierras de Mordor y porque no nos gusta complicarnos la vida. También porque, de forma inconsciente, asociamos la gente que practica BDSM a gente con problemas emocionales e incluso psicológicos. Por supuesto que hay gente así practicando BDSM, pero también corriendo encima de una moto o bordando escudos en una chaqueta. No voy a defender aquí que el BDSM sea los mundos de Yupi porque no recuerdo esa serie de televisión y porque nada es los mundos de Yupi, ni tan siquiera esos mundos.

¿Qué pretendo explicar con este texto? Ni yo mismo lo se, quizás pretenda expresar un sentimiento de primitivo rechazo ante el primitivo rechazo sobre el BDSM. Y en rebelo contra eso porque algunas personas que desconocen el BDSM, se anclan en ese desconocimiento asumiendo que el BDSM es eso oscuro que la cultura popular ha escrito en nuestra memoria.

¿Cómo conseguir que alguien supere ese prejuicio (que lo es) y abra su mente a nuevas experiencias? La primera respuesta es otra pregunta: ¿deberíamos?

A mi no me gusta comer caracoles y nunca he comido uno. ¿Debería comerlo?

Ejemplos burdos y babosos aparte, de lo que aquí hablamos es de subjetividad o de objetividad. Objetivamente deberíamos probar las cosas para expresar una opinión subjetiva. Pero hacer eso significaría borrar todos esos prejuicios y tener días de 28 horas donde dormir ocupase solo 15 minutos.

Siempre que escribo una reflexión así acabo con la sensación de que estoy empujando a la gente a probar el BDSM. Y no es eso.

Pero no se explicarlo de otra forma.