sábado, 30 de noviembre de 2024

La violencia consentida

 



En el BDSM, una de las muchas prácticas que existen es el uso de la violencia ya sea verbal o física. Vaya por delante, y como medicamento para los posibles ofendiditos: estamos hablando de algo que se hace dese el consentimiento de todas las partes. Es más, es algo que se hace porque produce placer.

Recomendación: quizás haya gente que lea esto y juzgue a alguien que obtenga placer con la violencia como la consecuencia de un problema mental. Si esto es así, no hace falta que sigas leyendo, quedas liberado para seguir con tus tareas diarias sin la necesidad de perder el tiempo intentando comprender las reflexiones de quien, para ti, es un enfermo mental.

A partir de este párrafo vamos a intentar no diferenciar el tipo de violencia, si es verbal o física, de esta forma abreviaremos texto, evitamos repeticiones y lo tendremos todo mucho más claro. Por supuesto que la violencia verbal es diferente de la física: pero ambas son violencia. De eso estamos hablando.

¿Cómo es que alguien puede disfrutar siendo violento o recibiendo violencia? La clave está en el punto de vista. Querido/a lector, quizás te sorprenda pero tú has disfrutado muchas veces de la violencia. ¿No estás de acuerdo? Te lo explicaré desde mi púlpito de pretendida superioridad para iluminar tu triste vida: por ejemplo, tu has disfrutado cientos de veces con la violencia en película o en series. ¡No, eso es mentira! Argumentarás como primera defensa a este ataque. Claro, tu no has disfrutado con la extrema violencia que ves en series como "Juego de tronos" o "The walking dead", no disfrutas con la violencia en las películas de acción. Claro que si, tu nunca has disfrutado viendo violencia. 

De acuerdo, llegados a este punto en que te has dado cuenta de que realmente disfrutas con la violencia, te contaré algo: soy un tramposo. Estoy hablando de "violencia" sin tener en cuenta el contexto... hablo de violencia en la ficción o como forma de arte y eso, no tiene nada que ver con la violencia en si misma. ¿Verdad? Entonces déjame preguntarte algo: ¿por qué juzgas a dos personas que a modo de performance y metidos en un rol, juegan con la violencia consentida como parte de ese placer que es diferente pero parecido al que tu experimentas con la violencia en la ficción?

Ah, que la violencia es violencia solo si es real, da igual que sea consentida. Y para ti, la violencia es algo que criminalizas desde que tienes uso de razón.

No te convenzo ¿verdad? Permíteme entonces que de paso a alguien que sabe más que yo (algo bastante fácil, por otro lado)

"La comprensión contemporánea del sadismo y el masoquismo ha evolucionado más allá de las teorías de Freud y otros pioneros. Hoy en día, muchos psicólogos y sexólogos consideran que estas prácticas, cuando se realizan de manera consensuada, pueden ser formas saludables de explorar la sexualidad y la identidad personal.

Tanto las prácticas propias del sadismo como del masoquismo pueden ser expresiones de deseos y fantasías pero deben negociarse y acordarse entre adultos, de forma consensuada y responsable. En este sentido, la comunicación abierta y la confianza son fundamentales para asegurar que estas prácticas se realicen de manera segura y respetuosa.

Por último, destacar que el sadismo y el masoquismo siguen siendo temas fascinantes y complejos dentro del campo de la psicología. Al explorar estas prácticas con una mente abierta y una comprensión de sus raíces y manifestaciones, podemos apreciar mejor la diversidad de la experiencia humana y la profundidad de nuestras motivaciones psicológicas. En última instancia, lo más importante es reconocer y respetar los límites y deseos de todos los involucrados, asegurando que cualquier exploración de estos comportamientos se realice de manera consensuada y segura"

¿Y yo que opino de todo esto? Buena pregunta (dice quien ha hecho la pregunta en un ejercicio de ego infinito)

Como amoral que soy (entendiendo la amoralidad como que no sigue la moral establecida), no tengo ningún problema con la violencia en el BDSM. Si me preguntas si me gusta infringirla como amo te contestaré que no es mi práctica favorita a no ser que tenga claro que la otra persona disfruta con eso, en ese caso me encanta. No soy un sádico, no necesito eso en una sesión a no ser que la otra persona lo desee (con tendencias masoquistas) o desee probarlo. En ese caso, como en todo en la vida, me entrego a fondo. Y lo disfruto, claro, pero no por la violencia en si que, en cierta forma, rechazo aunque sea en un entorno consentido, la disfruto porque veo disfrutar a la otra persona.

De eso se trata todo.


martes, 26 de noviembre de 2024

El umbral (relato y reflexión)

 



La nueva sumisa se detuvo frente a la puerta, sintiendo el peso del aire frío del invierno envolviendola como una segunda piel. Sus dedos temblaban sosteniendo el teléfono, leyendo una vez más el mensaje. El edificio, una construcción antigua de ladrillos oscuros y grandes ventanales parecía contener secretos en cada balcón lleno de flores, en cada luz proyectada desde el interior. ¿Sería una de esas luces la de la casa del hombre? La nueva sumisa respiró hondo, intentando calmar el torbellino formado en su pecho. Su mente era un campo de batalla entre la obediencia que tanto había deseado desde que tenía uso de razón y el miedo, puro y visceral, a lo desconocido, el miedo a las consecuencias. El miedo a dar un paso que convirtiese todo en algo diferente. Había leído y fantaseado sobre esto durante días. Pero ahora que estaba allí, frente a aquella puerta, sentía que el mundo se le encogía bajo los pies. ¿Y si no era suficiente? ¿Y si su cuerpo traicionaba su voluntad? Miró el teléfono una última vez, buscando desesperadamente algún mensaje que suavizara la tensión, pero no había nada más. Todo estaba dicho. No habría más palabras, solo actos. 

Con un último suspiro, levantó la mano y oprimió el botón del portero automático, un zumbido sonó al cabo de unos instantes, formando un resonante eco en su propia mente. Empujó la puerta y sintió cómo se abría, pesada y lenta, revelando un pasillo luminoso al final del cual se veía la puerta de un ascensor.

La nueva sumisa avanzó un paso, y luego otro. La puerta del edificio se cerró detrás de ella con un sonido sordo, apartándola de su mundo, como la pesada puerta de madera de una mazmorra. Allí, esperando al ascensor, sólo quedó su respiración entrecortada y un miedo que no era terror, sino expectativa.

Al poco rato estaba frente a la puerta, entreabierta. La nueva sumisa la empujo, un pasillo iluminado la esperaba, no se veía a nadie más. A su derecha, como le había dicho el hombre, un antifaz colgaba del telefonillo del portero automático.

La nueva sumisa bajo la vista, observando sus zapatos, sus medias negras, la falda por encima de la rodilla, observó sus manos, su teléfono móvil. No podía ver más allá de ella misma. No quería mirar la decoración del pasillo. Finalmente cogió el antifaz y se lo colocó.

-Ya estoy, amo.

Unos pasos acercándose a ella, antes había visto y hablado con aquel hombre en otros momentos, nada que ver con el actual. ¿Cómo imaginar que aquel tipo era un amo? ¿Cómo habría adivinado el que ella sentía esa sumisión anclada en el pecho?

—Bienvenida -dijo él, con esa voz tan peculiar.

Y entonces la nueva sumisa supo que ya no había marcha atrás.

-

Muchas veces he escrito este mismo relato de diferentes formas. Quien me lea habitualmente creerá que estoy obsesionado con este escenario, el de una mujer que desea ser sumisa y que viene a mi casa a ser sumisa sin verme en ningún momento.

La primera impresión, repitiendo este relato puede ser la de que me gusta mostrar la fragilidad de la mujer, llenándola de dudas, al mismo tiempo que yo me pongo en una posición de poder, no permitiéndole ni mirarme a los ojos.

Muchas personas interpretarán este relato como una propuesta, otros como una fantasía, algunas personas lo verán como la descripción de algo que ha sucedido realmente.

La mayoría pensarán que es un escenario donde yo tengo más a ganar que ella.

Puede parecerlo… pero la realidad siempre ha sido completamente diferente. De la misma forma que una fantasía es diferente de la realidad.

Pero tú continúa en tu comodidad, di que sí.

lunes, 25 de noviembre de 2024

Premisa, certeza, reflexión, respuesta, conclusión, duda y consejo



Premisa: no es necesario verbalizar ciertas evidencias. Enumerar las verdades en voz alta puede doler, aunque seamos nosotros los únicos oyentes de cuanto estamos contando a los cuatro vientos.

Certeza: no soy una gran persona, nunca lo he sido ni lo seré. Y creo que no me importa demasiado, tampoco me duele verlo escrito. No soy bueno ni malo, soy yo.

Reflexión: A menudo, lo que consideramos "bueno" o "malo" es una construcción mental cuyos materiales son las normas culturales, experiencias personales y nuestra relación con los demás. No es mi caso. Tengo claro que no soy una buena persona, tampoco mala. Pero tengo claro que no hago nada por mejorar ciertos aspectos, por solucionar lo que se etiqueta como "malo". ¿Por qué? No tengo una desconexión emocional respecto a mis actos, los sufro como cualquier otro mortal. Negar mi maldad tampoco forma parte de un mecanismo de defensa. Aun menos infravaloro las normas o los juicios. No creo que hacer cosas mal me haga más auténtico.

Respuesta: tengo un sistema de valores diferente al que comúnmente se acepta, y por eso no tengo problema en actuar de manera que otros considerarán "mala".

Conclusión: la vida no consiste en encajar en un molde de buenismo sino en asegurarnos de que nuestras elecciones están alineadas con lo que somos o queremos ser.

Duda: ¿Y si eso afecta a quienes nos rodean?

Consejo: intenta que no les afecte de la misma forma que intenta que no te afecte a ti. En el equilibrio está la respuesta (también en la necesaria mentira).

El deseo: la linea entre el si y el no



Aceptar nuestros deseos es comenzar a caminar hacia la libertad. Vivimos en una sociedad donde se nos enseña a reprimir aquello que sentimos, aquello que desafía normas, expectativas o nuestra propia percepción de lo "correcto". Sin embargo, nuestros deseos son parte de cuantos somos. Nuestros deseos cuentan más de nosotros que todas esas certezas que verbalizamos a diario. 

Reconocer un deseo, sea cual sea, no significa actuar inmediatamente sobre él, sino comprenderlo. Tomarnos cinco minutos para preguntarnos de dónde viene ese deseo, como nos define y, sobre todo, detenernos para comprender también si es algo que queremos explorar o debemos dejar ir. Este proceso no es sencillo porque algunos deseos tiñen esa reflexión de miedo, culpa o vergüenza, sentimientos arraigados en creencias culturales o personales.

La maldita moral instaurada en la sociedad que etiqueta algunos deseos como perversiones, un término que carga con el peso del juicio social y/o moral. Sin embargo, lo que se considera una perversión no es más que una etiqueta cultural que varía el tiempo, lugar y las normas de cada sociedad. En esencia, nuestros deseos más profundos —incluso aquellos que podrían considerarse fuera de lo convencional— son una parte intrínseca de nuestro ser y de nuestra diversidad emocional y sexual. Aceptar nuestros deseos (sea "perversiones" o no) comienza con un acto de autocompasión. No se trata de ceder a todos los impulsos sin reflexión, sino de explorarlos con curiosidad y responsabilidad. Aceptar nuestros deseos implica valentía porque nos obliga a mirarnos sin máscaras, desafiandonos a aceptar nuestras luces y sombras, entendiendo que desear no nos hace débiles ni criminales... nos hace más humanos. Nos invita a construir un equilibrio entre lo que queremos y lo que consideramos ético, saludable y respetuoso, tanto con nosotros mismos como con los demás. Nos enseña a trazar una línea imaginaria donde a un lado hay un gigantesco "si" frente a otro gigantesco "no". 

Hace ya demasiados años conocí a una persona que me enseñó que todo deseo y/o fantasía debe ser aceptada, por muy terrible que nos parezca, por muy negativamente que nos defina. Porque en ese proceso es cuando nos conocemos. Podemos dejar para siempre ese deseo en el "no" pero en esa decisión habremos  reconocido una parte de nosotros en vez de negarlo. 

La verdadera liberación llega cuando dejamos de juzgarnos por lo que sentimos y empezamos a vivir en sintonía con nuestras emociones y necesidades, abriendo la puerta al conocimiento y al crecimiento. Quizá descubramos que nuestros deseos nos llevan por caminos inesperados, pero también hacia una versión más plena y honesta de nosotros mismos. Explorar nuestros deseos sin vergüenza nos ayudará a entendernos mejor, liberándonos de presiones externas que nos hacen sentir culpables por nuestra naturaleza. Aceptar no es rendirse, sino entender que la línea que separa el "si" del "no" es algo que podemos mover. Nos permite romper con esa represión que nos hemos impuesto y establecer relaciones más auténticas. Vivir en coherencia con uienes somos realmente. Y es que, al fin y al cabo, el mayor acto de amor propio es mirarnos al espejo, reconocer todos los aspectos de nuestra mente y corazón, y decirnos: "Está bien ser quien soy, con mis deseos, con mis perversiones, con mis defectos, con todo cuanto ya no estoy dispuesto a negar ni un dia mas."

Aprender y avanzar.

sábado, 23 de noviembre de 2024

Las cinco posibles respuestas (relato)

 



El mensaje llegó a la mañana siguiente, poco después de las ocho. Simple, directo, como un reto que parecía haber sido escrito para encender cada fibra en su cuerpo: 

"Hoy, si confías en mí, ven a mi casa. No importa a qué hora vienes, no tienes que avisar antes. No digas si vas a venir o no, prefiero esa incertidumbre. Sólo hay una condición: si vienes deberá colocarte en los ojos una venda que encontrarás en la entrada. No me verás hasta que acabemos la sesión." 

Ella leyó aquellas palabras varias veces, maldiciendo todas y cada una de las letras, con el corazón latiendo más rápido con cada lectura. Habían estado jugando, enviándose mensajes, bordeando las difusas fronteras entre la broma y la realidad, siempre dispuestos a dar un paso atrás y echarse unas carcajadas como si todo aquello nunca hubiese podido ser real.

Pero esto era diferente. 

Antes eso tenía cinco posibles reacciones.

Podría ser curiosa pero cauta, tirando un poco más del hilo, con la seguridad de que no iba a romperse. También podría ser directa y escéptica, respondiéndole si acostumbraba a enviar ese mensaje a todas las mujeres con las que deseaba acostarse. Otra respuesta podía romper el equilibrio del misterio, forzándole a revelar su identidad. Una respuesta tan difícil como la que sale de la precaución y la distancia, contestando de forma negativa o ni tan siquiera respondiendo. Y, finalmente, estaba la respuesta entusiasta, respondiendo afirmativamente, doblegándose ante el juego.

De inmediato, el miedo comenzó a secuestrar su razón. "¿Y si algo sale mal? ¿Y si esto no es seguro? ¿Y si no lo conoces tanto como crees? ¿y si nuestras parejas se enteran?" A pesar de las dudas, una parte de ella continuaba intrigada. Él siempre se había mostrado respetuoso, cuidadoso con sus palabras y gestos. Pero este juego nuevo, esta propuesta, la sacaba por completo de su zona de confort. 

¿Iba a convertirse en la mujer pasiva que responde de forma entusiasta ante el juego de un casi desconocido? Ella no era así. Aunque a veces fantaseaba con serlo. Ahora debía tomar una decisión. Se levantó del sofá y empezó a caminar por el salón. Su cuerpo estaba tenso, dividido entre la tentación y el terror. La idea de entregarse a lo desconocido, de confiar ciegamente —literalmente—, chocaba con todo lo que había aprendido sobre protegerse y mantener el control.  Chocaba con el sentir amor por otro, el miedo a hacer daño a alguien tan solo porque su deseo y su curiosidad eran mas fuertes que su amor.

Sin embargo, otra voz, una más suave pero firme, comenzó a hacerse notar. "Esto no se trata de ninguno de los dos hombres, se trata de descubrir hasta dónde estás dispuesta a llegar. De confiar en tu intuición y tus límites." 

El hombre que le había enviado el mensaje había dejado claro que podía decir que no. No habría preguntas ni reproches. Volverían a verse rodeados de otras personas y nunca confesaría lo sucedido, como si aquel juego inacabado nunca hubiese comenzado. Pero, si aceptaba, estaría entrando en un territorio completamente nuevo, donde la vulnerabilidad sería la clave.  ¿Para que arriesgarlo todo? No tenía sentido.

Esa mañana, mientras se vestía frente al espejo, ella decidió ponerse una ropa más atrevida de lo normal. No estaba segura del motivo. Quizás solo era alargar el juego unas horas más. Llegar al borde del abismo y dar un paso atrás.

La diferencia era esa: un paso que, aunque fuera pequeño, la empujaba hacia lo desconocido. 

La curiosidad, latía fuerte en su cabeza, en su corazón, sentía mismo palpitar en su vagina, recordándole que, en ocasiones, la valentía no es la ausencia de miedo, sino avanzar a pesar de él.

Salir vestida de aquella forma, con una falda, medias negras, una camisa ligeramente transparente, ropa interior de encaje y escondida bajo un abrigo. Todo el mundo podría verla, pero nadie sabría que se había vestido de aquella manera para ir a casa de un hombre al que apenas conocía para ponerse una venda en los ojos y permitir que él la desnudase lentamente.

viernes, 22 de noviembre de 2024

El error forma parte del menú del día.

 


Eso que conocemos como despertarse cada mañana, bostezar y volver a cerrar los ojos, eso que suele llamarse “la vida”, es un concepto tan imperfecto que, como la cinta sin fin de comida de un restaurante japonés, esto que llamamos “la vida” se impone en la demostración de que las cosas no son estáticas, tampoco dinámicas. La realidad es la de un batiburrillo de emociones, velocidades, desencuentros, momentos aislados de felicidad y una buena tapa de cazón en adobo.

Siempre me he sentido atraído por las personas que, imagino, disimulan algo detrás de sus miradas. Es una curiosidad por descubrir que esconden ahí dentro. Una curiosidad que nace de mi propio ego por conseguir el premio de haber adivinado el secreto que esconden, pero también por estar en una posición de satisfacción porque yo conozco de esa persona algo que nadie sabe.

Todos escondemos secretos. Quién diga que nunca miente, quien afirme que nunca oculta, quien testifique con convicción que es totalmente transparente… significa que es la persona más farsante del planeta.

Y nada de eso es malo. Porque la imperfección de la vida implica eso: las personas no somos perfectas.

El problema (porque siempre hay un problema) comienza cuando no tienes forma de abrir el sobre y descubrir el secreto del otro. Podrías hacerlo, pero correrías un riesgo que no estás dispuesto a asumir.

Son esos momentos donde comienzas a argumentar de forma estúpida sobre la otra persona, fantaseando con que ella te comprende casi como tu crees comprenderla a ella. Que cuando cruzáis las miradas sabéis que tenéis algo en común que nadie comparte. Pero no te atreves a abrir el sobre porque hay demasiada gente mirando o porque, aquí viene la auténtica desdicha: si te equivocas en el contenido del sobre, todas esas personas pueden señalarte diciéndote que eres un hijo de la gran (censurado).

Y lo serías, sí. Pero tampoco pasa nada. Recordad: la vida es imperfecta. El error forma parte del menú del día.

Intentaré bajar a la realidad tanta metáfora: imaginad que tenéis una pareja, imaginad que os atrae otra persona porque creéis que esa otra persona esconde dentro del sobre de los secretos más profundos algo que cuadra con el sobre que vosotros también escondéis. Imaginad que esa otra persona también tiene pareja. ¿Cómo decirle a esa otra persona que sois de la misma raza extraterrestre sin provocar una guerra interestelar?

No hay forma sin correr riesgos. Y, habitualmente, aunque suelo acertar, también suelo equivocarme. Y las consecuencias suelen ser devastadoras.

Soy curioso, soy amoral, soy amo. Y esas tres cosas juntas son los ingredientes de un peligroso cóctel.

¿Qué haríais vosotros?

miércoles, 20 de noviembre de 2024

La parte más aterradora (relato)

 


Miras la pantalla de tu teléfono por enésima vez en la última hora. Las luces del bar reflejan destellos en el vaso de agua que giras distraídamente en tu mano. Tienes la boca seca. Frente a ti, el mensaje sigue ahí, simple y directo, como un eco persistente en tu mente. Has reescrito el mensaje demasiadas veces pero aun no te has atrevido a enviarlo ni una sola vez.

Conociste a ese hombre meses atrás, cuando vuestras vidas se cruzaron entre risas que nunca significaron nada más. Había algo en su forma de hablar, en su risa que arranca pequeñas grietas en la armadura que llevas años construyendo. Es alguien de quien nunca te enamorarías, pero también es alguien que quieres tener a tu lado. Aunque sólo en ciertos momentos. ¿Qué momentos son esos?

La relación con tu pareja es sólida, un devenir tejido entre aficiones compartidas y discusiones por bobadas. La pasión que os unía parece haberse disipado, como el aroma de un perfume que alguna vez fue embriagador. Lo que antes era respirar, ahora son algunas bocanadas de aire de vez en cuando. Pero siguen sucediendo lo que te hace pensar que el otro hombre es un peligroso espejismo. 

La mirada del otro alimenta tu curiosidad, algo que no sentías desde hacía tiempo. Y aunque sabes que cada encuentro casual con él ha sido tan trivial como entretenido, nunca pensaste que terminaría aquí, con un mensaje que encenderá fuegos que no sabes como apagar.  Borrar el mensaje y volver a casa, eso es lo que deberías. Sobre todo, porque ese hombre no es el tipo de hombre que siempre has tenido a tu lado. No es el hombre que querrías a tu lado. Eso da demasiado miedo.

Respiras hondo y piensas en tu pareja. En su sonrisa adormilada por las mañanas, en los abrazos apretados después de un mal día. Lo amas, pero el amor y el deseo a veces hablan idiomas diferentes.  La curiosidad es demasiada. Siempre has sido una mujer independiente y segura de tí misma. Has construido una vida basada en la determinación. Sin embargo, en las noches más silenciosas, hay algo dentro de tu pecho que te inquieta, una voz susurrante que apenas te atreves a escuchar. 

Dejas la copa de agua en la barra, pagas la consumición y te levantas, con la sensación de que a cada paso que das, te acercas más al borde de algo desconocido. Cruzas la puerta del bar con el teléfono en la mano el maldito mensaje grabado a fuego en tu mente. Una frase que aún no te atreves a enviar, aunque lo estés deseando. "¿Qué estoy buscando realmente?", te preguntas. Pero la respuesta no está en el mensaje, ni en tu pareja, ni en este otro hombre. La respuesta está en ti misma.

Y esa es la parte más aterradora.

Al volver a casa, frente al espejo de tu habitación, te observas con detenimiento. El reflejo devuelve la imagen de lo que ya conoces: cabello perfectamente arreglado, sin demasiado maquillaje, una apariencia que proyecta cierta autoridad. Pero bajo esa fachada se oculta un anhelo que llevas años guardando, un deseo que no has compartido con nadie. El deseo de ceder.  El deseo de enviar el mensaje a aquel hombre para decirle que eres suya, que quieres cederle todo el control. La respuesta está en la libertad que eso te brinda. 

Ahora se abre la posibilidad de dejar de ser la que siempre tiene que saberlo todo, planearlo todo, controlarlo todo. Imaginas el peso del mundo cayendo desde tus hombros en ese momento de rendición, en ese instante en que alguien asume el mando, no por imponerse, sino por cuidarte, por guiarte, por liberarte de ti misma.  No se trata de un capricho, es una pulsión primitiva, que te pide soltar el control que tanto te ha costado construir. ¿Cómo puede que una mujer como tú, acostumbrada a tomar decisiones, a ser la líder en cada aspecto de su vida, desees ahora rendirse por completo ante un casi desconocido? 

Debes enviar ese mensaje y salir de casa para ir a su encuentro, imaginando que la fantasía se expande hasta cruzar la frontera de la realidad. En tu mente no hay juicio ni reproches, solo un espacio donde ser tu misma. No necesitas explicarlo, ni siquiera comprenderlo del todo. Solo sabes que, en lo más profundo de tu ser, ese deseo no es una contradicción, sino una extensión de ti misma: una búsqueda de equilibrio entre fuerza y vulnerabilidad, control y entrega. 

Vuelves a mirarte en el espejo: el susurro de lo prohibido ya no es el enemigo. Ahora es un aliado que te invita a explorar. Dejas de resistirte y permites que el susurro se convirtiera en una promesa de algo más. Coges el móvil y te dispones a enviar un mensaje, esperando que ese otro hombre entienda la respuesta: Estás convencida de que contestará afirmativamente, aunque entienda nada. Su mirada siempre le ha mostrado esa posibilidad muda.

“hola, ¿podemos quedar  y te cuento algo?”.

Envías el mensaje. Ahora solo queda esperar la respuesta.

Y esa, de repente, pasa ahora a ser la parte más aterradora.


domingo, 17 de noviembre de 2024

La mujer de mirada cansada




La mujer de mirada cansada tiene una presencia que, sin llamar la atención, nunca pasa desapercibida. Su cabello rubio, lacio y brillante, cae sobre sus hombros, enmarcando un rostro que refleja una belleza comunión de la madurez y los rasgos de quien aun conserva esa añorada juventud. Sus ojos, ligeramente cansados, cuentan historias de noches largas y reflexiones profundas, hay en ellos una mezcla de dulzura y melancolía, como si hubieran visto y sentido más de lo que están dispuestos a revelar. Mirada que esconde más que muestra, en desacuerdo con el resto de sus risueñas expresiones. Un rostro hermoso, sin lugar a dudas, aunque no llama la atención por eso. Su voz es su rasgo más distintivo: peculiar, con una tonalidad única que captura la atención de quienes la escuchan, como una sirena escondida en el cuerpo de una mujer común que se dirige a ti, sonríe, vocaliza cualquier palabra y tu, desdichado marinero que la escuchas, quedas irremediablemente fascinado por el canto y caes postrado a sus pies. Es una voz que podría ser suave como un susurro o firme como una declaración, pero mantiene un matiz que la hace especial, resonando con una calidez que envuelve y un dejo de misterio que invita a conocer más. El misterio de alguien que no parece misterioso. La claridad de alguien que esconde cientos de secretos en cientos de cajas firmemente cerradas. Si sabes observar te das cuenta de que lo que ves de esa mujer es solo una pequeña parte de lo que es. Hay emociones firmemente atornilladas a nuestra personalidad que solo podemos mostrar a quien tenemos tal confianza que podríamos poner nuestra vida en sus manos.

Una sonrisa se dibuja lentamente en su rostro, no es una sonrisa abierta, sino más bien una curva sutil y enigmática en la comisura de sus labios, apenas perceptible, como una sombra de emoción contenida. Sus ojos parecen brillar con una chispa oculta, dejando entrever ese secreto que permanece velado detrás de una mirada tranquila. Es una sonrisa que provoca curiosidad, que sugiere que hay algo más detrás de su aparente calma, una verdad que no se revela con facilidad. Esa pequeña sonrisa guarda la promesa de historias no contadas, de pensamientos intrincados que juegan en su mente, de intenciones que nunca se manifestarán. Una sonrisa que despierta preguntas. 

No voy a describir más de su físico por varios motivos, el más importante es porque en cuanto vi su mirada, me dió igual el resto. Describir a una mujer obviando su apariencia física permite resaltar aspectos de una personalidad compleja y tridimensional que no se reduce a su apariencia externa. Quien lee sobre una persona o personaje necesita esa descripción física. Necesita saber si esa persona es alta, es delgada, camina elegantemente o, en el caso de relatos eróticos necesita conocer el tamaño de los cuartos traseros y de los pechos, del pene y de unos músculos bronceados. La cosificación en el relato es imprescindible para encender la mecha del interés ajeno. 

Pero este no es el caso. 

La mujer de mirada cansada podría ser todo cuanto no se ajusta a mis gustos físicos y me seguiría pareciendo tan interesante que su recuerdo vuelve a mi cabeza constantemente y sin poder evitarlo. 

Me resulta del todo imposible acercarme a ella y desvelar mis intenciones sin tomar ciertos riesgos que puedan destruir cualquier escenario conocido. ¿Cuáles son mis intenciones? Eso es lo que desconozco, solo tengo la certeza de que su personalidad se ha quedado grabada en mi cabeza desde el primer instante en que me crucé con ella. Me gustaría conocerla más a fondo, sin dobleces ni segundas intenciones, observar esos ojos cansados sin nadie a nuestro alrededor y hablar, simplemente. Entrecerrar los ojos y dejarme mecer por su voz. 

Escuchar sus secretos: no deseo más.