Existen varias formas de comenzar
cualquier cosa. Aunque lo relevante no es como comenzamos sino como acaba ese capítulo. En el deporte, en el trabajo, en
las relaciones, en cualquier orden de la vida lo que marcara la continuidad de esa novela que es la vida, es el desenlace del capítulo, nunca el comienzo.
La historia de Mariposa incluye
muchos comienzos para llegar a un único desenlace: convertirse en mi sumisa. El
comienzo que voy a contar aquí y ahora sea quizás el más obvio, incluso el que peor me dispone para
venderme como amo. El comienzo que vais a leer podría protagonizarlo cualquiera. Pero
Mariposa y yo no somos cualesquiera, porque yo soy amo y porque ella es ella. Y es que, aunque sea un comienzo que
parece ajeno al BDSM, es un gran comienzo.
Todo arrancó cuando Mariposa me informó de que ya creía estar preparada para encontrarnos. En ese mismo instante la ordené que viniese
a mi casa, la orden incluía como debía venir vestida.
Mariposa había aceptado, semanas antes, que yo controlase su vestuario así que esto, no era una novedad. Mientras las semanas pasadas ella se había vestido como yo quería para que la viese cualquiera menos yo, hoy iba a ser diferente. La ordené
venir con pantalones cortos y una camiseta por encima del ombligo. La misma
ropa que había visto yo en una foto de ella por vez primera.
Mariposa entró a mi casa a la
hora señalada, vestida tal y como la había ordenado. Era la primera vez que nos
veíamos. ¿Teníamos que darnos un beso de amigos? ¿Un frío apretón de manos? ¿Un
abrazo? Nada de eso sucedió. Siempre he defendido que el primer contacto con tu
sumisa sea cual sea, debe salir de la voluntad de ella. Y la voluntad de
Mariposa estaba ahora mismo secuestrada por su timidez. Por eso no hicimos nada más que darnos la vuelta e ir caminando hasta el comedor.
- ¿Quieres beber algo? -pregunté.
Mariposa no supo qué contestar. Reconocí ese titubeo por haberlo visto antes. Decenas de veces. Ante una pregunta
así, en un escenario como ese, solo caben dos respuestas, o si o no. La dualidad que mueve el mundo, lo binario de nuestro cerebro. Si o no. Si contestas SI puede que eso te ayude a
relajarte, pero también echará el freno en toda la decisión que has reunido con esfuerzo para cruzar
la puerta de mi casa. Si dices que no, aprovechas esa sinergia y actúas,
obedeciendo, moviéndote hacia adelante sin que nadie te detenga.
No contestar es continuar sin detenerse a pensar.
-Quédate de pie frente a mí
-ordené.
Mariposa obedeció. Cogí el bolso
que colgaba de uno de sus hombros y lo lancé al sofá. Después me acerqué tanto a ella que nuestros rostros casi podían tocarse. Me hubiese gustado besarla,
coger esa deliciosa cabecita y juntar mis labios a los suyos. No lo hice. No
debía hacerlo aún.
Bajé mis manos hasta sus pechos y
comencé a tocarlos por encima de la camiseta corta, lo hice a conciencia, como
quien solo dispone de 1 minuto para disfrutar de esa parte del cuerpo de una
mujer. En efecto, he dicho "disfrutar del cuerpo de una mujer" porque soy amo y ella era mi
sumisa. No confundáis eso con cualquier otro tipo de relación. Yo estaba
tocando los pechos de Mariposa porque Mariposa había decidido eso.
Podía haber metido una de mis
manos dentro de sus pantalones, pero no lo hice. En vez de eso, la cogí con
fuerza del pelo y la obligué a arrodillarse. Mariposa comenzó a temblar de
forma tan evidente que era imposible no darse cuenta de ello.
- ¿Quién eres? -pregunté.
-Xiseta -contestó ella.
- ¿Quién eres? -volví a preguntar
alzando un poco más la voz.
-Mariposa -rectificó ella
rápidamente.
-Te he preguntado quién eres
-pregunté de nuevo.
-Tu sumisa, amo.
-Ahora sí, sumisa. ¿Sabes que
tienes que hacer?
Mariposa bajó la vista hasta mi
entrepierna. Habíamos hablado de eso antes. Era la forma en que Mariposa se
sentía más cómoda para comenzar, algo anclado a lo conocido. Nada de cuerdas ni azotes ni vendas en los ojos. Algo tan simple que ya había hecho antes como una mamada. Puede que lo que suceda a
continuación parezca que tiene poco o nada de BDSM, pero lo que importa no son
los actos sino la actitud.
-Se lo que tengo que hacer, ami -dijo Mariposa con la
vista clavada en el suelo.
Hay momentos para actuar,
momentos para pensar, momentos para hablar e incluso hay momentos para hablar
sin pensar. Ahora tocaba actuar.
Mariposa colocó las manos en su
espalda, tal y como yo le había indicado que debía hacer días atrás, se sentó
sobre sus propias piernas, cerró los ojos y abrió la boca.
Volveréis a pensar: ¿Qué tiene de
amo alguien que hace venir a una mujer a su casa para que le coma la polla? Mi
contestación sería: fijaos en los detalles, no en lo grueso (y con lo de grueso no me refiero
a mi pene).
Me bajé los pantalones, saqué mi
pene y lo introduje cuidadosamente en la boca de mi sumisa.
-Comienza -ordené- y no pares hasta
que no sientas el semen de tu amo derramándose en el interior de tu boca.
Lo reconozco, fue una frase algo “dramática”
o “peliculera”, pero era una frase que definía perfectamente su tarea de principio a fin.
Con las manos en la espalda, lo único
que le quedaba por hacer a Mariposa era meterse mi pene dentro de su boca y volverlo a sacar. Os preguntaréis por qué no le dejaba usar las manos. La respuesta es fácil: porque
iba a educarla como me gustaba que me lo hiciesen a mí, no como sabía hacerlo
ella.
-La lengua, Mariposa, usa la
lengua -ordené.
Mariposa comenzó a mover la
lengua alrededor de mi pene cuando estaba dentro de su boca, también paso su
lengua por la parte de fuera y bajó hasta mis testículos. Finalmente volvió a metérsela
en la boca. Bien hecho, Mariposa. Observé a aquella maravillosa
mujer arrodillada y dándome placer. Nada que ver con la tímida muchacha que había
entrado por la puerta minutos atrás. Al poco tiempo de conocernos ella me puso sobre
aviso: “no me da miedo probar cosas nuevas, solo que en la vida real soy muy tímida
e insegura. Pero yo luego una vez estoy, entonces ahí a tope”. Y vaya si estaba a tope, metiendo
mi pene en su boca y volviéndolo a sacar, jugando con su lengua. Pero la
situación requería un poco más, algo que la diese a entender quien mandaba allí.
Cogí su cabeza y clave mi pene en su garganta todo lo que fui capaz,
después la saqué de golpe. Mariposa se dobló sobre sí misma, con una arcada que
la hizo abrir la boca y casi vomitar. Me miró sorprendida, sus ojos estaban
llorosos, pero no como consecuencia de un
sentimiento sino porque mi pene la había ahogado. Como cuando te lloran los
ojos al vomitar.
-Ahora tú -ordené- ahógate Mariposa.
Mi sumisa obedeció sin dudarlo. Sí, acabo de decir “mi sumisa”, Mariposa era mi sumisa, sin lugar a dudas.
Comenzó a meterse mi pene en su
boca hasta el fondo, tosiendo y con arcadas pero obedeciendo. Al cabo de un
rato la ordené parar. No quería castigar tanto su garganta el primer encuentro porque
no me apetecía la idea de que, al volver a su casa, estuviese lo que reste del día
con la garganta rasposa. Prefería que se quedase con el orgullo de haber sido
sumisa, no con la consecuencia física de ello.
-Ahora puedes utilizar tus manos
-dije-, dame placer que para eso has venido, haz que me corra.
Mariposa sacó las manos de su
espalda, cogió mi pene y testículos y comenzó a hacerme una mamada espectacular,
de esas que pueden repetirse, pero recordarás el resto de
tu vida. Me la chupaba a conciencia.
Recordé su frase de “una vez estoy, entonces ahí a tope”. Realmente
estaba a tope. Esforzándose por darme placer, sin pensar en lo que hacía,
actuando.
El secreto de la sumisión de Mariposa era que
odiaba decidir nada, prefería actuar. Por eso, si su amo la ordenaba algo, ella
se entregaba en cuerpo y alma. Porque el hecho de no tener que decidir la hacía
feliz. Como la felicidad del mayordomo que sirve desde hace años a su amo o la
felicidad del camarero que recibe una buena propina de un cliente por sus
servicios. Ese
era el placer de Mariposa, también su oasis: el no decidir, el actuar y el sentirse orgullosa de
sus actos. El abstraerse de su vida y tener un propósito impuesto donde limitarse a hacerlo lo mejor posible. Sentirse útil sin tener que pensar en ello. Algo tan sencillo como
imposible de hacer.
Noté que me iba a correr, se lo
hice saber a Mariposa. Siempre hay que hacérselo saber la primera sesión. El orgasmo llegó pronto, mientras
Mariposa seguía chupando. Mi semen inundó su boca, pero Mariposa aguantó con
estoicidad, recibiéndolo todo y siguiendo su tarea hasta que no quedó ni una
gota. Después me miró a los ojos, por vez primera
y abrió la boca tal y como le había enseñado que debía hacer. Mostrando mi
semen en el interior. Después cerró la boca, lo tragó y volvió a
abrirla para demostrarme que lo había engullido todo.
Lección aprendida, examen
superado.
-¿Quién eres? -pregunté.
-Tu sumisa, amo -respondió
correctamente Mariposa, esta vez sí.
Y diciendo esto volvió a meterse
mi pene en su boca para limpiar cualquier rastro de semen que pudiese quedar.
-Buena sumisa -dije…
Y ese era solo el comienzo.