sábado, 31 de octubre de 2020

Dolor (relato)

 Es el dolor el placer de nuestro Amo? - Juegos BDSMJuegos BDSM

La muchacha se recuesta en el sofá, hundiendo un poco más su cuerpecillo entre los cojines, bajo una manta y con un ordenador portátil en su regazo. Observa las fotos que internet le ofrece, se muerde el labio, pasando la vista rápidamente de una a otra. La culpabilidad se ha adueñado de su voluntad, empujándola a cerrar el ordenador y volver a una vida donde nada de todo cuanto ve, sucede.

La muchacha deja el ordenador a un lado y cierra los ojos. Ojalá comenzar a dormir en ese mismo instante, hermosos sueños donde la vida es perfecta y los problemas se alejan volando como aves en busca de climas favorables. Ojalá soñar que todo cuanto la rodea es una ilusión que se desvanecerá con solo desearlo.

“Si soñar poco es peligroso, la cura no es soñar menos, sino soñar más, soñar todo el tiempo” (Marcel Proust)

La muchacha no consigue soñar, ni tan siquiera conciliar un breve ensueño de sofá. Recupera el ordenador y vuelve a abrirlo. Las fotos continúan ahí, provocando en ella una desazón solo comparable a la primera vez que un muchacho le rompió el corazón. ¿Por qué? Rechaza esas fotos, pero la atraen. Ojalá continuar su vida como hasta ahora, aunque sea una vida de mierda. Pero sabe que no va a ser así. Y lo que venga tampoco va a ser para mejor.

La muchacha vuelve a dejar el ordenador a un lado, se levanta del sofá y va hasta el lavabo donde se hace con unas pequeñas tijeras con las que se corta las uñas, las abre y clava uno de los extremos en su brazo izquierdo. Lo hace sin valor ni fuerza, pero con la suficiente decisión para que la punta de la aguja atraviese su piel y le haga una pequeña herida de la que comienza a brotar una gota de sangre.

"En todo aquello que vale la pena de tener, incluso en el placer, hay un punto de dolor o de tedio que ha de ser sobrevivido para que el placer pueda revivir y resistir" (G. K. Chesterton)

La muchacha arroja las tijeras al suelo, el dolor, aunque mínimo, ha sido insoportable. Pero también placentero. Siente su entrepierna húmeda, su corazón acelerado y sus pezones erectos.

La muchacha niega con la cabeza de un lado a otro. No debe continuar, no debe hacerse daño a sí misma. Por mucho que ese dolor se convierta en el placer más inesperado.

La muchacha vuelve al sofá, recupera el ordenador y continúa contemplando esas imágenes donde mujeres son azotadas mientras una sonrisa se dibuja en su rostro. Mientras la sangre comienza a correr por su antebrazo.

"La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes" (John Lennon)

miércoles, 28 de octubre de 2020

El darle demasiadas vueltas a las cosas y su analogía con el deporte

Voley playa, descubre los beneficios de practicarlo - Sentirse bien se nota

Me gusta comparar los problemas que nos encontramos en la vida con los problemas propios del deporte, ya sea un partido de fútbol o una pachanga de Voley Playa. Escogeré esta última porque me trae recuerdos del verano y podemos utilizar ambos géneros en un deporte grupal.

Imaginemos una soleada tarde de agosto donde un grupo de muchachos y muchachas, pertrechados con un balón, ropa deportiva y crema solar, se disponen a jugar un partido de Voley Playa. Imaginémonos como los integrantes de uno de los equipos. Solo hacer este pequeño ejercicio ya podemos darnos cuenta de algo: de la misma manera que resulta imposible que ganemos un partido por nosotros mismos, tampoco podemos sortear por nosotros mismos los problemas que nos regala la vida. A no ser que seamos Thor o Cristiano Ronaldo y aun y con esas, dependemos de otros.

Supuesto A: como jugadores individuales hemos hecho un partidazo, defendiendo, atacando, sirviendo… hemos sido una máquina perfecta de jugar a voleibol, pero nuestros compañeros de equipo no estaban a nuestra altura y hemos perdido, independientemente de que los contrincantes hayan hecho un buen o un mal partido. ¿Qué hacer cuando sucede eso? En la vida nada depende exclusivamente de nosotros, ni para bien ni para mal. Podemos intentar cambiar a los demás, pero esa es una tarea suicida porque en la vida quien es mal jugador es mal jugador y no aprenderá casi nunca. La gente puede cambiar, pero intentar cambiar a alguien para nuestro beneficio es un win-lose de corto recorrido. Cuando esto sucede debemos asumir que el problema no ha sido exclusivamente nuestro y debemos alejar la frustración de nuestro escenario, porque en el próximo partido, o cambiamos de equipo o volveremos a llevarnos un disgusto. Lo único que podemos hacer es asumirlo o cambiar de equipo. Y en la vida, muchas veces, cambiar de equipo es imposible. La asunción de cuanto ha ido mal es la única salida. Nos han vendido que la rebeldía ante los que no nos gusta es una virtud. Pero el conformismo también es una virtud. Y si no lo es, al menos te ayuda a vivir más feliz.

Supuesto B: como jugadores individuales hemos disputado el peor partido de nuestra vida. Hemos fallado en todo e incluso en un saque cuando le hemos propinado un balonazo en la nuca a nuestro mejor jugador que lo ha dejado fuera de juego. ¿Qué hacer cuando sucede eso? En primer lugar, sobreponernos a la culpa porque si tenemos la cabeza ocupada con lamentos, poco podremos hacer y sobreponernos a esa culpa, bajo la mirada acusativa de nuestros compañeros, es cuestión de tiempo. Después tenemos que entrenar y volver a entrenar para que no vuelva a suceder. Y finalmente, si vemos que seguimos fallando, mejor cambiamos el deporte por los crucigramas. Por mucho que nos guste algo en la vida, hay que ser consciente de que muchas cosas no están a nuestro alcance y si perdemos esa ración de realismo, seguiremos frustrados por siempre. O eso o nos acostumbramos a vivir con ello.

Supuesto C: hemos jugado mal, pero hemos ganado el partido. El resto del equipo nos lanza miradas cargadas de iracundo reproche, pero la euforia es un bálsamo temporal que lo arregla todo y nos vamos todos juntos a celebrar la victoria en un chiringuito playero donde corra el alcohol. En la vida, podemos hacer las cosas mal y salir victoriosos. Incluso en ese caso, la culpa nos corroerá porque nos creeremos peor que el resto. ¿Qué hacer? Vuelvo a la respuesta anterior: si incluso la victoria te impide dormir, olvida el deporte y dedícate a ver crecer las margaritas. O asúmelo.

Supuesto D: hemos hecho el partido de nuestra vida, igual que nuestros compañeros de equipo. La vida es maravillosa e incluso así algo nos ronda por la cabeza. El síndrome del impostor es una realidad que nos impide disfrutar de nuestros logros. A veces creemos que nuestros éxitos son fruto de la suerte y nos boicoteamos a nosotros mismos. ¿Qué hacer en esos casos? El egocentrismo controlado tampoco es malo, regalémonos un poco los oídos a nosotros mismos si hacemos algo bien y los resultados son magníficos.

Como podéis ver, en todos los supuestos, incluso en aquellos más optimistas, hay cosas que nos provocan un profundo dolor en el pecho que nos impide dormir con tranquilidad. ¿Y ahora qué? Mi recomendación es inaudita, lo sé, pero recomiendo una mezcla de egocentrismo y conformismo: lo que ha ido bien es porque soy el mejor y lo que ha ido mal… pues vale, así ha de ser.

Reflexionar nos hace crecer, reflexionar demasiado nos convierte en lo que no queremos ser.

lunes, 26 de octubre de 2020

Las dudas en el BDSM (Els dubtes al BDSM)

 

Cómo empecé a dudar de mi sexualidad? | LGBT+ ♡ Amino

Hay quienes aseguran que tenemos que vivir al día, con el aliento entrecortado y disfrutando de cada segundo. Lo hacen utilizando frases de esas que quedan tan bonitas impresas en una taza o en una agenda escolar. Otros aseguran que lo mejor es caminar poco a poco, certificando cada paso como quien transita un campo minado, dicen que poco importa llegar tarde si al final llegas.

Desde un punto de vista primario podríamos decir que unos son unos inconscientes y los otros no.

Pero la vida es más que eso. Quizás hay que olvidar la táctica a usar (conservadora o no) y centrarnos en los objetivos. Perdemos el tiempo creando un detallado plan para alcanzar un objetivo y olvidamos el resto.

¿Queremos hacerlo o no?

Algunas personas me preguntan como conseguir esa fortaleza necesaria para comenzar por primera vez en el BDSM o para encontrarse por primera vez con una persona para practicar BDSM. Mi contestación es siempre la misma, una pregunta. Soy consciente de que contestar con preguntas es lo más cómodo, pero soy de esas personas que prefieren pelimanta a correr un maratón. La pregunta que les hago es: ¿Estás seguro/a de querer eso? O dicho de otra manera: no hay un plan perfecto para conseguir a algo, pero sí que existe una voluntad en conseguirlo o no. ¿Quieres practicar BDSM? ¿Estás seguro/a? Hazte esa pregunta y olvida el camino corto o el camino largo porque la mayoría de las veces el camino largo no es mas que inseguridad o dudas respecto a si hacerlo o no. Si me responden que están seguros/as entonces les contesto que la fortaleza que necesitan ya la han conseguido, ahora solo deben escoger el camino corto y ese es un camino con las mismas espinas y placeres que el camino largo.

Si siempre has deseado practicar BDSM, no esperes más porque la espera, además de no asegurar nada, solo conseguirá llenarte de miedos y dudas. Recuerda: el camino corto es tan seguro como el largo, solo que es corto. Así de simple. Y eso no significa ser un inconsciente ni un atrevido.

Guía de iniciación en el BDSM

N'hi ha qui assegura que hem de viure al dia, amb l'alè entretallat i gaudint de cada segon. Ho diuen utilitzant frases d'aquestes que queden tan boniques impreses en una tassa o en una agenda escolar. Altres asseguren que la millor cosa és caminar a poc a poc, certificant cada pas com qui transita un camp minat, diuen que poc importa arribar tard si a la fi arribes.

Des d'un punt de vista primari podríem dir que uns són uns inconscients i els altres no.

Però la vida és més que això. Potser cal oblidar la tàctica a utilitzar (conservadora o no) i centrar-nos en els objectius. Perdem el temps creant un detallat pla per assolir un objectiu i oblidem la resta.


Volem fer-ho o no?

Algunes persones em pregunten com aconseguir aquesta fortalesa necessària per començar per primera vegada al BDSM o per trobar-se per primera vegada amb una persona per practicar BDSM. La meva contestació és sempre la mateixa, una pregunta. Sóc conscient que contestar amb preguntes és el més còmode, però sóc d'aquestes persones que prefereixen pelimanta a córrer una marató. La pregunta que els faig és: Estàs segur/a de voler això? O dit d'una altra manera: no hi ha un pla perfecte per aconseguir quelcom, però sí que hi ha una voluntat en aconseguir-ho o no. Vols practicar BDSM? Estàs segur/a? Fes-te aquesta pregunta i oblida el camí curt o el camí llarg perquè la majoria de les vegades el camí llarg no és més que inseguretat o dubtes respecte a si fer-ho o no. Si em responen que estan segurs/es llavors els contesto que la fortalesa que necessiten ja l'han aconseguit, ara només han d'escollir el camí curt i aquest és un camí amb les mateixes espines i plaers que el camí llarg.

Si sempre has desitjat practicar BDSM, no esperis més perquè l'espera, a més de no assegurar res, només aconseguirà omplir-te de pors i dubtes. Recorda: el camí curt és tan segur com el llarg, només que és curt. Així de simple. I això no vol dir ser un inconscient ni un atrevit.

jueves, 22 de octubre de 2020

Sodomizada por un extraño (relato)

Man hugs a woman from behind before anal sex very cool porn - colors-itn.com

El hombre, de pie frente a la mujer, atrasa su brazo y luego lo suelta con nervio hacia adelante, golpeando su puño contra el estómago de la mujer quien se dobla y cae al suelo acompañada de un grito de dolor. Se han conocido hace media hora, en un bar, ahora están en la casa de él, en una buhardilla acondicionada como mazmorra. La mujer, en el suelo, comienza a llorar. El hombre la coge del pelo y la arrastra hasta una esquina donde le arranca la ropa. La mujer intenta resistirse, pero el hombre sigue golpeándola por todo el cuerpo mientras hace jirones de la tela, arrancándola, rompiéndola, destruyendo cualquier atisbo de lo que la mujer era antes de entrar allí. La mujer queda desnuda en el suelo, el hombre la observa. ¿Quién es ella? Se han encontrado media hora antes, en un bar, apenas han cruzado cuatro palabras para confirmar lo que llevan hablando durante semanas. Se han enviado decenas de correos electrónicos acordando lo que va a suceder. Lo que ahora mismo está sucediendo. La mujer tiene alrededor de cincuenta años, es alta y delgada, hermosa, aunque su rostro refleja un cansancio que ningún maquillaje puede ocultar. Lleva casada treinta años, todo ese tiempo cuidando de su marido, de sus tres hijos, de su casa, ocupándose cuál perfecta cenicienta de que los demás alcancen la felicidad a costa de la suya propia. Deseando que llegue un día en que alguien haga realidad lo que sucede en sus sueños. ¿Por qué cada noche sueña con ser, humillada y golpeada por un desconocido? Desde hace demasiados años que esa fantasía la posee, sin poder escapar a un deseo ahogado por las circunstancias. Hasta hoy. La mujer encontró a ese hombre en internet, una noche que, desde su teléfono móvil y sentada en la taza del lavabo, navegaba por páginas y más páginas de temática BDSM. Durante semanas se ha intercambiado correos electrónicos con ese desconocido, contándole sus sueños, negociando cuanto sucederá. La realidad del compromiso es más simple de lo que habría imaginado: nada de golpes en la cara, nada de sangre, nada de marcas. El hombre la está golpeando en el estómago, retuerce sus extremidades, tira con fuerza de su pelo, la escupe, la abofetea. Nada de todo eso le dejará marcas, pero desea más. Desea que aquel desconocido la use sin contemplaciones. Ahora, desnuda y atada a una mesa, boca abajo, espera que suceda cuanto ha fantaseado que suceda, cuanto han acordado. Y sucede. La mujer cierra los ojos mientras varios vibradores entran en su boca, en su coño, en su culo, todos al tiempo, cada vez más grandes. El amo le escupe en el rostro mientras le recuerda que ella es solo un objeto. La mujer llora de emoción, llora de alegría. Siempre ha sido un objeto para ser usado por los demás, pero ahora sucede por decisión propia. De repente los vibradores salen de su cuerpo y puede sentir al amo colocándose sobre la mesa, encima de ella. La mujer aprieta los dientes, va a suceder. Durante toda su vida se ha negado a que ningún hombre la sodomizase, negándose a que utilizasen su culo para el placer ajeno. No por miedo al dolor, no por miedo a la humillación, la clave de su negativa, de la misma manera que la llave de su placer es infinitamente más simple. Ha estado toda la vida evitando ese momento con personas comunes, esperando que llegase la persona adecuada. Y ahora está ahí, abriendo sus nalgas y escupiendo en su culo, dispuesto a penetrarla analmente. En sus fantasías, la mujer se retuerce de dolor mientras un desconocido la sodomiza con fuerza. En sus fantasías la mujer, resignada, llora de dolor mientras alguien usa su culo. Desea con todas sus fuerzas que eso suceda, pero regalarle su culo a su marido habría sido una pérdida de tiempo. En primer lugar, porque su marido no lo merece y en segundo lugar porque con su marido no se hubiese sentido libre para llorar, gritar o retorcerse de dolor. Que es cuanto desea que suceda ahora mismo.

Y entonces sucede, la mujer comienza a sentir como el pene de su amo se abre paso en su culo virgen y lo hace poco a poco, aunque con decisión, sin detenerse. La mujer puede sentir cada centímetro de aquel pene abriéndola en canal. Un dolor y una sensación que son indescriptibles. La mujer ahoga un grito y se muerde los labios. No puede escapar, esta desnuda y atada boca abajo en una mesa de madera. ¿A cuántas mujeres habrá sodomizado antes en esa mesa? ¿A cuántas habrá golpeado, humillado o usado? Qué más da… ahora es ella la protagonista de esta historia. Puede que, a muchos, el hecho de que un desconocido te desvirgue analmente en una sórdida buhardilla no signifique más que eso. Pero para ella, que lleva esperando toda su vida, lo significa todo. La mujer aprieta los dientes mientras el hombre comienza a sodomizarla con fuerza, lo nota encima de ella, su sudor cayendo sobre ella, rompiéndola con su pene en dos pedazos, rajándola metafóricamente de arriba abajo. Da igual quien sea ese tipo, poco importa el lugar o el momento. Lo único importante es que ha llevado a la realidad su fantasía. Y ahora sabe que es exactamente lo que había soñado, lo que había deseado. El hombre da una última embestida mientras tira de su pelo con fuerza, la mujer se arquea de dolor y lanza un grito, es insoportable, pero quiere más. El hombre jadea mientras algo caliente inunda las entrañas de la mujer. El amo se ha corrido en su culo. El final de una pesadilla que para ella es un sueño.

Un sueño que espera que se repita otra vez.

Y otra.

martes, 20 de octubre de 2020

Ese primer encuentro

 

Dry Martini Barcelona By Javier de las Muelas Cocktail Bar | Dry Martini

Acostumbramos a leer historias de personas que se conocen por internet, quedan en un bar y después acaban en un colchón reescribiendo la historia de la caidita de Roma. Las variables y sus consecuencias son infinitas y en este peculiar bingo del placer podemos cambiar el bar por un parque, un restaurante o un museo. Podemos cambiar internet por la oficina de una gestoría, una cena de amigos o esa barbacoa donde tu cuñado ya está medio borracho antes ni tan siquiera de poner la carne en el asador. Podemos cambiar el colchón por un sofá, quizás por una mazmorra o por los asientos traseros de un coche. Incluso podemos cambiar ese coche según el color, el modelo o lo que contamina. Pero hay una cosa común a todo eso. De la misma forma que todos tenemos un boleto de la lotería con el mismo dibujo, pero diferentes números, en la vida hay muchos números, pero un solo dibujo. Y el propósito de este texto es intentar explicar que tiene en común todas esas personas que juegan números diferentes, en lugares diferentes, con diferentes cortes de pelo.

Da igual donde nos encontremos por primera vez y donde acabemos, poco importa la combinación de géneros de los protagonistas o la combinación de colores que vestimos para ese encuentro. Es absolutamente irrelevante lo que ingerimos en ese primer encuentro o la marca del móvil que miramos de reojo nerviosamente. Porque todos y todas buscamos lo mismo: la emoción de un primer encuentro. Incluso me atrevería a decir que poco importa como acabe ese encuentro porque el placer está en la búsqueda y no en el logro. Recuerdo haber quedado con muchas personas que querían comenzar en la sumisión, recuerdos sus rostros frente a mí en un bar o un restaurante. Recuerdo lo que bebían o como vestían. Y, curiosamente, de algunos de esos encuentros no recuerdo si acabamos teniendo una sesión o no. Porque lo verdaderamente emocionante es ese juego que se establece entre dos desconocidos que buscan algo pero que mil dudas atraviesan sus cuerpos como las flechas de un cupido sin puntería.

Dicen que para comprender el placer de la búsqueda debemos observar a los animales (no racionales). Cuando un perro escucha que has cogido la bolsa de su comida o intuye que le vas a dejar caer su manjar en un plato en el suelo, el perro se vuelve loco, corriendo de un lado a otro y moviendo la cola desesperadamente, incluso comienza a comer antes ni tan siquiera de que hayas acabado de llenar su plato. Después, mientras comen, el placer es menor, simplemente comen. Hay estudios que nos indican que la química del placer que se desencadena en nuestro cerebro ante la perspectiva de conseguir algo que deseamos, es mayor e incluso mejor que la química del placer que sucede cuando lo hemos conseguido. El placer real mientras hacemos algo sucede porque en nuestro cerebro se libera una sustancia llamada dopamina y es la perspectiva de conseguir eso lo que hace que nuestro cerebro se sobreexcite ante la perspectiva de que pueda suceder. Es lo mismo que sucede con las adicciones porque la adicción no deja de ser la búsqueda desesperada de esa explosión de dopamina que sucede cuando sucede (y buscamos repetir una y otra vez).

Hay una película de mi juventud titulada “Proyecto Brainstorm” donde unos científicos averiguaban como grabar las emociones y reproducirlas en otras personas. ¿Y cuál es el primer problema con el que se encuentran? Uno de los científicos se graba teniendo un orgasmo, después duplica varias veces esa parte de la grabación y crea una sensación donde quien recibe el estímulo siente un orgasmo tras otro durante horas. La película muestra entonces a otro científico ("felizmente casado") que está enfermo en su casa porque la compañía ha descubierto esa práctica y le ha quitado la grabación y vemos a ese científico como un auténtico drogadicto al que han quitado la mejor droga que existe. Esa grabación en bucle que provoca explosiones de dopamina le ha convertido en un adicto, en un enfermo. Todos buscamos ese placer, ya sea en la búsqueda o en el logro. Y este texto es para recordaros que negarnos esa búsqueda es negarnos el placer. Vivimos en una sociedad m mayormente judeocristiana que siempre ha utilizado la culpa como elemento de control. Nuestras mentes, esas mismas que buscan la liberación de la dopamina, también son rehenes de esa moral que dice que el placer, sin otra etiqueta, es algo negativo (o es pecado, directamente).

Olvidad la culpa y olvidad los miedos, quedad en un bar con gente desconocida para ver si podéis acabar haciendo cosas que avergonzarían al mayor de los amorales. Disfrutad de esos encuentros furtivos llenos de culpa donde la búsqueda de la dopamina nos hace olvidad que estamos casados o que somos el arzobispo de Salamanca. Sed irracionales por un momento.

La vida, en especial la casi confinada, merece que nuestra locura encuentre un lugar donde salir a brincar por el campo cual cabrita feliz. Eso sí, si queréis decirle a alguien que deseáis conocerle para charlar en un bar, espero que estéis en una comunidad donde los bares no estén cerrados y recordad siempre mantener la distancia de seguridad hasta que estéis seguros de lo que queréis hacer y entonces hacedlo como si no hubiese un mañana (y que le den morcilla a la moral y a la distancia de seguridad).

Si, además de un amoral y un provocador, soy un irresponsable.

sábado, 17 de octubre de 2020

Acerca del dolor en el BDSM

 

Es el dolor el placer de nuestro Amo? | Juegos BDSM

Varias veces he tratado el tema del dolor en el BDSM en este blog.  ¿Para qué volver a hablar sobre lo mismo? Quizás para demostrar que, con el paso del tiempo, mis férreas convicciones son tan ligeras que la menor brisa las transporta al otro lado del planeta. Hoy pienso una cosa, mañana otra. ¿Significa eso que desconozco de cuanto escribo? Quizás solo suceda que nuestra perspectiva sobre ciertos temas es cambiante, tanto nosotros como quienes nos rodean.

Y después de esta burda excusa para volver a escribir sobre lo que ya he escrito, aunque falten aun dos meses para navidad, vamos a por el turrón.

¿Cómo veo yo el tema del dolor en el BDSM? Primero contaré sobre mí: odio el dolor propio, no me produce el mínimo placer ni excitación el hecho de sufrir dolor. Y el hecho del dolor planificado (como una operación, el dentista, una inyección, etc.) es algo que me bloquea y me impide conciliar el sueño. Y, no obstante, me excita el dolor ajeno, aunque he de aclarar que solo me excita si la persona que sufre dolor también siente placer. Nunca sería dentista ni boxeador, pero me apasiona ver a alguien retorciéndose de dolor y placer al mismo tiempo gracias a mis artes. No obstante, el tema del dolor es uno de esos límites que deben respetarse con el mismo rigor con el que los cristianos respetan esos mandamientos grabados en piedra. Nunca, y ahora si “nunca es nunca” (en el marco del BDSM) infrinjáis dolor a alguien que no lo desea. Por mucho que nos excite. Esas personas dominadas que dicen sufrir, aunque no lo desea, solo para hacer felices a la persona dominante (y sádica) es algo que escapa a mi visión del BDSM. Si no quieres dolor, no lo aceptes, por mucho que la persona dominante lo imponga. De la misma manera, si no quieres infringir dolor, no lo infrinjas, por mucho que la persona dominada lo desee.

El BDSM es algo libre y consensuado, siempre.

Y continuando con el dolor, entiendo que haya personas, quizás alejadas del BDSM, que consideren que el hecho de que alguien pueda obtener placer a través del dolor sea una incongruencia propia de a quienes les falta media hora de microondas. Pero todo, como en las películas de M. Night Shyamalan, tiene una explicación.

Javier Flores, en la revista “Muy interesante” escribe: “En la comprensión de la relación entre dolor y placer, una clave puede estar en las sustancias que produce el cerebro cuando sentimos dolor. Se trata de las endorfinas, unos opiáceos naturales de los que se sirve nuestro sistema nervioso para contrarrestar el dolor y el miedo. Otro factor que se ha propuesto es el alivio que se siente tras escapar o superar una situación desagradable, como sucede en las personas que se autolesionan, generalmente para aliviar un sufrimiento psicológico. Pero el caso del masoquismo es diferente, pues el dolor es percibido como placentero en sí mismo, aunque hay quien ha planteado que el verdadero objetivo del masoquismo se relaciona más con el poder y la sumisión que con el propio dolor.”

Sea como sea, si introducimos el dolor en nuestras sesiones BDSM, tanto la persona dominante como la dominada, obtienen placer como consecuencia de un proceso mental.

Talleres en Madrid para despertar el sexto sentido.

Julio César Perales, profesor de Psicología de la Universidad de Granada, e investigador del Centro de Investigación Cerebro, Mente y Comportamiento (CIMCYC) explica que los sistemas que procesan el placer y el displacer en el cerebro humano son distintos y pueden estar activados al mismo tiempo. “Tendemos a pensar que las cosas son buenas o malas linealmente, y que en un extremo tenemos lo bueno o placentero y en el otro lo malo o displacentero. Pero en realidad son dos dimensiones y se puede estar al mismo tiempo sintiendo placer y dolor”, asegura.

Otro ejemplo es el de los corredores de maratón, que a pesar de la dureza de la prueba cada vez más gente la práctica. Sobre este asunto, Perales, que además es maratoniano, aclara: “Para nadie es agradable un esfuerzo extenuante, pero se aprende a reconocer el sufrimiento y a desarrollar estrategias para gestionar la situación. La recompensa a ese sufrimiento es, a corto plazo, las sensaciones placenteras relacionadas con las endorfinas y, a más largo plazo, la recompensa de estar alcanzando determinadas metas, que varían de unas personas a otras”.

Overcome These 5 Marathon Disasters in 2020 | Africa Marathons

Lo que viene a confirmar la teoría acerca de que las personas que sienten placer con el dolor, no solo es a causa de las endorfinas liberadas en ese sufrimiento, sino que el placer también existe cuando se liberan del dolor, en modo de recompensa. Quien practica BDSM, como sucede con el maratoniano, esa recompensa es en forma de liberación se suma a la recompensa de orgullo por haber “aguantado” el dolor frente a la persona dominada.

Si queréis jugar con el dolor, adelante con ello, el dolor puede ir de un simple azote a lo más extremo e inenarrable. Todo es permitido si es consensuado (y libre). Mi recomendación es que comencéis poco a poco, subiendo la intensidad sesión a sesión y si veis que el dolor no va con vosotros, olvidaos de ello. Hay miles de cosas igual de excitantes y divertidas (y en eso consiste el BDM, precisamente).

miércoles, 14 de octubre de 2020

El BDSM en tiempo del coronavirus (El BDSM en temps de coronavirus)

 

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Debería avisar que este puede acabar siendo el típico texto anodino, acompañado de un titular que lo único que busca es un clickbait. ¿A alguien le interesa un texto que se titule “el BDSM en tiempo del coronavirus”? Puede que sí. ¿Tiene sentido escribir sobre eso? Pues sinceramente: ninguno. Pero me he levantado con esa pregunta en la cabeza e intentaré, cual linterna con pilas nuevas, arrojar un poco de luz en esta época de oscuridad.

Voy a asumir que llevamos mascarilla a todas horas, respetamos la distancia social, no fumamos si no hay la distancia adecuada, respetamos el número de personas en grupos, nos lavamos las manos tal y como nos han dicho, etc.

Ah… ¿Qué no todos hacemos todo eso? Si lo hiciésemos, los rebrotes o esta famosa “segunda ola” no habrían existido. Voy a asumir entonces que somos unos lerdos cuya vista no nos llega más allá de nuestro propio ombligo.

Primero la respuesta médica: “Las personas que tienen la COVID-19 pueden diseminar gotitas respiratorias que se encuentran en su piel y pertenencias. Una pareja íntima puede contagiarse con el virus al tocar estas superficies y después tocarse la boca, la nariz, o los ojos. Además, el virus que causa la COVID-19 puede contagiarse a través del contacto con las heces. Es posible que pueda haber contagio con el virus que causa la COVID-19 por actividades sexuales que te pongan en contacto con heces.”

Y ahora mi respuesta: el BDSM encaja en tiempos de pandemia de la misma manera que encajan el sexo, ir al dentista o el deporte. Placer, dolor, sudor. La sagrada trinidad del BDSM. ¿Y si quedo con alguien que no conozco para tener una sesión? Pues entonces el coronavirus es el menor de tus problemas. Porque seamos sinceros, no le vas a pedir una PCR ni vas a tener una sesión con mascarilla. El coronavirus lo ha condicionado todo. Y cuando digo todo es absolutamente todo.

Lo único que puedo decir, armado de mi habitual optimismo, es que la humanidad se está destruyendo a sí misma. Así que si quieres comenzar, continuar o dejar el BDSM, hazlo. Independientemente de cuanto sucede.

Es más, hazlo antes de que todo se vaya al carajo…

Versió en català: Hauria d'avisar que això pot acabar sent el típic text anodí, acompanyat d'un titular que l'única cosa que cerca és un clickbait. A algú li interessa un text que es tituli "el BDSM en temps de coronavirus"? Potser sí. Té cap sentit escriure sobre això? Doncs sincerament: cap. Però m'he aixecat amb aquesta pregunta al cap i intentaré, com llanterna amb piles noves, donar una mica de llum en aquesta època de foscor.

Assumiré que portem mascareta a tota hora, respectem la distància social, no fumem si no hi ha la distància adequada, respectem el nombre de persones en grups, ens rentem les mans tal com ens han dit, etc.

Ah ... Què no tots fem tot això? Si ho féssim, els rebrots o aquesta famosa "segona onada" no haurien existit. Assumiré llavors que som uns maldestres a qui la vista no arriba més enllà del nostre propi melic.

Primer la resposta mèdica: "Les persones que tenen la COVID-19 poden disseminar gotetes respiratòries que es troben en la seva pell i pertinences. Una parella íntima pot contagiar-se amb el virus en tocar aquestes superfícies i després tocar-se la boca, el nas, o els ulls. A més, el virus que causa la COVID-19 pot contagiar a través del contacte amb la femta. És possible que hi pugui haver contagi amb el virus que causa la COVID-19 per activitats sexuals que et posin en contacte amb excrements."

I ara la meva resposta: el BDSM encaixa en temps de pandèmia de la mateixa manera que encaixen el sexe, anar al dentista o l'esport. Plaer, dolor, suor. La sagrada trinitat del BDSM. I si quedo amb algú que no conec per tenir una sessió? Doncs llavors el coronavirus és el menor dels teus problemes. Perquè siguem sincers, no li demanaràs la PCR ni tindràs una sessió amb mascareta. El coronavirus ho ha condicionat tot. I quan dic tot és absolutament tot.

L'única cosa que puc dir, armat del meu habitual optimise, és que la humanitat s'està destruint a si mateixa. Així que si vols començar, continuar o deixar el BDSM, fes-ho. Independentment de tot el que succeeix.

És més, fes-ho abans que tot se'n vagi a la merda...

martes, 13 de octubre de 2020

"Sálvame" o "¿es el BDSM una parafilia?"

 petardeo

Hay quienes consideran la práctica del BDSM como un trastorno sexual. Pero no tan solo lo consideran las voces anónimas que disfrutan juzgándolo todo, también hablamos de gente con estudios que cuelgan sus diplomas en el despacho, a la vista de todos.

El sistema de diagnóstico internacional CIE-10 (Clasificación Internacional de las Enfermedades y Trastornos relacionados con la Salud Mental realizada por la Organización Mundial de la Salud) indica que la práctica del BDSM es una parafilia. El manual estadístico DSM-5 (una guía utilizada por los médicos y otros profesionales de la atención sanitaria en los Estados Unidos) también clasifica al BDSM en la categoría de parafilias, aunque lo considera un trastorno únicamente si supone un daño para uno mismo o para los demás.

¿Entonces quienes lo practicamos somos unos trastornados o no? Si desenterrásemos a Freud, lo reviviésemos con la ayuda del doctor Frankenstein y pudiésemos conseguir que hablase, a la pregunta de si quienes practican BDSM son unos trastornados o no, el amable abuelito de poblada barba blanca (ahora moderno Prometeo) respondería que sí.

Pero vamos a hacer como el Windows y actualizarnos un poco, porque a Freud lo metieron bajo tierra hace más de ochenta años.

Hay cientos de estudios que nos indican que la práctica del BDSM (poco importa cómo se etiquete) refuerza la personalidad del individuo y le proporciona otras ventajas que podríamos enumerar ahora.

O no, que enumerar es un coñazo.

Iré directamente al estudio que hizo Pamela Connolly en el año 2006 en el que participaron 32 personas, practicantes de BDSM. Los resultados fueron que aunque la literatura psicoanalítica sugiere que deberían aparecer niveles elevados de determinados tipos de psicopatología entre quienes practican BDSM, este estudio no mostró elevados niveles generalizados de psicopatologías en medidas psicométricas de depresión, ansiedad, trastorno obsesivo-compulsivo, sadismo psicológico, masoquismo psicológico o TEPT. Resumiendo: los practicantes de sadomasoquismo tenían niveles más bajos de depresión, ansiedad, estrés postraumático, sadismo psicológico, masoquismo psicológico, patología limítrofe y paranoia.

Resumen aún más simple: el BDSM es mas positivo que negativo para nuestra psique.

Hay muchos otros estudios y casi todos van en la misma dirección: la práctica del BDSM es beneficiosa. Aunque si utilizamos términos médicos deberíamos escucharlos a todos. Y son algunos médicos los que aun, en lo mas alto del monte Olimpo, siguen catalogando la práctica del BDSM como una parafilia.

¿A qué viene todo este rollo pseudo científico sobre si lo que hacemos es mentalmente sano o no? La respuesta es simple: quienes practicamos BDSM, al cabo de los años, creemos que hemos perdido el norte, creemos que hemos llegado a un techo donde lo siguiente es caer en el caldero Pepe Botero (en el mismísimo infierno). Imaginamos que practicar BDSM es incompatible con nuestra vida, con nuestros objetivos vitales. Y es entonces que tomamos la drástica decisión de cerrar la puerta con fuerza en vez de dejarla entreabierta.

Practicar BDSM no es una enfermedad. Beber cerveza no es una enfermedad. Ver “Sálvame” no es una enfermedad (aunque lo parezca).

Vivir para el BDSM es una enfermedad. Vivir para beber cerveza es una enfermedad. Ver “Sálvame” a todas horas es una enfermedad.

Como todo en la vida, es cuestión de levantar el pie del acelerador. No de detener en seco el coche. Porque un violento frenazo puede no tener más consecuencias que el cinturón de seguridad se te clave en el alma, pero detener el coche significa que has dejado de moverte.

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Quien acierte que conexión tiene este GIF con el texto, se lleva un premio…

Versió en català: N'hi ha alguns que consideren la pràctica del BDSM com un trastorn sexual. Però no tan sols ho consideren les veus anònimes que gaudeixen jutjant tot, també parlem de gent amb estudis que pengen els seus diplomes al despatx, a la vista de tothom.

El sistema de diagnòstic internacional CIE-10 (Classificació Internacional de les Malalties i Trastorns relacionats amb la Salut Mental realitzada per l'Organització Mundial de la Salut) indica que la pràctica del BDSM és una parafília. El manual estadístic DSM-5 (una guia utilitzada pels metges i altres professionals de l'atenció sanitària als Estats Units) també classifica al BDSM a la categoria de parafílies, tot i que ho considera un trastorn únicament si suposa un dany per a un mateix o pels altres.

Llavors qui practiquem som uns trastornats o no? Si traguéssim a Freud de la tomba, el tornéssim a la vida amb l'ajuda del doctor Frankenstein i poguéssim aconseguir que parlés, a la pregunta de si els que practiquen BDSM són uns trastornats o no, l'amable avi de poblada barba blanca (ara modern Prometeu) respondria que sí.

Però farem com el Windows i ens actualitzarem una mica, perquè a Freud el van ficar sota terra fa més de vuitanta anys.

Hi ha centenars d'estudis que ens indiquen que la pràctica de BDSM (poc importa com s'etiqueti) reforça la personalitat de l'individu i li proporciona altres avantatges que podríem enumerar ara.

O no, que enumerar és un avorriment.

Aniré directament a l'estudi que va fer Pamela Connolly l'any 2006 en què van participar 32 persones, practicants de BDSM. Els resultats van ser que, tot i que la literatura psicoanalítica suggereix que haurien d'aparèixer nivells elevats de determinats tipus de psicopatologia entre els que practiquen BDSM, aquest estudi no va mostrar elevats nivells generalitzats de psicopatologies en mesures psicomètriques de depressió, ansietat, trastorn obsessiu-compulsiu, sadisme psicològic, masoquisme psicològic o TEPT. Resumint: els practicants de sadomasoquisme tenien nivells més baixos de depressió, ansietat, estrès posttraumàtic, sadisme psicològic, masoquisme psicològic, patologia limítrof i paranoia.

Resum encara més simple: el BDSM és més positiu que negatiu per a la nostra psique.

Hi ha molts altres estudis i gairebé tots van en la mateixa direcció: la pràctica de BDSM és beneficiosa. Tot i que si fem servir termes mèdics, hauríem d'escoltar-los a tots. I són alguns metges els que encara, al lloc més alt de l'Olimp, segueixen catalogant la pràctica de BDSM com una parafília.

Quin sentit té tot aquest rotllo pseudo científic sobre si allò que fem és mentalment sa o no? La resposta és simple: qui practiquem BDSM, al cap dels anys, creiem que hem perdut el nord, creiem que hem arribat a un sostre a on la cosa següent és caure en el calder Pere Portes (al mateix infern). Imaginem que practicar BDSM és incompatible amb la nostra vida, amb els nostres objectius vitals. I és llavors que prenem la dràstica decisió de tancar la porta amb força en comptes de deixar-la mig oberta.

Practicar BDSM no és una malaltia. Beure cervesa no és una malaltia. Veure "Sálvame" no és una malaltia (encara que ho sembli).

Viure per al BDSM és una malaltia. Viure per beure cervesa és una malaltia. Veure "Sálvame" a tota hora és una malaltia.

Com tot a la vida, és qüestió d'aixecar el peu de l'accelerador. No d'aturar en sec el cotxe. Perquè una violenta frenada pot no tenir més conseqüències que el cinturó de seguretat se't clavi a l'ànima, però aturar el cotxe vol dir que has deixat de moure't.

viernes, 9 de octubre de 2020

Culpa por desear algo, culpa por tenerlo, culpa por dejarlo (Culpa per desitjar quelcom, culpa per tenir-ho, culpa per deixar-ho).

 

Las mejores frases de `Modern Family´ | Chica Sombra

La mayoría de las personas que nunca practicaron BDSM (pero lo desean), están aterrados por cuanto pueda suceder. Mil preguntas atenazan sus mentes convirtiendo algo maravilloso en una pesadilla de dolor, oscuridad y muerte. Tenemos miedo a lo desconocido, esconda lo que esconda.

Pero también tenemos miedo a lo conocido.

Muchas personas que practican BDSM creen que es algo que deberían dejar en algún momento, sienten que no está bien del todo llevar una vida donde el BDSM es importante. Nuestra educación judeocristiana nos marca con un hierro candente desde el momento en que una comadrona nos obliga a salir de ese lugar donde se estaba tan a gusto, flotando. Da igual si tus padres nunca pisaron una iglesia, poco importa si nunca fuiste bautizado e irá directo al purgatorio (sin pasar por la casilla de salida). Cuanto te rodea es una pesada losa que cargas sobre los hombros, en forma de culpa. Culpa por desear algo, culpa por tenerlo, culpa por dejarlo. La culpa es la herramienta que utiliza la gran mayoría de las religiones para tener controlados a sus acólitos. Y ese sentimiento de culpa forma parte de nuestra cultura.

Culpa por desear algo, culpa por tenerlo, culpa por dejarlo.

Y es que nosotros somos nuestros peores enemigos. 

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Gran part de les persones que mai han practicat BDSM (però ho desitgen), estan atemorits pel que pugui succeir. Mil preguntes oprimeixen les seves ments convertint quelcom meravellós en un malson de dolor, foscor i mort. Tenim por a la cosa desconeguda, amagui allò que amagui.

Però també tenim por d'allò que coneguem.

Moltes persones que practiquen BDSM creuen que és una cosa que haurien de deixar en algun moment, creuen que no està bé portar una vida on el BDSM és important. La nostra educació judeocristiana ens marca amb un ferro candent des del moment en què una llevadora ens obliga a sortir d'aquest lloc on s'estava tan a gust, surant. Dona igual si els teus pares mai van trepitjar una església, poc importa si mai vas ser batejat i aniràs directe al purgatori (sense passar per la casella de sortida). Tot allò que t'envolta és una pesada llosa que càrregues sobre les espatlles, en forma de culpa. Culpa per desitjar quelcom, culpa per tenir-ho, culpa per deixar-ho. La culpa és l'eina que utilitza la gran majoria de les religions per tenir controlats als seus acòlits. I aquest sentiment de culpa forma part de la nostra cultura.

Culpa per desitjar quelcom, culpa per tenir-ho, culpa per deixar-ho.

I és que nosaltres som els nostres pitjors enemics.

El baile descuidado (relato)

 

Leonardo Dicaprio Dancing GIF - LeonardoDicaprio Dancing WeekendVibe - Descubre & Comparte GIFs

Un gallo afónico apostrofa la sentencia, encaramado en lo alto del palo, retorcido nerviosamente sobre sí mismo, con esos movimientos parecidos al latigazo del verdugo. ¡Oh mundo asqueroso! Y para postre la indiferencia... En el cuarto, el amo saca del armario su traje de cuero, antaño brillante, ahora cuarteado y opaco. ¡Lamentable! El amo retuerce el cuero que deja caer trozos de sí mismo como una caspa negra sobre un esmoquin tuxedo blanco. El amo lo lanza al suelo armado de una furia incontenible. Acaba de cumplir cincuentaicuatro años y se siente como ese traje de cuero estropeado. Son las ocho y media y la sumisa llegará en breve. El gallo intenta lanzar un último alarido para descubrir que sigue afónico. ¿Y si este es el final de su vida dentro de su rol? Aplastaría ahora mismo con fuerza cigarrillo contra un sucio cenicero pero ni fuma ni tiene ceniceros en su casa. Menuda desdicha la suya, ni tan solo puede fingir que es un desdichado.

La portezuela de un taxi se abre en la calle y del vehículo desciende una mujer vestida con un liviano traje de algodón. Hace demasiado frío para vestir así, piensa el taxista. La mujer sacrifica su bienestar por la obediencia. Todo cuanto de sagrado hay en una relación así, que no debería serlo tanto. ¿Qué diablos está haciendo? Quizás un minuto más, pero nunca el resto de tu vida.

El amo, unos pisos más arriba, recupera un disco de la pila que hay en el suelo y lo coloca cuidadosamente en el tocadiscos. La música que invade su pequeño apartamento. Es jazz. ¡Menuda sorpresa! En realidad, todos los discos que tiene son de jazz, piensa. Aburrido.

El decoro impide a la mujer haber salido de casa sin ropa interior. ¿Qué pensará él? En cierta manera le ha desobedecido.

El amo toma asiento en el sofá, cierra los ojos, se humedece los labios y permite que la música le envuelva y le transporte a un lugar más cálido.

La mujer, su sumisa, oprime el timbre de su puerta.

El amo no abre.

jueves, 8 de octubre de 2020

La señora M. (parte 4 y última)

 

Salimos del bar y nos lanzamos a un exterior donde una suerte de salvaje frio se estaba apoderando del aire, pintando de incomodidad todos y cada uno de nuestros huesos. La señora M. había vuelto al abrigo de su abrigo (valga la burda redundancia) y yo me hundía poco a poco dentro de mi cazadora, con el cuello subido. El viento, golpeándonos por todos lados, nos obligaba a girar el rostro inútilmente hacia cualquier punto cardinal. ¿Se estarían aliando los elementos con la señora M. para impedir que cayese en mis garras? Tengo garras en vez de manos porque soy un depredador. Así que intenté, con una de mis garras, coger una de sus delicadas manos pero la señora M. la metió rápidamente dentro de un bolsillo y pegó los brazos a los costados para que tampoco pudiese colgarme de su brazo. Solos, en la calle, se estaba transformado en uno de esos animales que se ocultan en sus caparazones y no vuelven a salir hasta que llega el repartidor de Amazon con la compra del supermercado. Tomé la dirección de mi casa con paso decidido mientras, la señora M. caminaba unos pasos por detrás mío, ralentizando su ritmo, como si con eso pudiese evitar cuanto de inevitable hay en la vida.

-Date prisa -ordené-, hace frio.

La señora M. me miró con un rictus de desprecio pintado en su hermoso rostro. ¡Que maravillosa expresión! La señora M. no había salido corriendo, en vez de eso, seguía mis pasos. De ahí que cualquier cosa que hiciese o fingiese, me parecía maravilloso.

Llegamos a la puerta del edificio donde vivo. Metí la llave en la cerradura y empujé la puerta, aguantándola mientras le franqueaba el paso. Intentando que el viento no cerrase mis ojos. La señora M. sonrió por vez primera desde que habíamos salido a la calle.

-No voy a entrar.

-¿Entonces por qué has venido? -pregunté.

-Ya lo sabes.

Y diciendo esto, entró en el edificio. Entramos en el ascensor y subimos a mi piso, abrí la puerta y ella se lanzó al interior, como conociese la distribución de toda la vida.

Quizás debería aclarar ahora la pequeña perversión que esconde este relato. Espero que el amable lector sepa disculpar tan (fácil) literaria trampa. Ojalá el relato tuviese otro final, pero la vida es demasiado imperfecta para que todo encaje en nuestras mejores fantasías. Por supuesto que la señora M. conocía la distribución de mi piso. De la misma forma que en vez de “mi” piso debería haber dicho “nuestro” piso.

La señora M. (mi esposa) tenía razón al decir que no iba a entrar en el edificio donde vivía el amo que pretendía pervertirla. Por eso entró en el edificio donde ambos vivimos desde hace más de diez años.

¿Si la señora M. era mi esposa, a que venía todo ese teatrillo del bar? Intentaré contestar de la forma mas sincera posible e intentando que esta farsa no destruya el relato que he armado pacientemente. La señora M. y quien suscribe estamos casados desde hace años, ella es mi sumisa, también es sumisa de quien yo decida que sea. Es una excelente sumisa, no lo niego. Pero, como en toda buena obra que se precie, hay que escribir un buen final o todo cuanto has construido queda en nada. Y la nada se la lleva el viento, inevitablemente. Como cuando degustas los mejores platos del mejor restaurante del mundo pero el postre es un flan soso o un arroz con leche duro como una roca. Hay que ser muy valiente para poder acabar con ciertas etapas de nuestra vida, sobre todo si esas etapas nos han regalado los placeres mas intensos que nunca experimentamos ni volveremos a experimentar.

Cuando, dos semanas antes, ella me dijo que quería acabar de una vez por todas con su etapa de sumisa, yo quedé desconcertado. Como un niño a quien su padre da una bofetada sin venir a cuento. Dolido y desconcertado a partes iguales. Mi esposa (la señora M.) es la mejor sumisa que he tenido nunca bajo mis ordenes, también la mejor compañera e incluso la mejor amiga. Y ese triunvirato era, a mis ojos, la perfección echa carne. Mi esposa, sentados en nuestro sofá bebiendo una copa de un excelente vino, confesó que habían sido años divertidos, excitantes e incluso ilusionantes, pero (como en toda balanza que se precie) también dijo que estaba cansada y quería caminar en otra dirección, alejada de su rol de sumisa. Quizás también cambiar de piso, quizás tener un hijo, quizás cambiar de trabajo. Y cualquiera de esos cambios los quería hacer junto a mí. Como su marido. Nunca más como su amo.

Cuando amas a alguien debes respetarlo por encima de cualquier otro propósito. Incluso cuando humillaba a la señora M. o la prestaba a otros amos mientras contemplaba como la usaban, seguía respetándola como si ella fuese mi diosa. Que lo era. Y lo hacía porque todos esos actos eran conscientes, consensuados y deseados. Por eso, cuando amas a alguien, independientemente de la moralidad o los deseos propios, debes respetar las decisiones ajenas.

Lo único que le pedí a la señora M. es que quedásemos en un bar. Como en nuestro primer encuentro. También le pedí que jugásemos al amo perverso y a la sumisa dudosa. Como en nuestro primer encuentro. Mi esposa no pudo negarse.

La primera vez que nos vimos, hace mas de doce años, ella acabo subiendo a mi casa y convirtiéndose en mi sumisa, en mi esposa, en mi compañera y mi amiga. Y la mejor manera de acabar con todo eso consistía en que, como sumisa, me rechazase en el mismo bar, con la misma ropa. Doce años mas tarde. Como si aquella primera vez hubiese sido el epitome del rechazo.

En casa, la señora M. vuelve al comedor vestida con un pijama de algodón con dibujos marineros. Se ha quitado el maquillaje y lleva un calcetín de cada color. Observándola me parece la mujer más hermosa del mundo.

Mi esposa, mi amiga, mi compañera para siempre.

Mi sumisa nunca más.

(fin)

miércoles, 7 de octubre de 2020

La señora M. (parte 3)

 Comunicación efectiva: lo que no deberías hacer con tu pareja | KENA

 La guerra dialéctica que enfrentaba a la señora M. contra quien escribe estas líneas duraba ya más de media hora. Las frases volaban y golpeaban al oponente quien, llegado el turno, se recuperaba a duras penas, daba un rápido trago a su bebida y contraatacaba con otra frase. La lucha por evidenciar quien se imponía a quien era tan feroz como igual, besos y mordiscos cruzando una línea pintada de oro y mejillas sonrosadas también. La señora M. se defendía blandiendo un arma construida con prudencia y arrojo (y también con asombrosa agilidad) contra mis nada sutiles proposiciones y devolvía el golpe con certeras palabras que hacían tambalear mi pretendida posición de amo. Aquello parecía no tomar ningún rumbo porque nadie iba a dar su brazo a torcer, nadie iba a apiadarse ni pestañear más de lo necesario. No es que tuviésemos miedo a que aquel dialogo arrojase un final no deseado sino porque ser derrotado era la demostración tácita del otro era mejor. El ego se imponía sobre el objetivo. La diferencia entre la señora M. y yo es que ella podía aceptar ser derrotada pero yo no. Si la señora M. no hubiese contemplado en algún momento la posibilidad de acabar derrotada no habría venido a mi encuentro vestida tal y como le había ordenado. Soy consciente de la simplicidad de esta explicación, aunque los argumentos sencillos siguen siendo argumentos.

Transcurrida esa media hora, en el meridiano de uno de sus ataques en forma de frase, levanté mi dedo índice y chisté ordenando silencio. Ella calló de inmediato, quizás sorprendida por mi acto.

Punto para el amo. ¿O no?

-Ya hemos discutido bastante -dije intentando parecer lo más cordial posible-. Hablemos ahora de lo verdaderamente importante…

-Importante para ti -interrumpió ella.

-Si vuelves a interrumpirme tendrás un castigo -dije.

-No eres nadie para castigarme -replicó ella con una sonrisa burlona.

-Pero pronto seré alguien para ti. Y cuando eso suceda, te castigaré por tu insolencia.

-¿De verdad crees que voy a arriesgar todo cuanto tengo por alguien como tú?

-De verdad lo creo.

La señora M. no dijo nada, en lugar de eso sacó su teléfono móvil y consultó algo, luego volvió a guardarlo en su bolso y se quedó mirándome. Era una mujer atractiva, aunque su belleza era también peculiar, no se trataba de una de esas perfecciones arrebatadoras que te obligan a girar la cabeza cuando te cruzas con ella por la calle. Aunque en el conjunto existía una holgazana perfección: su pelo, sus dientes, su forma de moverse, su voz, sus formas… todo sumado arrojaba un resultado irresistible. Y ella, a pesar de todas sus inseguridades, también sabía eso porque yo no era el primero que había intentado pervertirla. Ni sería el último. Hay personas que pasan por la vida del resto como una suave brisa de otoño. La señora M. sin pretenderlo, era uno de esos huracanes que arrancan tejados y envían ovejas a cientos de kilómetros de distancia.

¿Qué había consultado en su teléfono móvil?

Nos quedamos mirando, en silencio, luchando una vez mas aunque ahora por ver quien era el primero que desviaba la vista. Incluso sin hablar, seguíamos luchando. Sus ojos de color ámbar eran tan hipnóticos como el sexto vaso de whisky.

-¿Y ahora qué? -dijo ella finalmente.

-Ahora iremos a mi piso, está a cinco minutos de aquí, allí te desnudaré, te ataré a una cama, te azotaré y te usaré. Después te ducharás, comerás algo y volverás a tu casa en taxi para decirle a tu marido que el encuentro con tu amiga del colegio ha durado más de lo previsto.

-No he utilizado ninguna excusa. Le he dicho que venía a verte a ti.

-¿Y qué te ha dicho él? -pregunté.

-Que haga lo que crea que debo hacer. El confía en mí, el solo quiere lo mejor para mí.

-¿Te has dado cuenta de algo? El te dice que hagas lo que debas, no que hagas lo que deseas.

- Cuando decides compartir tu vida con alguien no puedes hacer cuanto deseas sino aquello que debes.

-Entonces estar con alguien significa dejar de hacer cosas que deseas.

-Claro, pero la recompensa es infinita porque estás con quien quieres, compartiendo muchas otras cosas.

Sonreí para mis adentros. Por fin acaba de encontrar el resquicio en la señora M. donde meter mis dedos y tirar con fuerza. Ella misma, en esa lógica defensa de acabar sometida por mí, me había regalado el mejor argumento para conseguir tenerla atada y arrodillada a mis pies.

-Escúchame atentamente -comencé, apoyándome en la mesa y acercándome un poco mas a ella-. Acabas de decir que vas a negarte a tener una sesión conmigo porque así debe ser. ¿Correcto?

-Está loco, pero aun sabes escuchar. Eso he dicho.

-Podrías haber dicho que no vas a tener una sesión conmigo porque no lo deseas. Así pues, deseas que te domine pero no es lo que debe ser.

La señora M. no dijo nada. Su silencio acababa de convertirse en un “si”.

-¿Deseas ser mi sumisa? -pregunté alzando la voz-. ¿Si o no?

Algunos clientes en otras mesas giraron sus rostros en nuestra dirección. La señora M. se hundió un poco más en su asiento, avergonzada quizás.

-Contéstame: ¿si o no? -volví a preguntar.

Acababa de ordenarle que me contestase. Una orden.

-Supongo que si mis circunstancias fuesen otras…

-¿Si o no? -volví a preguntar.

-No hay una respuesta sencilla a eso. No puedes simplificar las cosas hasta lo binario.

La cogí de una mano, por encima de la mesa y apreté con fuerza.

-¿Si o no? -repetí alzando aún más la voz.

-Si -dijo ella con voz casi inaudible.

Al escuchar su respuesta dejé de apretar su mano, aunque no la retiré. Me quedé cogiéndola mientras la acariciaba. La expresión de su rostro, entre sorpresa y huraña, comenzó a transformarse en algo parecido a una manzana a punto de ser devorada.

Levanté mi otra mano, en dirección al camarero, dibujando en el aire esa señal que indica que tiene que traer la cuenta.

-Es hora de irnos -dije sin dejar de acariciar su mano.

(continuará)

lunes, 5 de octubre de 2020

La señora M. (parte 2)

 EL TUNEL DE LOS GRITOS | ▫Paranormal▫ Amino

La señora M. pidió agua, yo estaba bebiendo cerveza. En el momento en que el camarero nos dejó solos (aunque rodeados de otros, en otras mesas) ella repitió la frase, ferozmente parapetada tras un muro construido a toda prisa con pedazos de miedo y desconfianza.

-No va a suceder nada entre nosotros -dijo-. ¿Lo sabes, no?

Aclaro: un muro construido de miedo y desconfianza hacia ella misma. El principal problema de las inseguridades radica en que únicamente podemos ver proyectado en los demás aquello que somos. En una ocasión, durante un viaje por Estados Unidos, un anciano mal afeitado al borde de una carretera en el desierto de California, me explicó que existe una serpiente (la serpiente rey) que confunde su propia cola con la de otro animal y comienza devorándose a sí misma. La señora M. también se devoraba a sí misma al confundir la persona a quien debía temer.

-¿Cuan segura estás de eso? -pregunté.

-Totalmente segura, de no ser así no habría venido.

-Pero has venido y te has vestido como te ordené -dije con mi voz aún más firme.

Ella acababa de transformarse en una de esas personas que observa la única cerilla húmeda que sabes que nunca arderá. Aunque, en su caso, el problema era que esa cerilla prendiese. Menuda superviviente de pacotilla...

-Y comienzo a arrepentirme de haberme vestido así -dijo ella.

-Te arrepientes de haber venido porque eres consciente de que tu fuerza de voluntad, frente a alguien como yo, es tan sólida como una gelatina de fresa.

-Odio las gelatinas, no puedo comerlas desde que supe de que están hechas.

Por supuesto que sé de que parte del animal se fabrican las gelatinas de sabores. Por eso pasé de comerlas a odiarlas. Como el tabaco, como las gominolas de fresa, como las películas de Christopher Nolan. Pero no quería entrar en una discusión sobre comida. O no sobre ese tipo de comida.

-¿Y qué te gusta comer?

-Pizza, salmón, pollo y chocolate negro -contestó ella rápidamente, intentando reprimir una sonrisa que la acercase a mi territorio.

La señora M. luchaba con todas sus fuerzas contra la idea de que me pudiese parecer ni remotamente cordial. O viceversa. Y así obraba, con los brazos aun firmemente cruzados sobre el pecho, tirada hacia detrás en su silla, intentando construir un muro de ladrillos invisibles entre ambos. Tanto esfuerzo para nada. Porque incluso un reloj estropeado marca la hora correcta dos veces al día.

-Es un menú de lo mas curioso para una mujer que conserva la silueta como tú -dije.

-Son muchas horas de gimnasio. Tú, en cambio, la última vez que fuiste al gimnasio fue cuando te perdiste en un centro comercial ¿verdad? -preguntó ella, finalmente sonriendo, señalando mi barriga.

No podía permitirlo, no debía entrar en su juego. Cuando quieres ser rey no permites que el bufón se ría de ti. Cuando eres un depredador no puedes confraternizar con tu presa.

Sobre todo cuando estás dispuesto a devorarla.

A dentelleadas debía solucionarlo, si era preciso.

-Tienes razón, prefiero comer a sudar -comencé-. Pero también sudo, sobre todo cuando domino a una mujer como tú atándola a la cama, azotándola y sodomizándola mientras ahogas tus gritos contra una almohada. O con una brida en tu preciosa boca de dientes blancos. Prefiero lo segundo.

Podría haber escogido cualquier otro símil menos elemental. Llevo demasiados años siendo amo como para reducirlo todo, cuál hábil cocinero con una salsa, al inocente tópico de una sumisa atada y sodomizada en una cama. Aunque para alcanzar la cima debes escalar poco a poco, fijando con maestría los clavos en la pared rocosa. De no hacer eso, la caída resulta mortal.

Siempre.

La señora M. no dijo nada, en vez de eso cogió su vaso de agua llevándolo con cuidado a la boca, sin separar los codos de su cuerpo para continuar ocultando los reveladores pezones aun luchando por traspasar la tela de su vestido de algodón. Con la vista firmemente colocada en el fondo del vaso. La imaginé luchando contra ella misma en un ring mientras una multitud jaleaba a las boxeadoras gemelas, golpeándose la una a la otra sin piedad.

-¿Estás incómoda? -continué-. Nadie se ha dado cuenta de que no llevas sujetador. Solo yo. Y con eso es más que suficiente.

-No se lo que estoy haciendo aquí. No quiero jugar con fuego, tenía curiosidad por venir pero ahora se que me he equivocado. No porque no seas la persona que esperaba sino porque eres precisamente la persona que esperaba que fueses.

La tragedia magníficamente convertida en literatura cuando Oscar Wilde dijo aquello de “ten cuidado con lo que deseas, puede convertirse en realidad”. Aunque la decepción de la señora M. significaba una nueva victoria en mi escalada, un nuevo clavo firmemente clavado en la pared de la montaña del placer: ella esperaba a alguien como yo. O no. Que más daba. Porque esperaba algo.

-Me sabe mal tanta decepción en el acierto -dije yo-. Pero no te preocupes, lo que tenga que suceder, sucederá. Y da igual si es hoy o dentro de diez años. Da igual si has venido o no. ¿Sabes lo que sucede cuando dos poderosos imanes se encuentran?

-Dejemos las metáforas. ¿Por qué no hablamos con las palabras desnudas? -preguntó ella.

“Las palabras desnudas”, que maravillosa expresión. De repente, me di cuenta de que aquella mujer me atraía aún más que cinco minutos atrás. Y, con toda seguridad, me atraía aún menos de lo que me atraería dentro de cinco minutos.

-De acuerdo -comencé yo-, quitémonos lo superfluo: voy a dominarte, lo sabes por mucho que te resistas. Y si no quieres que te domine porque tienes un marido o porque ya tienes un amo entonces utilizaré cualquier otra expresión: follarte, usarte, devorarte… escoge tu.

-Mi marido es mi amo.

-Mejor aún, porque entonces solo le serás infiel a una persona -dije sin dejar de sonreír-. La culpa será menor.

Como decía alguien en una película de James Bond: "¿Te gustan las mujeres casadas, verdad James?". A lo que Bond respondía: "Así las cosas son más sencillas".

Pues eso.

(continuará)

domingo, 4 de octubre de 2020

La señora M. (parte 1)

 

10 Cosas y gestos que hacen las mujeres que vuelven locos a los hombres en  cuestión de segundos

Pervertir a un desconocido no es tarea fácil. Has de introducir tus dedos en voluntades ajenas y tirar con fuerza para abrir el cofre. Todos tenemos esos resquicios por donde comenzar, aunque muchas veces no pueden ser abiertos por la simple verdad de que desconocemos donde habitan.

Siempre me ha gustado pervertir a quien me atrae física o intelectualmente. En cierta manera, soy tan perverso como amoral, no voy a ocultarlo. Disfruto lanzando a las personas lejos de su zona de confort para llevarlas hasta un territorio donde la seguridad es un axioma. Y no hablo de seguridad física sino de la emocional.

No es un juego y si alguien cree que estoy jugando entonces debería recordar que la vida, en sí misma, es un gran tablero.

No desvelaré el nombre de la señora M. porque sus circunstancias obligan a mi prudencia a quedarse en un territorio cercano al silencio. Pero sí que contaré como pervertí a la señora M.

La conocí a través de Internet. Ella escribía un blog donde, en ocasiones, dejaba entrever una temática que la etiquetaba como sumisa. Y yo soy uno de esos amos, de esos que husmean en el aire mientras se afilan los dientes con una piedra roma. Dos más dos son cuatro y esta simple suma es fácil de hacer porque llevo toda mi vida pervirtiendo a quien prefiere quedarse en su zona de confort. Pero, como he dicho antes, para pervertir a alguien, ese alguien debe mostrar los resquicios donde meter tus dedos de depredador.

Soy una persona normal, pero también soy consciente de que la vida está construida a base de momentos inolvidables. La mayoría de esos momentos los asocio a la dominación, a la gente nueva que entra en mi vida. A ver por primera vez a alguien retorciéndose de dolor a mis pies.

Después de intercambiarnos algunos correos electrónicos, le envié el definitivo donde le decía que la esperaría a las 6 de la tarde en un bar de la ciudad. Le dije como debía vestir. También le advertí que de nada serviría que asegurase que no iba a acudir a la cita porque yo iba a estar allí esperándola. Como no podía ser de otra manera, la señora M. contestó diciendo que no quería hacerme perder el tiempo, asegurando que nunca acudiría a esa cita. Estoy convencido de que contestó a mi correo pellizcándose los labios con los dientes.

Un truco para mover tus piezas mejor sobre el tablero consiste en que cuando alguien te diga que no quiere hacerte perder el tiempo, en realidad está diciendo que no se atreve a algo. Incluso sin ser consciente de ello. Como cuando escondes los brazos bajo las sábanas para que no te toque un fantasma que no existe. Siempre obedeciendo a tus propios miedos.

Aunque de forma epistolar, respondí de forma tajante, ordenándola que no volviese a escribirme: iba a estar esperándola en ese bar y a esa hora. Ella no respondió, tiñéndolo todo de un silencio necesario. La mejor de las noticias, porque el silencio no es un “No”, pero sobre todo… porque ella había obedecido a mi primera orden (el que no volviese a contestar uno de mis correos). ¿Habría encontrado el resquicio donde meter mis dedos? Seguro que sí, podía olerlo en el aire.

Dos días más tarde, entré en el bar donde la había citado y me senté en una mesa alejada de la entrada. Yo había visto alguna foto suya, publicadas en su blog, casi todas mostrando una maravillosa desnudez aunque su rostro estaba difuminado. Ella no había visto ninguna foto mía por lo que, reconocerla, iba a resultar tarea fácil, a pesar de que el bar estaba lleno.

La señora M. apareció al cabo de cinco minutos, envuelta en un abrigo. La reconocí de inmediato, su pelo como ondas de mar, su sonrisa de arcángel y su demoniaca silueta. Se detuvo en la puerta y contemplando interior. Sabiéndose observada por su misteriosa cita. Levanté mi mano haciéndole una seña. Ella sonrió y se acercó a la mesa, me levanté para saludarla dándonos dos besos en las mejillas aunque también aproveche ese momento para cogerla del brazo y apretar un poco. La señora M. se quitó el abrigo y tomó asiento. Iba vestida tal y como la había ordenado, con un vestido de algodón sin mangas, la falda por encima de las rodillas y sin ropa interior. Supe de inmediato que iba sin ropa interior porque sus pezones luchaban por romper el algodón de su vestido. La señora M. cruzó los brazos sobre sus pechos, ocultando tan maravilloso espectáculo.

-He venido -dijo sonriendo- pero eso no significa nada. No va a pasar nada.

Satisfecho de mi mismo, con el ego luchando por escapar de mi pecho y comenzar a lanzar fuegos artificiales, me limité a observarla mientras yo dibujaba en mi rostro una sonrisa amable. Los comienzos… ¡oh los comienzos! Esas primeras miradas que se beben la vida, dibujando notas musicales en el aire. Y la señora M. asegurando que nada iba a pasar, una y otra vez.

Claro que no va a pasar nada, por eso has obedecido a un desconocido y has ido a su encuentro vestida como te han ordenado.  

Claro que si señora M.

(continuará)