domingo, 28 de abril de 2024

Locura desatada (o los 3 consejos)

 


Nos dicen que somos enfermos, rápidamente contestamos que somos unos incomprendidos. Primer consejo: se vive mejor obviando conversaciones absurdas con gentes absurdas. Lo que no vale la pena, no vale la pena. Oxímoron que nos ayuda a vivir mejor. ¿Entonces que? Aprender a desatar la locura es aprender a liberarte de las cadenas. Poco a poco, día a día, argolla a argolla. La competición por mantenernos dentro de los límites establecidos es furiosa. En el camino a la normalidad tenemos apuntado en una libreta aquellos conceptos que debemos evitar. Aquellos conceptos que hacen que los demás nos etiqueten de enfermos. Vamos a ello: independizarte de tus padres, tachado. Tener pareja, tachado. Conseguir un trabajo, tachado. Comprarte una casa, tachado. Tener hijos, tachado. ¿Y todas esas frases sin tachar? Os explicare una cosa, todas esas palabras tachadas son una argolla más en la cadena. Y, como consecuencia, todas esas frases sin tachar son las argollas  recién rotas que nos liberan amanecer tras amanecer. A nadie le molesta que le miren, a no ser que sea de forma obsesiva. A nadie le gusta sumar argollas a la cadena, a no ser que apenas se den cuenta de que lo están haciendo. Si me preguntasen por el superpoder que me gustaría tener siempre respondería: saber lo que piensa la gente. Así podría distinguir en los demás lo conseguido de lo deseado. Meter todos tus deseos en una cajita de madera, cerrarla con llave y lanzarla al vertedero más gigantesco del planeta. Así, con todos esos deseos inconfesables lejos, podemos seguir sumando argollas, en el falso convencimiento de que eso nos hace felices. Mi segundo consejo: volved corriendo al vertedero, recuperad la cajita, agitadla bien y luego abridla para permitir que comiencen a remontar lentamente el vuelo, alrededor de vuestro cuerpo, como volutas de humo que nunca se desharán en el infecto aire del lugar. Porque el deseo es el todo. Y cuanto mas real, aunque más oscuro sea, mas nos liberará de las cadenas. Tercer y ultimo consejo: desatemos la locura.


viernes, 26 de abril de 2024

Ojos azules vendados (relato)

 


Mag vivía fuera de Barcelona, en uno de esos pueblos que todos decimos conocer y haber visitado en alguna ocasión pero que, a la hora de la verdad, tenemos que seguir el GPS del coche porque en nuestra vida habríamos imaginado acabar allí. No recuerdo como nos conocimos, quizás a través de una de esas aplicaciones donde si te gusta una persona mueves el índice a un lado y si no… al otro lado. Bendita tecnología que nos convierte en emperadores romanos del sexo. El caso es que nuestros respectivos dedos movieron hacia la opción correcta y unos días después estaba yo buscando aparcamiento en ese pueblo, en una noche cerrada de invierno, para después tardar mas de media hora en dar con su casa que estaba al final de una especie de camino de tierra. Si nuestro encuentro pudiese medirse por lo que me había costado llegar hasta ahí, todo apuntaba al fracaso.

Pero resulta que no. O no exactamente así. En ocasiones se alían los astros y las cosas suceden de la mejor manera posible. Aunque en los primeros instantes de nuestro encuentro tampoco parecía funcionar, no existía la química. ¿Cómo solucionar eso? De repente, paramos, reconducimos y aquello fue magia. Y es que no se trataba de química sino de comprender la situación y abandonarnos a ella. Todo el encuentro sucedió con Mag con los ojos vendados. Porque así lo quisimos ambos, y quizás esa fuese una de las causas del mal comienzo, pero del maravilloso final porque, al cabo de un rato, estábamos follando como animales, haciendo cosas que nunca habíamos hecho antes, permitiendo escapar ese corcel desbocado que es el sexo reprimido. Hicimos de todo, lo hicimos bien y acabamos exhaustos, felices y alegres de haber tenido algo mas que sexo. Contentos de haber descubierto que el sexo va mas allá de lo convencional. Orgullosos de haber encontrado los recursos para reconducir algo que comenzó mal y acabó de las mejores formas posibles.

Mi recuerdo de aquel momento fue el de un placer inmenso con una mujer excepcional, su piel, su boca, sus pechos, sus piernas, su sexo… todo me parecía deseable menos sus ojos. Principalmente porque la venda me impedía verlos. Por lo que vi en las fotos, tenía unos preciosos ojos azules. No ver aquellos preciosos ojos fue el precio que tuvimos que pagar para tener un momento de sexo en libertad, sin compromisos ni problemas, un momento de sexo desatado y con respeto. Abrir una puerta para dejarnos sorprender.

Muchas veces he pensado en volver a ponerme en contacto con ella para repetir ese momento. Estuvimos a puntos de volver a vernos, pero algo lo impidió. Ahora, mucho tiempo después, sigo pensando en tener a Mag desnuda, con una venda en los ojos, abierta de piernas y dispuesta a permitir que haga cuanto me apetezca con ella. Repetir lo que sucedió, que fue exactamente eso. No hay sexo sucio si existe el consentimiento, las ganas, la emoción y la imaginación. ¿Funcionaría? Seria diferente, seguro… Yo apuesto a que funcionaria si entendemos lo que vamos a hacer. Pero la vida crea demasiados laberintos como para volver a encontrar el camino una vez más.

martes, 23 de abril de 2024

Feliz día del libro... o no


Hoy 23 de Abril es el día del libro. La fecha escogida es porque el mismo día (23 de Abril de 1616) murieron Miguel de Cervantes y William Shakespeare. No parece el mejor de los comienzos el conocer que celebramos la literatura celebrando la muerte de dos de los mejores arquitectos de la lengua, o al menos de los primeros. Tampoco importa demasiado atendiendo a que casi nadie sabe el motivo de esta celebración. En Catalunya, en concreto en Barcelona, celebramos el día del libro sacando a los autores mediáticos y a sus obras a la calle, firmando libros mientras sonríen a lectores psicópatas que llevan tres horas en la cola e intentando no morir aplastados por una marabunta de gente que corre de un lado a otro en la obligación de comprar un libro que, con toda seguridad, nunca leerán. Pero luce tanto caminar por la calle con un libro en la mano... también con una rosa. Porque la tradición aquí es que el hombre le regale una rosa a una mujer y la mujer regale un libro al hombre. Y es que las tradiciones no siempre son políticamente correctas, desde el concepto "hombre y mujer" hasta el hecho de que da la impresión que la mente femenina no sabe leer (cuando en realidad son las lectoras mas voraces). Pero la fiesta ahí sigue, y eso no es malo. Si me preguntáis por mi novela favorita os contestaría lo mismo que si me preguntáis por mi comida o mi película favoritas. Soy incapaz de escoger una. Me gusta leer con una pasión casi erótica, devoro las letras con hambre pasional y también escribo porque siempre me ha gustado copiar lo que me apasiona. Por supuesto, esa es una entrada directa al fracaso. Es mejor copiar a los mediocres. Copiadme entonces. La mediocridad no es mala, hay cientos de escritores mediocres que hoy no pueden salir a la calle a firmar sus obras porque se las han autoeditado en formato digital ya que ningún editor quiere confiar en un escritor que no sale en la televisión, no es una estrella de internet o simplemente pretende ser original. La literatura, como todo en la vida, ha acabado convirtiéndose en un negocio. Y eso no es malo, simplemente es. Si me permitís un consejo: no escribáis para ganaros la vida. Ganaros la vida para poderos permitir el lujo de escribir desde la libertad. Olvidad a esos lectores que imagináis devorando vuestra novela sentados en el metro. Vosotros tenéis que ser vuestro único lector. La literatura es difícil y está prostituida, en su mayor parte, de acuerdo. Pero sigue siendo el arte mas fascinante que la mente humana haya podido imaginar. Y solo necesita de dos personas para que funcione. Incluso de una sola. Contar cosas a los demás, ya sean verdaderas o ficticias, ya sean en prosa o en verso, ya sean duras o amables. Que poco importa todo eso, lo único que importa es que la literatura no debería de necesitar un día al año para ser recordada porque cuando esto sucede, los otros 364 días los ocupará Netflix, el futbol y una desidia por imaginar que nos convertirá en una sociedad alienada.

lunes, 22 de abril de 2024

Invertir en los demás



Conozco gente que asegura que ser dominar (o ser dominantes) les comporta cierta pérdida de tiempo. Algunas de esas personas maquillan la afirmación rebajando el tono y asegurando que mostrar el escenario BDSM a alguien que no lo conoce es una especie de inversión donde no siempre obtienes los resultados deseados. Como cuando, antaño, abrías las paginas sepias del periódico para comprobar los valores de la bolsa. Puede que esté de acuerdo, aunque no del todo. Gastar tiempo (que no invertir ni perder) intentando mostrar cosas nuevas a alguien que te interesa conlleva que, según el tipo de puerta que abras, algunas  de esas personas salgan corriendo o se queden en silencio, avergonzadas de descubrir que no son lo que pensaban que eran. O peor aun: que son exactamente aquello que imaginaban ser. Si cogemos de la mano a alguien para ayudarle a adentrarse en un mundo desconocido hemos de asumir que invertir ese tiempo ha de ser un acto altruista. Asumir también que no somos mejores ni mas listos, solo sabemos algo que esa persona desconoce de la misma forma que esa persona sabe cientos de cosas que nosotros desconocemos. La única diferencia es que esa persona siente interés por algo que tu conoces. No tengo dedos suficientes en las manos ni en los pies para enumerar las personas que me lanzaban preguntas como afilados cuchillos porque sentían curiosidad por el BDSM pero que nunca se atrevieron a una primera sesión. Lo mejor más inteligente es interiorizar que no somos perfectos, ni los unos ni los otros. Desterremos de nuestro lenguaje eso de "perder el tiempo" o "invertir tiempo" porque ambos conceptos implican que hacemos algo por un beneficio propio. La única verdad es que en el mundo hay cientos millones de personas no adecuadas a nuestros gustos. Nosotros tampoco somos adecuados para otros cientos de millones. Esto no significa que unos seamos peores que otros. Lo único que sucede es que no ha sucedido esa magia que es la conexión. Y si no sucede, por mucho que sintamos curiosidad o hayamos estado contestando a cientos de presuntas, la primera sensación que nos abrazará será la de "menuda perdida de tiempo". Mejor reescribamos eso y digamos "ha sido divertido intentarlo", aunque la frustración sea una nube negra que nos acompaña a cada paso que damos.

sábado, 20 de abril de 2024

El valor de lo que sucederá



¿Realmente es solo curiosidad? Esto es lo primero que me viene a la cabeza cuando una persona comienza a hacer mas preguntas (de las habituales) sobre el BDSM. Nuestra condición de seres humanos se forja en que si desconocemos, necesitamos preguntar cuando algo nos llama la atención. Alguna de estas personas son sumisas o sumisos sin saberlo todavía. Dominantes o dominados también. ¿Cómo reconocer si lo eres o se trata de simple curiosidad? No hay forma de saberlo. La curiosidad nace de una necesidad (consciente o no) y las respuestas ayudan a convertirse en esto (la mayoría de las veces). Muchas personas tienen fantasías con ser sumisos/as o amos/as, especialmente desde ese despropósito que fue "50 sombras de Grey". Y algunas de esas personas buscan a gente como yo para que les explique si lo que leen y sobre lo que fantasea es verdad o no. Os ahorrare el tiempo: no lo es. Cualquier cosa que imaginéis sobre cualquier deseo oculto (sea BDSM o no) va a acabar siendo radicalmente diferente cuando lo llevéis a la "vida real". ¿Será mejor o peor? Diferente, eso seguro. Pero el valor no es si lo que suceda se acerque a lo que hemos imaginado... el auténtico valor es que sucederá.

miércoles, 17 de abril de 2024

Incluso así, ha valido la pena (microrelato)

 


¿Qué son los celos? Yo os lo diré: una bola de cemento que nos impide caminar con facilidad, aunque ni tan siquiera estemos presos. ¿Qué es la honestidad? Algo tan sobrevalorado como la Coca-Cola Zero o los afiliados a Greenpeace. Ser moralmente deshonesto es infinitamente mas divertido que predicar con ruedas de molino. Arrodillada en casa de un extraño con su pene follándome con fuerza la boca, como si mi voluntad fuese una especie de masa de barro modelable por el menos capaz de los hombres. Mi dignidad, mi moral, mi compromiso, todo pisoteado por culpa de un deseo que nubla mi razón. Y me encanta. Porque la vida no solo consiste en hacer las cosas bien y ayudar a una ancianita a cruzar la calle. Si el cielo y el infierno son la misma cosa ¿para que empeñarnos en ganarnos a uno de los dos? Dejar de hacer cientos de cosas solo porque nos han educado en que esos cientos de cosas no están bien es como apuntarse a una secta y levantar tu hábito para que el gurú de turno te sodomice sin darte los buenos días. Y encima sonríes porque es eso lo que te han dicho que debe ser. Desnuda y arrodillada, vestida tan solo por unas medias negras de medio muslo, con los ojos vendados y siendo usada. Feliz y liberada. Sucia y mentirosa. Caliente y servil. Infiel y arrastrada. No puede haber una sensación mejor. Incluso aunque de vuelta a casa, con el sabor de su semen aun en mi boca, sienta que me he equivocado. Incluso en ese momento, soy consciente de que ha valido la pena.

lunes, 15 de abril de 2024

Nadie al volante

 


Movemos nuestros pies, sin darnos cuenta de ello, movidos por nuestros mas bajos deseos. Un deseo para que te obligue a moverte siempre ha de ser bajo, oscuro, morboso o prohibido. Los buenos deseos necesitan de combustible adicional para poder moverse. Me descubro moviendo mis pies hacia terrenos peligrosos sin ser consciente de ello, como si ese lento caminar fuese consecuencia de la lógica de la razón. Nada mas lejos de la realidad. Mis pies se mueven hacia personas que me sugieren bajos deseos. Aunque el principal problema de moverte sin pensar que es puedes moverte hacia donde no debes. O por decirlo con un lenguaje mas convencional: puedes disparar antes de preguntar. 


Reconozcámoslo: tampoco es una tragedia. Somos adultos y reconocemos quien se acerca y quien se aleja a nosotros, reconocemos sus motivos (ya sean bajos o elevados) y es aquí donde arranca mi reflexión porque, en demasiadas ocasiones, son los demás quienes ven nuestras intenciones antes que nosotros mismos. Como el animal irracional que intuye que ese cazador que camina por el bosque con un arma al hombro y silbando una bonita melodía es, en realidad, un peligro en si mismo. Aunque el otro se limite a contemplar la belleza del bosque y externalizar su alegría en forma de canto.

Y es que el motor que nos mueve, muchas veces, no tiene nadie al volante.

domingo, 14 de abril de 2024

Erotismo. El tabú de la aristocracia



En la opulencia de la aristocracia, donde la mirada de vizconde de Valmont se desliza entre la seda y el encaje, se esconde un mundo de deseos y pasiones ardientes, un tabú bajo todas esas máscaras propias de un carnaval. El vizconde mueve sus pies, deslizándose entre los invitados, entre susurros discretos y gestos delicados, tejiendo una red de intriga y seducción que desafía las normas impuestas por la moralidad y el decoro hacia sus semejantes, hacia sus plebeyos. En el centro de banquetes repletos de montones de comida innecesariamente excesiva y bailes elegantes, el corazón de la aristocracia late todos al ritmo de quienes anhelan esa libertad de entregarse al deseo más profundo. Escondidos tras las máscaras, como si no supiesen realmente quien es el otro. 

Poco después, esa misma noche, tras decenas de puertas cerradas y cortinas de terciopelo tejidas en Asia, la aristocracia se despoja de sus fachadas y se sumergen en un mundo de sensualidad y erotismo. Cada susurro, cada roce, es un acto de rebelión contra las normas establecidas, una celebración de la libertad y el placer sin límites. Los roles se desdibujan, creando un escenario de juegos de poder y placer. Puede que parezca un juego excitante pero es simplemente gente follando, despojados de todo erotismo. Primos sodomizando a hermanas, padres lamiendo a sobrinas, aristócratas con sus penes metidos en la boca de la servidumbre. Y es que cuando todos ellos comienzan a lamerse, morderse, besarse, penetrarse… el vizconde hace horas que yace en un diván, descansando después de follar con todo aquel que se ha cruzado de camino a sus aposentos. Hay una gran diferencia: el vizconde ha utilizado la llave del erotismo para entrar en sus víctimas. Es el único que la ha utilizado, en realidad. Quizás no sea ni tan siquiera un aristócrata. 

Doscientos años después, en un nuevo mundo sospechosamente parecido en opulencia y decadencia, las pasiones arden con semejante intensidad, aunque, en esta ocasión, no consiguen ser liberadas de las pesadas cadenas del juicio y la represión. Ya no queda ni una sombra del eco de los susurros de aquellos cortesanos, apenas un breve halito donde los suspiros de los amantes clandestinos fornicaban con fiereza contra las paredes de los palacios. El erotismo en aquella aristocracia era un tabú que se mantenía entre en las sombras. Ahora ni tan solo es un secreto compartido, ahora es solo abuso de poder y perversiones, nada elegante, nada divertido. No entienden lo que el erotismo significa antes de construir un encuentro. Para un aristócrata, sacar una tarjeta de crédito de Oro es lo mas parecido al erotismo. Es decir: el vacío mas absoluto. Y aun y así, sienten que tienen que ocultarlo, sobre todo cuando el domingo siguiente de haberse follado a la cridad, están con su familia en la iglesia cantando salmos y recitando oraciones.

¿Lujuria del siglo XVIII o sordidez del siglo XXI? Al fin y al cabo, son la misma cosa: el permitir que escapen nuestros deseos más oscuros y aquellos que más enroscados están en nuestras personalidades. Pero hacerlo de forma automática, solo porque pueden, olvidando lo mas importante: la construcción. Follar, confesarse y sufrir la penitencia. De nuevo la Visa Oro saliendo a relucir.

Ni tu ni yo pertenecemos a ninguna de esas aristocracias, no formamos parte de esos ecos ni tampoco somos los reflejos presentes en los palacios. Somos dos personas que no usamos una máscara, ajenos al baile de carnaval, caminamos de la mano para encerrarnos en una habitación, al abrigo de miradas ajenas. Quizás sean unos aristócratas, pero nosotros somos los reyes del morbo. Para demostrarlo deslizo mi mano por debajo de tu vestido, acariciando tu piel tostada, suave, mi mano llega a tu sexo, noto la humedad en tu ropa interior. En la oscuridad imagino que me estás mirando y sonriendo. No seremos aristócratas pero tu serás mi reina. Busco tu rostro en la oscuridad y cuando lo encuentro te beso, un beso apasionado y sucio, prólogo de cuanto sucederá después, sin la necesidad aristocrática de escondernos, sin la necesidad de aparentar lo que nunca seremos.

Follaremos como animales y después escribiremos sobre ello, porque no tenemos nada que demostrar.

Coloco con suavidad un antifaz en tus ojos y enciendo la luz. Ahí estás frente a mí, privada de la cista, temblando. Comienzo a desnudarte lentamente mientras escucho tu respirar acelerado. 

No somos aristócratas pero tu eres mi reina, mi condesa, mi duquesa, mi sumisa…

viernes, 12 de abril de 2024

Liberarnos

 


La magia de convertirnos en nosotros mismos es una contradicción que rechazamos contantemente. A diario, revisitamos nuestra vida para después aseverar, con inquebrantable vehemencia, que siempre hemos hecho lo que hemos querido porque somos libres, auténticos y únicos. Una mentira envuelta en papel de regalo y con un bonito lazo que nosotros mismos nos hemos encargado de hacer.

Convertirnos en nosotros mismos es algo sencillo, también es (casi) imposible de conseguir. Despojarnos de toda apariencia y asumir lo que realmente somos y deseamos es un golpe de realidad tan contundente que preferimos vivir en la comodidad de lo establecido, en la moral de lo sugerido, en la bondad de lo falso. Y seguimos asegurando que ninguna cadena nos retiene. Somos tan egocéntricos que somos incapaces de reconocer que somos egocéntricos.

Hay gente que acude al psicólogo, al psiquiatra o al bar de la esquina a conseguir ese proceso, mirando hacia dentro de si mismos (o hacia dentro de un vaso de gin-tonic) para descubrir que, en esencia, son otras personas. Que sus deseos son sucios, inmorales e incluso rozan la ilegalidad.

Practicar BDSM nos acerca a ese momento de libertad amoral. Pero también existen otras palancas (parafraseando a esos ridículos gurus de la autoayuda) que nos acercan a esa persona que realmente somos. El arte es una de esas “palancas” que nos rescatan para liberarnos, como creadores, aunque los receptores estén contemplando un cuadro e interpreten que esos trazos son un proceso. Solo hace falta ver los cuadros de Van Gogh, las películas de Kubrick o las novelas de Bukowski, para reconocer que esos genios están liberando su autentico yo sin necesidad de pasar por el psicólogo… y a riesgo de acabar cortándote una oreja para enviársela a tu amante amada.

Liberarse es necesario, aunque sea cinco minutos a la semana, aunque sea escribiendo dos frases, lanzando dos pinceladas a un lienzo en blanco o permitiendo que alguien te ponga una venda en los ojos.

Liberarte.

El can (relato)

 




Toda la actividad humana está motivada por el deseo o el impulso (Bertrand Russell)

 No acabo de imaginarnos enfrentados, aunque ahora suceda. Me observas con esos ojos grandes y tímidos que tanto me atraen. También me inquietan. Estás esforzándote por sonreír, pero alguna parte descontrolada de tu sistema nervioso ha secuestrado esa sonrisa, transformándola en una especie de mueca. Frunciendo el ceño, bajas la vista hasta el suelo.

Yo también sonrío.

Sonrisas diferentes desde el escondite común, significado como deseo.

—De rodillas —ordeno.

Te arrodillas, obediente. Acabamos de llegar de la calle, te has quitado el abrigo que ahora cuelga en una percha en la entrada. Vistes como te ordené: una camisa y una falda, también medias negras. Levantas la vista y cruzamos miradas. Siento orgulloso al adivinar ese poso de miedo en tus ojos. No es a mí a quien temes. Pronto desaparecerá todo eso, seremos uno solo.

—No me mires —ordeno armado de una inquebrantable firmeza.

Bajas la cabeza, entonces, con cuidado, coloco una pequeña correa roja alrededor de su cuello.

—¿Quién eres? —pregunto al acabar.

—Tu perrita, señor —contestas con la vista clavada en el suelo.

Tiro suavemente de la correa y te conduzco hasta el comedor, moviéndote a cuatro patas tras de mí, moviéndote como la dócil perra en la que deseas convertirte. Aquello que, alejado de toda doble intención, te hace sentir felizmente útil. Ser sin pensar. Necesitas serlo porque necesitaba que alguien te entienda sin juzgarte.

En el comedor, te ordeno que recuperes la verticalidad impropia de un perro. Obedeces, sin mirarme a los ojos. Coloco una venda sobre tus ojos y tomo asiento en el sofá, sin decir más. Continuas de pie, frente a mí, inmóvil, esperando. Te observo. La belleza es un concepto subjetivo, aunque a mí me pareces la mujer más hermosa que he visto nunca, así, frente a mí. Vuelvo a levantarme y me acerco hasta ti, te beso en los labios, un beso delicado, sosteniendo tu cara entre mis manos. Comienzas a temblar, involuntariamente.

Estás en esa parte de un todo que deseas, haciendo lo que deseas con quien deseas. Es por eso por lo que no puedes dejar de temblar. Nervios, emoción, miedo, excitación, todo agitado en un cóctel que te electrifica desde la punta de los pies hasta ese pelo desordenado que siempre luces, que tanto y tanto me gusta.

Comienzo a desabrochar tu camisa, lentamente, separo la tela y observo, después te despojo de la camisa. También el sujetador. Estás desnuda de cintura para arriba, comienzo a pasar mi dedo índice por tus hombros, tu estómago, tus brazos, tus pechos, sostengo tus pezones entre mis dedos. Vuelvo a besarte.

Si pudiese entrar en su mente, descubriría que estás pensando lo mismo. ¿Cuánto debo esperar para sentirlo dentro de mí? ¿Cuánto debo esperar para entrar en ella?

—¿Quién eres? —pregunto de nuevo, apretando ligeramente.

—Tu perrita, señor —vuelve a contestar ella con diligencia.

Meto una de mis manos por debajo de tu falda, te ordené que llevase unas medias de medio muslo, subo hasta llegar a su sexo, lo noto caliente y húmedo a través de la ropa interior que aparto con el mismo dedo con el que comienzo a masturbarte.

Te doblas y gimes.

Me detengo.

—¿A qué has venido? —pregunto mientras te desnudo por completo.

—A servir a mi señor, a darle placer, a sentirme suya.

Estás de pie, completamente desnuda, esplendida. Eres mi propiedad. Puedo hacer lo que quiera contigo. Por supuesto que voy a hacerlo.

Y sucederá porque ambos lo deseamos.


miércoles, 10 de abril de 2024

Nunca imaginé que sucedería (relato)

 

"Chair" (Alen Jones, 1969) 

(Cuando escribimos, intentamos ponernos en la piel de quienes no seremos nunca. “Nunca imaginé que sucedería” mezcla los tópicos que arman el constructo de un relato erótico. Lo releo y siento que funciona, pero no es tan original como debiera. Como ese avión que continua el vuelo con el piloto automático. De todas formas, contiene un elemento novedoso, un escenario inusual que funciona a modo de necesario lubricante que ayuda a que ese motor funcione sin chirriar demasiado. Y es que a veces, cuando algo funciona, no hay que adornarlo innecesariamente.)

 “Cada fracaso nos enseña algo que necesitábamos aprender” (Charles Dickens)

 Nunca imaginé que sucedería. Tampoco que me casaría o que fuese a tener dos hijos. Nunca imaginé que dejaría el trabajo y me marchitaría en casa como una planta a la que han olvidado regar. Nunca imaginé tantas y tantas cosas que el solo hecho de que sucediesen ha instalado en mí tal sentimiento de frustración que ha borrado de un plumazo toda sombra de alegría o de sorpresa. Mi nombre es María y tengo treintaicinco años, vivo en Barcelona y soy lo que siempre se ha etiquetado de forma despectiva como una “ama de casa”. Si echo la vista atrás puedo ver aun a esa muchacha rebelde, con ganas de comerse el mundo, con ambiciones, sueños y una libertad fuera de toda razón. Hoy todo eso se ha esfumado envuelto en una densa nube de ese humo falso propio del número de un prestidigitador que actúa en casinos de provincias.

El culpable se llama Julián, a su vez mi marido y a su vez mi amante esposo. Aquel que me protege y me educa. Julián no es un mal tipo, al principio me eclipsó con su verborrea y su talonario repleto de dinero, Cuando quise darme cuenta del truco ya había parido dos hijos suyos. Vivimos en una casa a las afueras de Barcelona donde ahora estoy sentada en el sofá, imaginando que el lugar donde estoy es el lugar que quizás deseen muchos. El sol entra por un gran ventanal, al otro lado del cual hay un jardín cuidado, una piscina y el falso prestigio de quien tiene que demostrar que acumula más dinero que su vecino.

Yo no soy esa persona. Nunca imaginé que sucedería, aunque sucedió: me abandoné a los deseos de otro hombre, unos anhelos ajenos que ahora son los míos. Nunca imaginé que sucedería, aunque soy una sumisa esposa para mi marido y una perfecta sumisa para mi amo. No son la misma persona, gracias a Dios, tampoco me plantee nunca que debiesen convivir. Estoy sentada en este sofá de piel italiana mientras los niños están en el colegio y Julián está en Madrid de viaje de negocios. Nunca imagine que sucedería, aunque volverá a suceder, ahora mismo. Mi amo viene a mi casa, a esta cara vivienda repleta de recuerdos, viene a someterme en el terreno donde nunca debería. Debo dejar de pensar. Porque si lo hago con un poco de lógica nunca abriré la puerta. ¿Dejar entrar a mi amo en mi casa? Él vive solo, ahora deberíamos estar en su apartamento donde ya hemos tenido varias sesiones. Podríamos ir a un hotel. Pero no. Mi amo quiere humillarme aquí. Y creo que empiezo a comprender sus perversos motivos.

El timbre de la puerta ha sonado. Me levanto y me encamino a la entrada. Voy vestida como ordenó mi amo. Con una falda ancha y una camisa blanca. Nada más. Mientras me miraba en el espejo veía la imagen que los años había hecho de mí. Puede que sea una mujer atractiva, pero ya no soy esa joven. Mis caderas se han ensanchado, mis pechos han crecido, también han caído. Quizás los demás me vean como una atractiva morena de mediana edad, y ese juicio es algo que odio con todas mis fuerzas. Odio lo que soy, odio profundamente en lo que me he convertido.

Abro la puerta y ahí está él. De pie. Sin articular palabra. Con esos ojos negros clavados en mi alma. Me hago a un lado y le permito el paso, después cierro la puerta y me pongo a cuatro patas. Mi amo saca un collar y me lo coloca alrededor del cuello.

—Enséñame tu casa, perra —ordena suavemente.

Con tan solo oír su voz ya me estremezco.

Comienzo por gatear mientras él me pasea por todas las estancias de nuestra casa. Cuando llegamos al dormitorio mi amo me propina una patada que me hace revolcarme por el suelo.

—Así que es aquí donde cada noche te acuestas con ese hombre.

No puedo contestar, me he quedado sin respiración por la violencia del golpe. Puedo sentir como mi amo tira de la correa y me obliga a levantarme. Me arranca la camisa y me quita la falda. No puedo pensar, me duele el cuerpo, me duele el alma.

—Enséñame fotos de tu familia —ordena mi amo.

Mientras se las muestro, él hace comentarios jocosos sobre mis hijos, mis padres o mi marido. Es humillante, aunque también es maravilloso. Ese hombre está diciendo en voz alta todo cuanto yo pienso, pero borro de inmediato de mi cabeza.

Poco después mi amo está sodomizándome en el suelo del lavabo, con mi cabeza metida en la taza del wáter, el agua moja mis cabellos y no puedo ver nada, es angustioso. Siento como su pene intenta romperme en dos. Es un más humillante que lo de las fotos, es aún más doloroso que su patada en las costillas. Es aún más maravilloso. Nunca imaginé que sucedería. Me he convertido en una sumisa. Me he convertido en todo aquello de lo que renegaba. Quizás debiera aceptarlo mientras siento como mi amo eyacula en mis entrañas. Quizás no. Debo apartar de un manotazo todo análisis basado en la razón y la moral. Obligarme a sentir. Sentir como dos minutos más tarde su látigo me golpea en los pezones o sentir como diez minutos más tarde las gotas de vela se enfrían en mi sexo. Es una locura. Todo esto está sucediendo en nuestra casa. Y aun y queriendo abstraerme dentro de mi propio dolor, no puedo evitar que el análisis se construya lentamente, dándome a entender que lo de hoy podría ser una lección que me enseñe lo más importante que tengo delante de mi amo: que nada me pertenece.

Miro a mi amo y le doy las gracias. Mi amo me corresponde con una violenta bofetada.

—Nunca me des las gracias.

Vuelvo a darle las gracias por ayudarme a descubrir en que me he convertido. Mi amo vuelve a abofetearme, esta vez con más fuerza.

Gracias por ayudarme a entenderlo. Nunca imaginé que sucedería, pero aquí estamos. Es eso, ¿verdad? Aunque lo tenga todo, nada me pertenece.

—Gracias señor.

Una nueva bofetada me hace caer al suelo.

Gracias, ahora lo entiendo.

Las diferencias

 


En el perpetuo debate acerca de las diferencias entre sexos hay quienes, armados del mayor convencimiento, aseguran que fuimos, somos y seremos iguales. Otros argumentan lo contrario. Entre los segundos hay incluso quienes aseguran que las mujeres son inferiores a los hombres lo cual demuestra que, incluso los que llevan una esvástica tatuada en el pecho, se permiten opinar sosteniendo la sexta lata de cerveza entre sus manos. Y eso que aun no es ni mediodía.

Aun a riesgo de caer en el esperpento, voy a opinar sobre esto, en la sensatez de que diga lo que diga, siempre acabaré ofendiendo a alguien, sea quien sea. En eso consiste también opinar.

La experiencia me hecho conocer algunos hombres y mi conclusión es que no se parecen a las mujeres. Diría más: apenas se parecen entre ellos. De igual manera sucede con las mujeres. Nadie se parece a nadie, aunque sean gemelos. Y, aun y así, seguimos empeñándonos en que agua y aceite es la misma cosa únicamente porque ambos son líquidos. Somos diferentes, por descontado, pero no solo hombres y mujeres, tampoco lo son cualquiera de todos esos nuevos géneros (e incluso los sin género) que, por edad, ya no acierto a comprender. Me esfuerzo, pero las nuevas realidades me superan así que mi cerebro sigue esforzándose en ver el mundo de forma binaria.

Cada persona que encontré en mi camino tenía un motivo para hacer lo que hacía. La gente dominante también tiene sus motivos, por supuesto. ¿Qué actividad donde se juntan dos o más personas carece de motivo? He visto sumisas silenciosas y temerosas de todo que soportaban los castigos más extremos sin la menor duda, sin hacer gala de sus virtudes. He contemplado al agua y al aceite acercándose y alejándose y durante todos estos años he aprendido sobre la condición humana más que cualquier otra persona que conozca.

Y conozco a muchas personas. Incluso personas que no sabían ni que significaban las siglas BDSM. Y sigo siendo un ignorante que se equivoca. Y eso es bueno porque puedo seguir aprendiendo de cualquier con quien me cruce.

Disfrutad si os apetece, sin excusas ni miedos. Disfrutad imaginando de la misma manera en que otros disfrutamos recordando, escribiendo y construyendo una fantasía en base a una realidad que es desconocida para una mayoría.

No juzguéis a los demás, pero, sobre todo, no os juzguéis a vosotros mismos si algo que rechazáis u os atrae más de lo que imaginasteis. Porque ese es el cometido de la vida: sorprendernos.

lunes, 8 de abril de 2024

El gobierno de la piel

 


Es el gobierno de la piel el escenario donde se teje una danza armada con deseos, esa piel donde una cuerda de seda susurra melodías de pasión, donde el poder y la sumisión se funden en un abrazo interminable. Ese juego de corrupción consentida que investiga nuestros límites con delicadeza y devoción. ¿Qué sentido tendría negarse a eso? Algunos podrían argumentar con que inmovilizar a alguien es un símbolo de opresión cuando esas sogas firmemente construidas en torno a las muñecas y los tobillos son, en realidad, lazos de libertad, en la sinfonía de la piel. Algo deseado, aunque también temido. En la sinergia de todas esas definiciones que construyen la palabra "morbo" es donde escribimos poemas de amor, escritos con más fiebre que razón. Así deben ser las cosas.

En ese santuario levantado desde la complicidad, se vislumbran nuevos horizontes. Un lugar donde la entrega es un acto de coraje, donde la dominación es un acto de generosidad. Bajo el manto de la noche, se cruzan las almas afines buscando cosas diferentes a cuanto buscan el resto de los mortales. De esta forma, enlazados en una danza de sudor, se escribe con delicada caligrafía la definición de dominante y dominado, escribiendo con respeto y devoción. Donde cada palabra, cada gesto, cada caricia, cada grito, cada emoción son un tributo al amor, en su más profunda libertad. De nuevo... ¿Qué sentido tendría negarse a eso?

Somos arquitectos de nuestro destino, somos buceadores intrépidos bajo la superficie de un mar turbulento que espumea sobre nuestros deseos profundos. En un mundo donde las expectativas sociales intentan restringirnos, somos los guardianes de nuestra autenticidad. Somos quienes decidimos ser, guiados por nuestros principios y valores, mientras continuamos sumergiéndonos en las profundidades de nuestras pasiones. La mejor decisión es negarnos a ser encarcelados por convenciones obsoletas o por el juicio de cualquier otro que no seamos nosotros. Exploradores, guardianes y gobernantes de nuestras almas. Somos, en última instancia, los maestros de nuestro propio destino. Finalmente... ¿Qué sentido tendría negarse a eso?

sábado, 6 de abril de 2024

El primer encuentro (relato)

 


Aquella tarde, los rayos dorados del sol apenas conseguían filtrarse tímidamente por las cortinas entreabiertas, creando un juego de luces y sombras en la habitación. La mujer se encuentra recostada en la cama, con el corazón palpitando con fuerza y la piel erizada por la anticipación. En la buscada penumbra de esa habitación, dominante y dominado se hayan inmersos en ese largamente deseado juego construido en base a la de seducción y deseo. La atmósfera está cargada de anticipación, mientras ella yace desnuda en la cama, con las muñecas sujetas firmemente a los extremos de la cabecera con suaves ataduras de seda. Los ojos de ella brillan con un brillo travieso, aunque el hombre no pueda verlo porque ella lleva una venda cubriendo sus ojos. Había estado esperando este momento durante días, desde que aquel desconocido le había sugerido un encuentro especial. La idea de dejarse llevar por la pasión y la lujuria la había mantenido despierta durante noches enteras, imaginando cada detalle de lo que estaba por venir.

Ahora el hombre se mueve con decisión alrededor de la cama. La luz de las velas danzaba sobre la piel desnuda de ella, dibujando con trazo delicado su cuerpo y provocando una lujuria irresistible en el dominante que se inclina para rozar sus labios c en un beso que el escenario anunciaría cargado de pasión y deseo, pero que se convierte en algo delicado, casi infantil. Un beso robado a una amiga en una noche de tormenta antes de salir corriendo en direcciones opuestas, avergonzados. El cuerpo de ella se estremece cuando las manos de su amo comienzan a acariciar su piel con una delicadeza experta, enviando oleadas de placer a cada fibra de su ser. Con cada caricia, la excitación de ella crece, sus sentidos agudizados por la sensación de vulnerabilidad y entrega, completamente a merced de él, y la sola idea de que esa indefensión durará más de lo esperado la llena de un éxtasis cuasi embriagador que la hace temblar de anticipación. El hombre continúa explorando cada centímetro de su cuerpo con manos expertas, sus labios y lengua dejando un rastro de fuego sobre su piel mientras desciende lentamente por su torso. Cada caricia, cada beso, son una descarga eléctrica que acerca un poco más al abismo del placer, dispuesta a dejarse caer.

Cuando finalmente llega a su destino, el dominante se detiene, con sus ojos oscuros ardían con un deseo abrasador mientras admiraba la belleza de la mujer atada y entregada a él. A continuación, se sumerge entre sus piernas, su lengua hábil explorando cada pliegue y rincón de su intimidad con una entrega que roza la devoción.

Los gemidos de placer resuenan en la habitación mientras la mujer se deja llevar por las sensaciones que comienzan a apoderarse de su razón. Cada lamida, cada mordisco, cada beso entre sus piernas la acerca aún más al éxtasis, su cuerpo arqueándose en respuesta al placer, con unas ataduras que no le permiten moverse como debiera. Y cuando finalmente llega al clímax, el mundo se detiene mientras todo su ser se sumerge en una explosión de placer que consume todos sus sentidos. Estando atada se siente liberada de todas las inhibiciones y reproches, entregándose por completo al éxtasis del momento.

El dominante la libera de sus ataduras con cuidado y se tumba junto a ella, sus cuerpos entrelazados en un abrazo apasionado mientras reparan el silencio que hace unos minutos había sido rasgado por los gemidos de ella. Conscientes de que ese momento es solo el comienzo de una travesía que difícilmente olvidarán.

miércoles, 3 de abril de 2024

Disociar los recuerdos (memoria selectiva)

 


Hay fotogramas de la vida que resultan imborrables aunque te empeñes en descoser la tela con la que se construyen los recuerdos. Son trozos de universo sin un comienzo ni tampoco un final. Escenas aisladas que te devuelven toda esa felicidad, excitación, alegría lo que sea, independientemente de la causa y de las consecuencias. Ojalá en la vida todo funcionase así, sería como devorar un burrito picante sin tener que cocinarlo ni tampoco sufrir una indigestión o estar toda la noche rascándote cierta parte del cuerpo. 

Algunos de los recuerdos que mejor me vuelven son aquellos que se conformaban de forma excitante en mi memoria, esos recuerdos a los que acudes cuando quieres hacer nata batida por ti mismo.

Pero, claro está, por mucho que pretendamos disociar, el pasado también construye recuerdos que se colocan antes y detrás de otros recuerdos, como un fotograma en una película. Disociar es divertido, quedándonos tan solo con la guinda del pastel, pero también es una utopía. Como recuerdo aislado para cocinar el más delicioso de los postres, funciona. Pero esa no es la realidad. Hay que comerse todo el pastel para disfrutar de la guinda.

Tengo un grave problema y ese es que esa disociación me sucede también en la realidad. Cada vez menos, pero me ha sucedido, me sucede e incluso me sucederá. Intento quedarme solo con el placer, olvidando que para jugar en equipo necesitas dialogar con tus compañeros. Puedes meter un gol, claro, pero aunque incluso lo celebres a solas, se necesita de todo el equipo para llevar la pelota desde una portería hasta la otra. Y si lo celebras solo, olvidándote del bienestar de tus compañeros de equipo, entonces estas disociando en "real time", transformando lo que podría ser una experiencia en un ejercicio de egoísmo que me obliga a disociar ese recuerdo en el futuro.

No soy un monstruo, tampoco conduzco solo por la autopista aunque el coche esté lleno de pasajeros. Pero tengo que recordarme día tras día, que incluso el placer mas egoísta, sigue siendo algo más que placer. Lo intento, pero aun me queda mucha gente de la que disculparme.

¿Lo estaré haciendo para seguir disfrutando de esos recuerdos sin que sean un placer culpable? ¿O lo estaré haciendo porque quiero repetir esos recuerdos con las mismas personas pero ahora hacerlo bien?

Soy lo peor, pero al menos soy consciente de ello.

lunes, 1 de abril de 2024

La atracción intelectual


No volveré a escribir aquí sobre lo que significa ser sapiosexual porque ya sería repetir lo que he repetido en el pasado. Aunque, como me apetece volver a reflexionar sobre ello, volveré también a hacer ese truco de mal escritor que consiste en escribir sobre lo mismo solo que cambiando los sustantivos para que el único lector que realmente te lee, pueda comerse la sopa sin que tengas que estar moviendo un avioncito de juguete delante de él.

Las personas no me atraen por su físico, siempre me ha sucedido aunque también he de reconocer que cuando era joven (que tiempos aquellos) la vista se me escapaba hacia algunas personas antes siquiera de decirles "hola".

En el discurrir de los tiempos (siempre quise comenzar un párrafo así) comencé a asumir que si conocía a alguien antes de lo que denominamos como "amor horizontal", era cuando comenzaba a sentirme atraído (o no) sexualmente hacia esa persona. El deseo se construía en mi cabeza con el tiempo y avivado por la intelectualidad, nunca por el físico.

Leo textos que me moverían a decirle a su autor: "hagamos el amor furiosamente en la playa, mecidos por las olas", aunque no lo haya visto en mi vida. Hay personas físicamente comparables a dioses griegos que me rodean y por las que siento tanto deseo sexual como los números que hay menores a cero. ¿por que sucede esto? Es difícil de contestar sin volver a los sustantivos de siempre.

Cuando practico BDSM me sucede exactamente lo mismo. O aun mas. Eso si es posible que haya algo mas exacto que lo exacto (recordar aquí que el BDSM es un ejercicio principalmente intelectual). Cuando conozco a alguien interesado o practicante de BDSM y esa persona es intelectualmente estimulante es cuando los motores de un gran avión de pasajeros se ponen a máxima potencia para elevar el vuelo. Ese soy yo. Mis colmillos se afilan, mis ojos se entornan y, creyéndome un Brad Pitt de marca blanca, intento atraer la atención de esa persona. A ver, soy hombre, viene en mis genes lo de intentar atraer a los demás con poses propias de ejemplos cercanos al James Bond mas elegante. La realidad es la de un tipo común agitando los brazos cual profesor de aerobic para llamar la atención de esa persona por la que me siento atraído intelectualmente.

Y es que no se puede ser perfecto.